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El alivio y la interdependencia emocional suben al escenario porteño de la mano de 'Óxido' | Fotos

BUENOS AIRES (Sputnik) — Dos personajes conversan sobre un tercero ausente. El primero es minucioso al exponer las intimidades de esa persona que el segundo no conoce. Por fin irrumpe en el escenario la tercera protagonista, que acapara todas las miradas y suscita una sola pregunta: ¿Será verdad lo que de ella contaban?
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Así comienza Óxido, una obra que revela el dominio en la dramaturgia y en la dirección de su creador, Gonzalo de Otaola, y que se muestra en el Teatro El Grito, en el barrio Palermo de la ciudad de Buenos Aires.
"Creo que la pandemia nos hizo darnos cuenta de lo que es el óxido", cuenta De Otaola en una entrevista con la Agencia Sputnik. "Nos hizo enfrentarnos a una situación muy complicada y nos hizo entender y querer aun más a los personajes de la obra".
Son días de duelo teatral para este español que vive hace más de 15 años en Buenos Aires, ante la certeza de que la representación de su proyecto concluirá a finales de septiembre.
Aunque su debut estaba previsto para marzo de 2020, la obra tuvo un estreno anticipado seis meses antes. Fueron once funciones, a las que siguió el verano austral. La pandemia trastocó las previsiones de reestreno, así que la segunda temporada tuvo que esperar hasta julio de este año.
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Sin desmentir su afán provocador, De Otaola asegura que su obra no es moderna. "Por influencia de la literatura, hace varios años que en Europa se hace un tipo de teatro que habla desde el 'yo' y que ahora se ha establecido en Buenos Aires", explica. "Esa dramaturgia no plantea un procedimiento o unos personajes, sino que todo sale desde el ego, se ficcione o no después".
Esa tendencia, exacerbada por las redes sociales, se ha visto impactada por una inclinación hacia las producciones de microteatro, que se resuelven con ensayos cortos y se despachan en pocas funciones.
No fue el caso de Óxido, que tras demandar casi un año de escritura, requirió no menos tiempo de ensayos. "Hay modas, como en todas las áreas, y mi obra es lo que mucha gente tacharía, en un sentido peyorativo, como una obra de texto", asume el director español, para quien el teatro independiente es una carrera de fondo.

Relaciones viscerales

Un consultorio odontológico es la inusual puesta en escena en la que un elenco soberbio mantiene en tensión la obra: Gastón (Guillermo Berthold), con su vocación por fabular y elevar la rasante de su anodina realidad; Mauro (Gerardo Serré), cuya serenidad encubre un espíritu atormentado; e Inés (Natalia Santiago), sobre la que pivota toda la obra, fascinante como resulta ese alma errante e inestable que pone al descubierto la soledad de los tres.
Sin piedad por sus personajes, esta comedia amarga se adentra en una vorágine en la que el miedo al dolor y la búsqueda de alivio engullen sus intentos por desprenderse de las miserias que los lastran.
Solo el óxido nitroso, a cuyas virtudes analgésicas e hilarantes se sometió en 1844 el dentista estadounidense Horace Wells, considerado el descubridor de la primera anestesia moderna, es capaz de desentumecer la inercia que está por hacerlos sucumbir.
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A través del narcótico, se desenmascara el vértigo existencial que sacude a los protagonistas, en un hallazgo que podría decirse optimista, cuando descubren que se precisan para sobrevivir; que perdidos como están en sí mismos, son, para el otro, un ancla a tierra.
Es un reflejo de lo que ha transitado el propio director, quien descarga en sus personajes parte de sus cavilaciones. "Hubo una época complicada de mi vida en la que empecé a reflexionar sobre muchas cuestiones: los traumas, las heridas, la necesidad de sentirse aliviado", comparte. "Me di cuenta de que en esa oscuridad, uno no tiene que estar solo, sino que necesita salir de ese lugar con gente, cariño y amor".
Las contradicciones de los protagonistas despiertan una sensación de irreverente regocijo en la audiencia, que durante la representación se muestra tan proclive a reír como a guardar un desconcertado silencio ante las revelaciones que sellan el desenlace.
Óxido, a tal fin, es un retrato descarnado de las debilidades humanas, de las adicciones, de las soledades que albergan temores impronunciables. Perturbadora en ciertos trazos, indómita en su planteamiento, la obra es verosímil en su oda al apego, al amor y al cuidado del otro. El crecimiento introspectivo de cada personaje, que se evidencia durante la obra, los lleva a una conclusión compartida: que la felicidad que tienen más al alcance es la que pueden brindarse mutuamente.
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