Desde Miami, en el sureste de EEUU, se ve un peligroso incremento de los llamados a la violencia dentro de la isla desde plataformas de redes sociales en Internet, que van desde instar a lanzarse a las calles en señal de protesta, hasta, con la mayor impunidad, incitar a asesinar policías y dirigentes del Gobierno.
Algunos de los nuevos "voceros" del llamado exilio cubano en EEUU hacen llamados a una "intervención militar" en Cuba y al linchamiento de los que defienden a la Revolución, e instigan constantemente a un "pase de cuentas".
Sus amenazas llegan incluso a los que, desde EEUU, abogan por un mejoramiento de las relaciones entre ambos países, y llegan a culpar de "traidores" a los funcionarios de la Casa Blanca que incentivan aperturas y reducción de sanciones.
Un radicalismo desmedido, peligroso, que se aproxima al "terrorismo digital" y diseñado para generar miedo, desconcierto y desestabilización.
De este lado, también afloran signos de intolerancia, de no respeto a las diferencias de pensamiento, de satanización del contrario, y a quienes encierran en las mismas categorías de "traidor", "contrarrevolucionario" o "vende-patria" a quien se oponga al sistema político que rige en la isla.
Intentos de diálogos
Desde mediados de los años 70, varios han sido los intentos de diálogo entre Cuba y su diáspora, entre ellos los proyectos de Nación y Emigración que han logrado superar, a pesar de los esfuerzos por frustrarlos por "intransigentes" de uno y otro bando, algunos escollos que parecían insalvables hasta ese momento.
Pero por más que se intente, el "diálogo" real persiste en ser áspero, agresivo y poco conciliador. Un vaivén donde cada cual exige su cuota de razón, intenta imponer sus razones, sataniza a sus contrincantes, y se aleja del abrazo reparador tan necesario entre paisanos.
En los últimos 60 años muchos han sido los esfuerzos de uno y otro lado del mar por reconciliar dolores, sanar viejas heridas, indemnizar injusticias y decisiones equivocadas; más de un vez se ha llamado al diálogo necesario. Unos y otros, desde estandartes políticos diferentes, han tratado de sentarse a la mesa, pero la tozudez, la intolerancia, el odio y los viejos resentimientos han roto los intentos.
Las consignas han logrado superar al entendimiento. De un lado se arengó a "que se vaya la escoria", y del otro a "necesitar 72 horas para limpiar a Cuba de comunistas", como si cada uno tuviera propiedad absoluta de los destinos del otro.
¿Hermanos o enemigos?
En "gusanos" —los cubanos que emigraron a EEUU— y en "comunistas" —los que se quedaron en la isla—, se redujeron los calificativos para identificar a los contendientes, en una "guerra" silenciosa que involucra a familias, amigos y viejos colegas de estudios.
"Es difícil encontrar consenso cuando has crecido en la vida escuchando hablar de la 'gusanera de Miami', o cuando desde el otro lado te dicen 'comunista o cómplice de la tiranía'. Y lo triste es que esos calificativos nos separan, nos dividen, nos alejan del amor entre cubanos", comentó a la Agencia Sputnik un habanero de nombre Alberto Figueredo.
"Fíjese si es difícil y complicado que yo tengo dos hermanos y a mi mamá que viven en Miami (sur de EEUU) hace muchos años, y yo soy revolucionario, creo y defiendo a la Revolución. ¿Cómo cree que pueda existir odio entre nosotros?", dijo Figueredo.
Intolerancia a la carta
Para muchos cubanos emigrados —algunos se consideran exiliados— la intolerancia manifiesta en las primeras tres décadas del proceso revolucionario en la isla (1960-1990) compulsó a muchos a buscar el camino de la emigración.
La radicalización del sistema político cubano fue un resultado de las agresiones permanentes de EEUU en sus intentos por derrocar al Gobierno revolucionario instaurado en 1959 en la isla, y provocó una escisión social, en aquellos que no comulgaron con las nuevas ideas del socialismo caribeño.
La incitación a la emigración, el recrudecimiento del enfrentamiento político entre Washington y La Habana y el aliento financiero de la Casa Blanca a grupos violentos que operaron dentro de la isla obligaron a que se adoptaran medidas que para algunos resultaron limitaciones a sus derechos individuales.
Estos conflictos, algunos sostenidos por muchos años, alimentaron el cisma, llegando a construir diferencias irreconciliables, cuyo principal impacto golpeó con dureza a la familia cubana.
"No hay nada que se parezca más a La Habana que Miami", subrayó Figueredo. "Allí se habla más de Cuba que en la propia isla. La gente vive sumida en una dolorosa nostalgia por lo que dejó atrás. Son apenas 180 kilómetros lo que separa a una ciudad de la otra, media hora en avión, pero las pugnas políticas hacen ese viaje de hermanamiento como algo casi imposible".
Para Figueredo, la ecuación para resolver el problema es simple y complicada a la vez. "Hay una industria de la nostalgia y la contrarrevolución en Miami, de eso viven algunos y ese negocio deja mucho dinero. Y del otro lado, es la principal excusa para el atrincheramiento y la política de puertas cerradas. Es lo de nunca acabar", sentenció.
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