George Bush va perdiendo vertiginosamente el prestigio y la influencia. Su opinión cada vez menos se toma en cuenta, mientras el propio inquilino de la Casa Blanca hace concesiones en cuestiones de principio. No se trata de una degradación en "pato cojo", es una regularidad del proceso político en EEUU que testimonia una inesperada ventaja adicional de las elecciones.
Todavía en marzo pasado, el primer mandatario realizó un fallido periplo latinoamericano. La ayuda financiera que prometió a los vecinos latinoamericanos fue muy escasa, mientras la consigna "EEUU está con Ustedes" casi nadie la tomaba en serio, sobre todo en el contexto de un periplo paralelo protagonizado por Hugo Chávez. Luego, una reacción muy lánguida a las declaraciones ostensiblemente duras de Vladímir Putin en la Conferencia de Seguridad en Munich. Tampoco ha sido un éxito la visita realizada a Moscú por el secretario de Defensa Robert Gates para proponer a Moscú participar en el desarrollo del sistema norteamericano de defensa antimisiles.
La guerra de Iraq asesta un duro golpe a Bush también en la propia Norteamérica. El Congreso USA ha aprobado el proyecto de ley que vincula la financiación de la actual operación en Iraq con la retirada de las tropas norteamericanas de este país. También se oyen voces a favor de dar curso a la moción de censura (impeachment) contra el vicepresidente Richard Cheney por desvirtuar los datos de información sobre la situación en Iraq al objeto de "embaucar a los ciudadanos y la Congreso de EEUU".
Últimamente, de hecho se ha reducido a cero la retórica belicosa respecto a Irán. Bush hasta dio su consentimiento para que la secretario de Estado, Condoleezza Rice cesara el boicoteo de Irán y entablara negociaciones con el ministro iraní de Asuntos Exteriores Manoucher Mottaki (este encuentro podría celebrarse durante la Conferencia sobre Iraq, a comienzos de mayo). Parece que en Washington se está imponiendo esta tesis de que mientras las intenciones de Irán se desconozcan, hay que influir sobre ellas.
En realidad, el presidente norteamericano afronta muchos problemas de carácter interno. En las campañas electorales de EEUU la política exterior no tiene mucho peso, porque a los ciudadanos les interesan más cuestiones de fomento económico, protección social, pensiones. La tarea de Bush es lograr que la Casa Blanca siga siendo controlada por el Partido Republicano, así como reducir la diferencia en la representación entre los republicanos y los demócratas en el Congreso. A tales efectos es preciso ganarse el apoyo de los representantes "indecisos" de la clase media. Según diversas apreciaciones, ellos representan del 30% al 40% de los electores. Además, precisamente la clase media aporta la mayor parte de las donaciones. Por lo tanto, ahora los republicanos se empeñarán en hacerse pasar por un partido flexible, propenso a aceptar fórmulas de compromiso, seguirán atentamente los resultados de los sondeos de opinión, seleccionarán minuciosamente a los grupos sociales sobre los que influir para reunir un medio por ciento adicional. La Casa Blanca simplemente no va a disponer de tiempo ni fuerzas para adelantar iniciativas en política exterior.
Pero lo fundamental es la tradición política. EEUU aprecia tanto su campaña electoral que durante la misma no se acostumbra dar bruscos pasos en política exterior que puedan poner en jaque la campaña.
