Que durante los últimos doce meses hayan entrado de manera irregular en las islas Canarias 23.322 personas, de las cuales según cifras orientativas dadas por las ONG (a falta de cifras oficiales del Gobierno), todavía permanecen en este territorio entre 7.000 a 10.000 personas repartidas entre hoteles de acogida, campamentos improvisados en antiguos terrenos militares; o vagando por las calles, no ha dejado indiferente a nadie dentro del archipiélago. E inevitablemente ha afectado a su idiosincrasia.
"Canarias siempre ha sido un pueblo solidario, pero esto no lo quiere nadie. Ni ellos (los inmigrantes), que se quieren marchar a la Península, ni nosotros, que queremos que se vayan porque aquí no caben más y no estamos en el mejor momento", sostiene Jesús Medina, un vecino de Las Palmas sentado en un banco del paseo marítimo de Las Canteras.
Es cocinero y como tantos otros de su gremio, está despedido temporalmente ante la falta de demanda esperando la llamada para volver, por fin, a los fogones.
Si a la peor crisis migratoria en la última década le sumamos una pandemia mundial, confinamiento, miedo e incertidumbre al futuro y a contraer un virus que puede ser mortal; y una tasa de desempleo histórica en la comunidad autónoma, que alcanza el 35%, el cóctel molotov se cocina (y se enciende y se lanza) solo.
Canarias vive del turismo y durante la emergencia sanitaria el turismo dejó de venir. 84.000 trabajadores entraron (y continúan) en un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) y un total de 354.000 canarios en edad de trabajar está en paro según cifras de la Confederación Canaria de Empresarios, que además señala que por culpa del COVID, en solo ocho meses han perdido 11.000 millones del PIB.
Otro dato desalentador es el que da la Organización Mundial del Turismo. Canarias, con 15 millones de turistas, representaba el 1,1% del total de viajeros a nivel mundial. Según el último dato confirmado, de enero a octubre del año 2019, las islas habían recibido un total de 11,2 millones de turistas. En el mismo periodo de 2020 viajaron al archipiélago 3,9 millones de visitantes, nacionales y extranjeros.
Las consecuencias, nefastas, todavía son imprevisibles.
La playa de Las Canteras, irreconocible
La llegada masiva de cayucos a las costas canarias en el último trimestre del año 2020 y una política del Gobierno de España centrada en que estas personas permanezcan en las islas en centros de acogida "de emergencia" que se tornan indefinidos, o que en la medida de lo posible y con la reapertura progresiva de fronteras, se les deporte a sus países de origen, ha convertido Canarias en un embudo de gente sin rumbo, sin información y con cada vez menos expectativas.
El paseo marítimo de las Canteras en Las Palmas de Gran Canaria, habitualmente lleno de gente de diferentes partes del mundo y también de autóctonos disfrutando de un sol perenne del trópico, de un clima privilegiado y de un mar siempre azul o verde, más o menos en calma y dispuesto a todos los entretenimientos acuáticos, luce desde hace unos meses con el hastío propio de la falta de vida y gente ocasionada por el cierre de restaurantes, comercios y negocios. Algunos han echado el cierre definitivo y otros abren solo por la mañana o algunas horas al día. No pueden permitirse más.
En la tienda de suvenires Perenquen, en pleno paseo, rodeada de cafeterías, la mayoría con las mesas y las sillas de las terrazas apiladas unas encima de las otras y encadenadas a las sombrillas, también cerradas y sin lustre ante la falta de demanda, Beatriz, la dueña, una joven de 30 años, está sola detrás del mostrador en la inmensidad de la tienda de regalos sin mirones curiosos ni compradores furtivos.
Señala a Sputnik que la pandemia por el coronavirus ha sido el detonante de la mala situación y lo que le obligó en un principio a cerrar y ocasionó las primeras pérdidas, pero cree que ahora, que las restricciones se han relajado y Canarias es una de las comunidades autónomas menos afectadas por número de contagios, la culpa de su soledad no es del virus, sino de los inmigrantes.
"Los ves por todas partes, están ahí, sentados en la playa, y generan miedo y rechazo. La gente no viene como antes y yo también tengo miedo. Tengo 30 años y nunca había sentido temor de ir caminando a mi casa cuando salgo de aquí porque esta zona siempre ha sido tranquila. Ahora estoy asustada porque ha aumentado la violencia, los robos… Voy caminando y voy rápido y mirando para todas partes porque no sé lo que me pueda pasar", explica.
Se nota que en su voz y en sus explicaciones hay un deje de inercia. Como si hubiese repetido ese discurso varias veces y a fuerza de repetirlo lo cree todavía con más fuerza, fomentando su propio miedo e inseguridades.
No es la única que siente rechazo hacia las personas extranjeras que de manera irregular han entrado en las islas por miles. La oleada de racismo y xenofobia en Canarias es una realidad preocupante, aunque no sea el sentir general de la población isleña.
Así son los discursos racistas antinmigrantes
De sur a norte de la isla de Gran Canaria se han sucedido varias manifestaciones de protesta de vecinos indignados con la presencia de los extranjeros provenientes en su mayoría de países subsaharianos o del Magreb. "Ilegales", "invasores" o "parásitos" eran los eslóganes más repetidos de sus pancartas, y han sido varios los episodios de violencia y xenofobia contra los migrantes ocurridos durante los últimos meses, sobre todo en el pueblo de Arguineguín, al sur de la isla, zona portuaria por donde han entrado el 98% de los cayucos. En el Colegio León, en el Lasso, también en Las Palmas, siete marroquíes fueron agredidos violentamente el pasado mes de enero por vecinos de la zona y tres de ellos, incluso, se animaron a denunciarlo a la policía. Los trabajadores de Cruz Blanca, que gestiona el centro, pidieron protección a las autoridades.
Y para los próximos 13 y 20 de marzo, los grupos ultra vuelven a la carga y han convocado dos manifestaciones, una en Las Palmas y otra en Maspalomas, en la famosa y turística playa del Inglés. En este caso, incluso, han llamado a realizar una gran cadena humana y en el cartel de la convocatoria aseguran que "desde un helicóptero y un avión se realizará la foto y el vídeo de la cadena humana" porque "esa foto y ese vídeo recorrerá el mundo, las redes sociales y los medios de comunicación".
Los motivos que especifican en los flyers para acudir a la protesta son "recuperar la estabilidad", la "dignidad de los canarios" y "no es xenofobia, es civismo".
Una de las personas que está moviendo esta convocatoria a través de cadenas de WhatsApp y Facebook es Zaraida Betancourt, de 53 años y del popular y humilde barrio de Zárate en la capital gran canaria. Dice que siempre se ha dedicado a la hostelería y que ahora está de baja porque tiene varias enfermedades, entre ellas diabetes.
1 de febrero 2021, 17:22 GMT
Recibe a esta agencia en su casa del número 34 de una de las principales avenidas del barrio, una calle somnolienta y desangelada de edificios blancos con una suciedad acumulada del pasar de las décadas sin pintar. Cada uno de los edificios siameses en altura y forma está lleno de pequeños ventanucos simétricos por donde apenas pasan unos rayos de sol.
Zaraida vive con su hijo y su perro, un buldog francés casi ciego, pero en el momento de esta entrevista está sola en casa. Dice que está sola todo el día "viendo la tele" y "tomando café". Ofrece un descafeinado de bote con mucho azúcar y recalentado en el microondas y en seguida empieza a contar como por fin ha vuelto a sentirse segura en el barrio. Zárate está muy cerca del mencionado Colegio León, uno de los centros de acogida temporal de inmigrantes.
"Antes, [los inmigrantes] bajaban caminando desde arriba [desde el colegio], pero los chicos del barrio se han organizado y empezaron con la mano dura". "Aquí no pasan más".
"Fiestas, peleas, borracheras. Eso es lo que hacen", sostiene. "Me da mucha rabia porque en las islas Canarias vivimos del turismo y por su culpa estamos así".
"Es que vienen en plan agresividad", continúa. "No son los clásicos que venían hace años atrás, que sí venían muertitos de hambre, pero estos no. Y la culpa es del Gobierno, al Gobierno le maldigo porque me llaman a mí racista y yo le digo que no soy racista, que soy realista, y que los racistas son ellos con los canarios".
Zaraida continúa hablando sin que le hagan preguntas y dice que los inmigrantes "son un negocio para las ONG y para los políticos". También cuenta que violaron a una niña del barrio, y cuando esta periodista le pregunta si tiene pruebas de esa acusación, responde que "sabe que fueron ellos", y no da más explicaciones.
Al cabo de un rato de charla en un salón sin adornos, un sofá maloliente y una televisión de 42 pulgadas con Telecinco en silencio en la pantalla gigante, Zaraida lanza una pregunta al aire.
"¿De dónde sacan ellos el dinero para tantos días con bolsas y bolsas de cerveza? Yo, si hace 20 o 10 años atrás, que es verdad que venían en pateras y tenían hambre… Pero ahora que me venga un tío en una patera con móvil, grabándose ahí en la patera, con ropa de marca, sin estar mojado, ¿eh?, y mira que son horas de patera, ¿está pasando hambre? Hago yo la pregunta".
Discursos como el de esta vecina se sostienen en que ha habido un aumento de la violencia en las islas, de la inseguridad y de los robos y agresiones, pero sin embargo, el delegado del Gobierno en el archipiélago, Anselmo Pestana, ofreció el pasado 4 de febrero una rueda de prensa para hacer un balance sobre este tema y desmintió que debido a la llegada masiva de personas indocumentadas se hubiese producido un aumento de la inseguridad.
"Los datos reflejan que Canarias no vive una situación de excepcionalidad en lo que se refiere a la seguridad ciudadana. De hecho, en el archipiélago cerramos 2020 como el año de los últimos cuatro con una menor tasa de criminalidad", sostuvo en una rueda de prensa en la Delegación del Gobierno.
No todos son así
Al otro lado del discurso se encuentran los vecinos que apoyan una salida ordenada de estos migrantes hacia la península y piden que se respeten sus derechos humanos y su dignidad siguiendo las leyes internacionales de Derechos Humanos fundamentales, algo que para muchas organizaciones defensoras de derechos civiles no se estaría respetando en varios supuestos.
Félix Alonso es el presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de la Isleta, que agrupa a más de 20 asociaciones y a cientos de personas. La Isleta es un lugar emblemático de las palmas porque es un barrio portuario, industrial, y unido a la capital por un istmo de tierra. Muy castigado por la crisis económica, al principio, la llegada sorpresiva e intempestuosa de extranjeros alteró la vida del barrio, más aún cuando el Ministerio de Defensa decidió ceder a Cruz Roja el territorio conocido como Canarias 50, un terreno militar que era una promesa para los vecinos de La Isleta, para que lo utilizaran de manera recreativa y se instalaran en la zona parques y espacios de ocio para las familias.
Ahora, esa promesa tendrá que esperar un poco más porque el Canarias 50 aloja a más de 400 migrantes irregulares y por el momento no parece que la medida vaya a ser transitoria.
Félix explica que, aunque ha habido episodios de protesta por parte de algunos vecinos, no es el sentir general del barrio y que ahora están trabajando para conseguir un proceso de integración ordenado hasta que estas personas puedan seguir su viaje migratorio, porque La Isleta "siempre ha sido un lugar de acogida", asegura.
"Sí reclamamos al Gobierno de España más información, porque nadie nos dice nada de cuánto va a durar esto", explica a Sputnik.
Durante las últimas semanas han surgido otras propuestas de organización vecinal espontánea en apoyo a las personas en tránsito. La plataforma Somos Red, que agrupa a un centenar de personas, nació hace apenas un mes y ya tiene montada toda una estructura de apoyo con comedores, reparto de ropa y comida e incluso casas de acogida para migrantes que han decidido abandonar de manera voluntaria los campamentos o los hoteles privados. La Fundación Atlas, que nació hace seis años en el mismo barrio de La Isleta y que gestiona un centro social con actividades diversas para los vecinos y una pensión con alquileres "sostenibles" acaba de acoger a siete chicos senegaleses que se habían quedado en la calle y vivían sin dinero, con frío y con el miedo en el cuerpo a ser deportados en cualquier momento.
"En la sociedad, igual que hay micromachismos y solo ahora estamos empezando a darnos cuenta de ello, también hay microracismos y es contra eso por lo que tenemos que trabajar", explica Federico, un portavoz de Atlas. Se refiere al clásico discurso del "yo no soy racista, pero…". Para evitar eso decidieron acoger a los chicos senegaleses y ayudarles a mejorar su estancia en la isla hasta que se determine su futuro. "Si los sacamos de la calle, los vecinos reticentes a su presencia, no les ven y evitamos cualquier tipo de conflicto innecesario", sentencia.
Lo que no se ve no existe. O sí, pero duele menos.