En la década de 1930, en una comunidad aymara de los Andes, se celebra un matrimonio. Llega un camión con miembros del Ejército, quienes secuestran a los hombres en la fiesta para enrolarlos por la fuerza y enviarlos a combatir a la guerra del Chaco, contra Paraguay. Antes de irse, violan a la novia. Esta escena, al comienzo de la película Los viejos soldados, refleja la vida de opresión que toleraban las amplias mayorías de Bolivia hace 90 años, incluso hasta pocos años atrás.
El último film de Jorge Sanjinés, que a un mes de su estreno sigue presente en las salas del país, retrata el racismo y la discriminación que, durante cientos de años, campeó en estas tierras, incitados desde las clases altas, cuyas familias de prosapia de ultramar no aceptaban mezclarse con indígenas originarios.
En el ámbito de la guerra del Chaco, el racismo y la discriminación se plasmó en el relacionamiento entre los oficiales y los subordinados, muchos provenientes de comunidades indígenas donde solamente se hablaba quechua o aymara, por lo cual no conocían el idioma español. En ocasiones, sus jefes mandaron a fusilarlos sin que los soldados supieran qué estaba sucediendo.
César Pérez es director de Fotografía de Sanjinés desde la filmación de La nación clandestina, en 1989. Contó a Sputnik el significado de la obra del célebre cineasta boliviano, de 87 años.
Cuenta la historia de Guillermo, un joven de una familia de clase alta, y de Sebastián, de una comunidad aymara. Se hicieron amigos en el frente de batalla, al punto de que Guillermo fue condenado a muerte por defender a Sebastián ante un acto racista del coronel.
Pero su amigo aymara lo ayudó a escapar y huyeron como desertores por el ardiente monte chaqueño, cuyas temperaturas sobrepasan fácilmente los 45 grados.
"El joven burgués salvó a Sebastián, quien había recibido un impacto de bala en una pierna, por lo cual no podía caminar. Si se quedaba en las trincheras, los soldados paraguayos lo podían liquidar. A partir de ahí nace entre ellos una amistad importante para ambos", dijo Pérez.
Agregó que, con este filme, el director planteó reflexionar sobre "el desencuentro entre la ciudad y el mundo rural de la sociedad boliviana, con diferentes cultos, cosmovisiones, modos de ver la naturaleza. Por un lado predomina una mirada occidental, en la cual predomina el yo; y por otro una mirada ancestral, para la cual tiene predominancia el nosotros".
¿Cambió la sociedad boliviana en el último siglo?
Luego del derrocamiento de Evo Morales (2006-2019), el Gobierno de facto de Jeanine Áñez (2019-2020) ordenó que se abriera fuego sobre quienes se manifestaran a favor del expresidente aymara. Si se revisa la lista de más de 30 asesinados en ese periodo por las Fuerzas Armadas y la Policía, se evidencia que la mayoría de ellos tienen apellidos originarios, de los pueblos quechua o aymara.
"Creemos que el desafío máximo que enfrenta hoy la sociedad boliviana es enfrentar ese desencuentro, que no se resuelve hasta el día de hoy. La película que realizamos intenta generar una onda reflexión sobre este fenómeno pernicioso que tiene profundas raíces, tal vez tan inmensas que no sea posible desentrañarlas, contenerlas", comenta Pérez.
No obstante, "es ineludible tratar de sembrar luces, convocar a la fantasía, al amor, para encarar ese peligro que acecha", explicó el cineasta.
Pérez remarcó la llegada al poder de Morales, en 2006, que marcó el fin de la etapa republicana, y la fundación del Estado Plurinacional, en 2009: "Representó un quiebre en la historia entre la otra Bolivia, la republicana, que en verdad era verticalmente racista".
Y matizó: "No es que ahora no sea vertical el racismo, sino que encuentra una especie de tolerancia", bajo la cual aún subyace "el desprecio por lo originario".
Originarios vs. originarios
Pérez destacó que, tanto el banco paraguayo como el boliviano, estaba integrado por soldados provenientes de comunidades indígenas, con mayoría guaraní del lado del enemigo.
Comentó que, según registros de la época, al finalizar la guerra, en 1935, los soldados enemigos cruzaron las trincheras para fundirse en un abrazo y compartir la alegría del final del enfrentamiento fratricida.
En Los viejos soldados, quedó plasmado de esta manera: "En un momento los soldados paraguayos piden a los bolivianos que toquen una musiquita. En guaraní les hablan. No se ven porque están en medio de la selva. Un soldado boliviano mestizo tiene una concertina, en la cual toca una cueca boliviana". Entonces los soldados paraguayos proponen conocerse personalmente, dejando las armas en el suelo.
"Se encuentran en una explanada del monte. Se miran, se reconocen. Esta escena es una de las más significativas", relató.
Porque "esta guerra no la desearon ni unos ni otros. Pero se tuvieron que enfrentar por intereses externos: por un lado de la Standard Oil de Estados Unidos, por otro la Shell de Alemania, que estaban atrás del petróleo" que se encuentra en esa región del sur boliviano.
El conflicto también fue un gran negocio para la industria armamentista, que llevó a ambos gobiernos a endeudarse para llenarse de armamento.
Un mes en las trincheras del cine
Luego de un mes en cartelera, Los viejos soldados resiste en los principales cines del país. Algo inusitado para una producción boliviana, que frecuentemente debe competir por espacio en las salas con superproducciones estadounidenses, películas de superhéroes y franquicias multimillonarias.
"Hay una domesticación del espectador nacional, como lo hay en toda América Latina. Son películas hegemónicas ideológicamente, que se han instalado con la palabra 'yo': yo primero, yo segundo y yo tercero. Es un individualismo de economía de mercado", consideró.
Para el director de fotografía, nacido en Perú, en las salas de cine se desarrolla una batalla ideológica. En este contexto, "es importante que desde el Estado se apoye la producción nacional", sostuvo Pérez.
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