"De los combates en Playa Girón, todavía tengo vivos en la memoria el olor a sangre y a pólvora, la tristeza de ver morir junto a mí a queridos amigos y compañeros, pero sobre todas las cosas, jamás olvido la convicción de victoria que nos llevó al combate", comentó a Sputnik el anciano de 78 años, a quien le brillan los ojos mientras narra pasajes de estos hechos, ocurridos del 17 al 19 de abril de 1961.
14 de abril 2021, 17:39 GMT
Playa Girón, un paraje en la costa sur de Cuba, a unos 210 kilómetros al sureste de La Habana, fue el lugar escogido por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EEUU para realizar el desembarco de una brigada militar integrada por cerca de 1.500 hombres, exiliados cubanos residentes en ese país, con el propósito de crear una "cabeza de playa" y dar paso a una eventual intervención militar de Washington, dirigida a derrocar la Revolución encabezada por Fidel Castro (1926-2016).
"Apenas era un jovencito de 16 años cuando triunfó la Revolución en 1959, desempleado, pobre, sin esperanzas de futuro", cuenta González, quien no puede desprenderse en su relato de los amargos recuerdos de su infancia y juventud en un barrio periférico de La Habana.
"Mi madre murió tuberculosa, sin dinero para pagar hospitales donde pudieran salvarla, y mi padre, un obrero de la construcción sin empleo fijo se tuvo que hacer cargo de mí y de mis seis hermanos, repartiéndonos el hambre a partes iguales", dijo, con su mirada perdida en los recuerdos.
"Ahora —enfatizó— cada cual habla y critica, pero lo que yo puedo decirte es que la Revolución nos devolvió las esperanzas en 1959, encontré trabajo, mis hermanos más pequeños pudieron estudiar y mi padre murió en paz sin el temor de que su familia se rompiera a pedazos. Por eso me hice miliciano a los 18 años, para defender a esa Revolución que jamás traicionaré".
Con las armas en la mano
González no oculta su orgullo de haber formado parte de aquellas milicias populares. Ingresó muy joven en el Batallón 116 de las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR), aprendió el uso de las armas, custodió fábricas y centros escolares de acciones terroristas, y fue a la guerra –afirma— "a defender su Patria".
"Supimos del ataque por Playa Girón el mismo 17 de abril de 1961. Ya estábamos acuartelados desde días antes, y todo estaba muy tenso después que bombardearon los aeropuertos de Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños, en La Habana, y el de Santiago de Cuba, dos días antes de la invasión", explicó González.
"Querían dejarnos sin aviones de combate, cortarnos todos los recursos de defensa para después desembarcar por tierra, sin percatarse que aquí había un pueblo entero dispuesto a morirse por defender nuestra soberanía", enfatizó.
Se le agolpan memorias y recuerdos de las caravanas de ómnibus en que se trasladaron desde La Habana hasta las zonas de combate en Playa Larga y Playa Girón, pasando por el central Australia, donde radicó en el Estado Mayor de operaciones dirigido personalmente por el comandante Fidel Castro.
"La aviación de los mercenarios —integrantes de la brigada 2506— nos hizo mucho daño porque nos tomó desprevenidos, venían camuflados con las insignias de la Fuerza Aérea cubana y nos confiamos pensando eran de los nuestros, hasta que vimos que su metralla de odio acabó con la vida de muchos de nuestros hermanos", recordó.
No olvida a sus compañeros muertos en combate, ni a los jóvenes artilleros, casi niños, sentados en las ametralladoras soviéticas "cuatro bocas (ZPU) abriendo fuego contra la aviación enemiga.
"Lo peor de todo fue ver morir en combate a mis amigos y compañeros, de algunos ni recuerdo su nombre, pero éramos hermanos en la trinchera, luchamos por una causa común", dice.
En menos de 72 horas, la Brigada 2506, integrada en su mayoría por exterratenientes, expolicías y militares de la antigua dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), burgueses y opositores a la Revolución cubana, rindió sus armas y confirmó su derrota.
A 60 años de ese acontecimiento, que se recuerda en Cuba como la "primera derrota del imperialismo yanqui en América", José González, con los achaques propios de su edad, busca en su escaparate la boina verde olivo, envejecida por el tiempo, pero que conserva como un preciado tesoro.
"Periodista, no se crea que por viejo dejaré de ponerme de nuevo esta boina si fuera necesario", dice antes de colocarla en su cabeza y con una sonrisa, despedirse.