Las ceremonias de
recuerdo del 11-S, el mayor atentado terrorista de la historia en suelo de Estados Unidos, coincide con la celebración del juicio en París de las matanzas
del 13 de noviembre de 2015, en las que 130 personas murieron a manos de islamistas en tres atentados organizados desde posiciones del Estado Islámico (prohibido en Rusia) en Siria.
El descrédito que cae sobre Estados Unidos y sobre su presidente, Joe Biden, por su poco gloriosa
retirada de Afganistán, hará sin duda reflexionar al presidente Emmanuel Macron sobre su estrategia en la zona del Sahel y el Sáhara, donde Francia combate a grupos yihadistas en la llamada
Operación Barkhane desde 2014, reemplazando a otras del mismo tipo decididas por gobiernos anteriores.
El juicio del 13-N en París y el recuerdo del 11-S, con su sello final en la derrota militar de EEUU en Afganistán, son elementos que ayudan a la propia sociedad francesa a entender si hay un cambio en los planes militares del presidente Macron, decidido en junio de 2021 a retirar sus 5000 soldados de la región africana infectada por yihadistas que han proclamado su fidelidad al Estado Islámico.
Solo la inexistente cobertura mediática de las atrocidades de
la barbarie islamista en África impide el impacto que las imágenes de estos días en Kabul despiertan en unos ciudadanos europeos sólo sensibilizados por la emoción trasmitida en vídeo. Las imágenes del 11-S y de la noche del 13-N en París pueden frenar el apoyo de la opinión pública francesa a la salida de sus tropas de la zona saharo-saheliana, en especial de
Malí, donde se concentra el núcleo de su despliegue.
Macron puede utilizar el momento para volver a explicar que la presencia militar contra los grupos islamistas africanos es también una lucha contra el terrorismo que, en cualquier momento, puede volver a golpear en territorio francés o europeo. Seguramente, será más difícil para el jefe del Estado francés convencer a sus colegas de la Unión Europea.
La operación Barkhane era vista – hasta el momento - por la opinión pública francesa como una pérdida de vidas de sus soldados y un agujero financiero, sin que los magros resultados de la lucha contra las guerrillas yihadistas puedan compensar el esfuerzo.
La muerte de 5 soldados franceses a finales de 2020 supuso un choque sicológico que no resistía la comparación con el asesinato de 160 civiles en
Burkina Faso por la barbarie islamista el junio de 2021. De nuevo, sin televisión no hay emoción.
El factor económico juega también, como en el caso de Afganistán. En algunos medios de prensa franceses se subrayaba que cada yihadista capturado o eliminado en la Operación Barkhane, cuesta un millón de euros.
Retirar las tropas francesas de un día a otro sería, según los especialistas, dejar en manos de los terroristas no solo Malí, sino toda una región sahelo-sahariana de más de 5 millones de kilómetros cuadrados que incluye a Mauritania, Mali, Níger, Burkina Faso y Chad; un santuario para un califato africano que se impondría sin mayor dificultad en países divididos por luchas étnicas, criminalidad organizada y dirigidos por gobiernos débiles o corruptos. Siguen las similitudes con Afganistán; las fuerzas locales entrenadas por militares franceses son incapaces de hacer frente con solvencia a los yihadistas.
¿Qué proponen pues otras voces? En primer lugar, acabar con la instalación permanente de las tropas francesas en un país determinado; transformar esa labor de ejército/policía en operaciones puntuales lanzadas desde bases militares. La presencia continuada de tropas, arguyen especialistas como el diputado y miembro del Comité de Defensa de la Asamblea Nacional, Thomas Gassilloud, ayuda al enemigo a adaptarse fácilmente y empuja a los gobiernos aliados a renunciar a su responsabilidad.
El secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres, propugna la creación de una Fuerza africana antiterrorista. Es también una manera de reconocer que todas las misiones de interposición de Naciones Unidas en África han fracasado.
Mientras tanto, la red de grupos islamistas africanos y las filiales de
Al Qaeda se despliegan desde el Atlántico hasta el Índico. Desde Mauritania, pasando por el Golfo de Guinea, atravesando el Sáhara y llegando hasta Mozambique, al sur del continente, último etapa —de momento— de las matanzas islamistas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK