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Manuel Azaña, la tenue sombra de un intelectual que quiso aventuras y se encontró con el destierro

Una exposición y un libro recuerdan a esta figura clave de la política española, cuyo legado se ha difuminado con el tiempo.
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Soñaba con una vida errante. Con protagonizar lances como los que se relataban las novelas de Salgari, Kipling o Stevenson. Amaba apasionadamente el mar y fantaseaba con odiseas homéricas. Manuel Azaña fue un lector voraz que estudiaba ensayos o se entretenía con historias de piratas antes de convertirse en presidente de la II República española. Entonces, ese niño sediento de aventura encontró el destierro.
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Su ejemplo es largo. Su sombra, tenue. Los últimos presidentes socialistas, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, han visitado la tumba donde reposa. Está situada en el cementerio de Montauban, al sur de Francia. Sin embargo, nunca ha estado en la agenda oficial repatriar sus restos: Manuel Azaña tiene buena prensa y poco eco. A pesar de su papel fundamental en la historia reciente y de haber sido parafraseado en la última investidura.
​Resumiendo, Manuel Azaña fue quien cambió una dictadura por un sistema en España que permitió, por primera vez en el país, votar a las mujeres. Instauró el laicismo y renunció a la guerra como "instrumento de política nacional". Nacido en Alcalá de Henares en 1880, este hijo de clase media se convirtió en presidente de una República donde "todos" cabían.
"Venimos al encuentro del país. No como estériles agitadores, sino como gobernantes; no para subvertir el orden, sino para restaurarlo", arengó en un mitin de 1930.
Termina elegido como jefe de Gobierno de esta nueva etapa en las elecciones de 1931. Ya estaba en la primera plana años antes: con Vida de Juan Valera ganó el Premio Nacional de Literatura en 1926. A lo largo de su mandato sufre un intento de golpe de estado, una matanza de anarquistas y una derrota electoral. Hasta que, refundado su partido como Izquierda Republicana, se alzará con el poder de nuevo, uniéndose al Frente Popular en 1936.
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Y ocurre lo que le mandará al exilio: las tropas de Franco proclaman la guerra y avanzan por la península ibérica. Vive con "reclusión y tristeza" en Valencia y Cataluña. En 1937, desde el Ayuntamiento de la primera de esas urbes mediterráneas, elevó la contienda a problema internacional: "Sépalo el mundo entero y sépanlo los españoles todos, los que combaten a un lado y los que combaten al otro: nosotros hacemos la guerra por deber, y en el cumplimiento del deber estamos dispuestos a persistir con tanto tesón como sea necesario para conseguir nuestro fin". Poco después, a punto de pasar al otro lado de la frontera, pediría "paz, piedad y perdón".
No se le concedió el sosiego. Tuvo que pasar por diferentes puntos de Francia hasta que falleció en el Hotel Midi de Montauban. Se le enterró el 3 de noviembre de 1940, dejando miles de reflexiones en diarios, algunos objetos personales y un homenaje en barbecho. Solo en 1980, con motivo de su centenario, se colgó una placa en su casa natal de Alcalá de Henares. Luego se le añaden más condecoraciones en su ciudad y se coloca un busto en el Congreso de los Diputados.
Desde la calle Imagen de la urbe madrileña donde pasó su infancia, María José Navarro Azaña atiende a Sputnik para hablar de su "tío Manolo". Sin embargo, tras varios intentos, desiste. Según cuentan en el Ayuntamiento, no es muy proclive a hablar en prensa. Solo hace unas semanas, tras la inauguración de la exposición, apareció en el diario El Español. Sobre la posibilidad de traerle a España, respondía que se debían respetar sus palabras.
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"Mi tío dijo 'que se propaguen mis doctrinas si se cree conveniente, pero mi cuerpo es de la tierra donde caiga'. Personalmente, creo que es interesante que la gente sepa por qué Azaña o Antonio Machado están enterrados en Francia. Murieron en el exilio", insistía, arguyendo que lo que más hace falta es leerle: "Eso es lo más importante. Sus libros son una maravilla".
Josefina Carabias, periodista nacida en 1908 que siguió al mandatario a lo largo de su carrera política, asegura que se trataba de "un hombre poco común que, habiendo vivido 50 años en una relativa oscuridad, dentro de un círculo reducido de intelectuales, dio en solo los 10 años siguientes el salto a la fama más extensa, conoció el sabor del triunfo, la mordedura de la calumnia y, finalmente, un doloroso calvario".
"Aunque oyéndole hablar lo pareciera, Manuel Azaña no era un hombre perfecto, ni siquiera un político perfecto", aventura la reportera en Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel, que acaba de editar Seix Barral. Sin llegar a ser una biografía ni una apología, el libro muestra un ángulo íntimo, personal, que también asume sus debilidades.
"Cometió bastantes errores, entre otros, el de no darse cuenta de que la pasión de mandar no era en él lo bastante fuerte —aun siéndolo mucho— para poder dominar con éxito situaciones tan terribles como las que le tocó afrontar", redacta Carabias.
Para Jesús Cañete, uno de los comisarios de la exhibición, también es necesario volver a él. Para esta cita, ha recopilado cartas que mandó a poetas como Nicolás Guillén o Ramón María del Valle Inclán, su certificado de matrimonio, portadas de revistas satíricas o caricaturas que le dedicaban y hasta una imagen junto al caudillo Franco. Después de un proceso de documentación "muy azaroso, como su vida", este Doctor en Filosofía cree que "sigue siendo alguien molesto para la Historia de España" y enumera algunas reacciones de columnistas actuales a este homenaje en la Biblioteca Nacional.
"Azaña es importante porque su pensamiento sigue vigente. Intentó implantar en España una verdadera democracia, aunque se le desbordara por los extremos, tanto por la izquierda como por la derecha", señala por su parte Ángeles Egido, comisaria y Doctora en Historia.
"Fue escritor además de un político comprometido con un proyecto democrático, un intelectual con una larga trayectoria antes de ocupar el poder", complementa, "cultivó todos los géneros: ensayo, novela, fue corresponsal de prensa, fundó La Pluma y dirigió la prestigiosa revista España y fue un notable traductor del inglés y del francés".
Intentó gobernar, reseña Egido, "con razones y votos", pero se le enfrentaron "insultos y fusiles", tal y como le dijo a Fernando de los Ríos en 1937. "Su pensamiento sigue estando vigente, porque para él la democracia era un avivador de la cultura, porque tenía un sentimiento ético de la política y porque creyó en la democracia", concede, defendiendo que "el objetivo de la exposición es acercar ese pensamiento a las jóvenes generaciones".
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Generaciones que indaguen en sus archivos, en sus reflexiones, y sueñen con aventuras oceánicas o parlamentarias. Que confirmen lo que afirmaba Dolores Rivas Cherif, su mujer, en una entrevista desde México, donde tuvo que refugiarse: "Mi marido fue muy listo, pero nunca se dio cuenta. Y tenía un corazón más grande de lo normal".
Literalmente: una malformación cardíaca le llevó a la muerte. Aparte del desconsuelo y el posterior olvido, un rasgo común contra el que luchaba con optimismo. "No queremos ni debemos perder la esperanza en el porvenir", anotó en uno de los artículos de El problema español, fechado en febrero de 1911. Hace, justo, un siglo.
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