Cuando conjeturaba sobre un futuro en caso de ganar la lotería, Pedro Vicente solo veía una cosa: dedicarse al ajedrez. En esas fabulaciones, a este enamorado del tablero no se le ocurría nada más placentero que pasar horas moviendo las piezas. Jugando o enseñando. Hace cuatro años, cumplió la fantasía. Sin obtener ningún premio. Dejó casi dos décadas de trabajo en una multinacional y se volcó en montar una escuela de esta disciplina.
"Se está notando mucho", confirma Vicente. Ha roto, dice, las franjas donde más interesados había. "Solía ser entre los 12 y los 15 años o a partir de los 55, pero ahora ya vienen de todas las edades. Con la serie lo han hecho muy bien, tanto estética como narrativamente. La protagonista y el ambiente están muy bien", cuenta el experto, de 46 años, que se inició en la adolescencia y reconoce cómo "había un halo de intelectualidad y misticismo" en torno al ajedrez que se ha difuminado.
Derribar ese muro y acercarlo a la gente es lo que ha conseguido Gambito de dama, cuyo título alude a un movimiento concreto de las piezas. "Antes parecía algo muy serio y que requería mucho nivel. Gracias a la serie y a internet se ha visto que no. Que puedes echar una pachanga de ajedrez igual que de fútbol", indica Vicente.
El empuje viene de antes. Según cuenta Javier Ochoa, presidente de la Federación Española de Ajedrez, en España siempre ha habido interés. "Llevamos tiempo viendo que es un deporte conocido. Ahora mismo no se puede medir el éxito a partir de la serie, pero ya notábamos que crecían los federados", apunta, calculado en unos 30.000 socios y 1.000 clubes los que existen en la actualidad.
La atracción por esta disciplina, analiza el profesional, de 66 años, va marcada muchas veces por las rivalidades del momento. En las últimas décadas, por ejemplo, ha habido tres hitos que llevaron al ajedrez a las portadas de medios generalistas. El primero fue la partida de Bobby Fischer contra Boris Spassky. La final del campeonato del mundo de 1972 enfrentó a estos dos representantes de Estados Unidos y la URSS. Supuso un duelo más allá del tablero: se disputaba el poder político de dos bloques. Por eso fue catalogado como "el match del siglo".
Con esa ley se le dio un impulso, pero no tan fuerte como el que se espera de Gambito de dama. En el colegio Ana Lluch de Cheste, en Valencia, introdujeron el ajedrez en 5º y 6º de Educación Primaria para enseñar otras materias como matemáticas o lengua. "Ha sido un éxito. Los padres y madres estaban muy contentos, aunque este año no se ha podido hacer por la pandemia", afirman desde la conserjería.
Mencionan en este centro las bondades del ajedrez para la memoria, la concentración o el pensamiento lógico. Luis Fernández Siles, divulgador nacido en 1971, enumera desde Granada esas propiedades y agrega un factor más: "El ajedrez es mágico. Es educativo, se usa en personas con hiperactividad o síndrome de Asperger, pero además engancha porque te hace responsable individualmente de lo que pasa, no como un juego en equipo", arguye.
Fernández Siles aún recuerda a Juan Campos, el maestro que le inoculó la pasión en su escuela de Jaén, y habla de la facilidad que tiene este deporte para llevarse a cabo. "Para el ajedrez no se necesita inversión económica, es intergeneracional y no hay barreras ni de idioma", concede, con razón: al contrario que otras actividades, con esta casi no implica disponer de prácticamente nada. Basta con un tablero y unos trebejos. Federarse cuesta unos 40 euros anuales, según las diferentes agrupaciones, y meterse en un club, parecido. Además, con internet se ha globalizado.
"Durante la pandemia, muchos se sumaron al ajedrez online. Y hay padres que lo utilizan con sus hijos, porque se puede jugar con el móvil: ya que van a estar pegados a una pantalla, pues que aprendan", dice Fernández Siles, que ejerce de entrenador y tiene un canal de Youtube.
Jorge Benítez, autor del libro Nieve Negra (Libros del KO), sobre el origen y algunas anécdotas del ajedrez, también cita la tecnología como una fuente de impacto. "Ahora puedes descargarte una app y echarte una partida con un afgano en el autobús, Eso es algo que no se puede hacer con otro deporte", ríe, hablando del "furor" a raíz de la serie de Netflix. "Haría falta un Fernando Alonso o un Severiano Ballesteros como estimulante, porque no hay ninguna duda de que hay público", reflexiona, "y los temas del ajedrez interesan, pero hay que hacerlo comprensible para la gente, porque el alto nivel es muy difícil de entender".
"No hay nada en la creación humana tan apasionante como la ajedrez", continúa Benítez. "En primer lugar, esconde una agresividad que solo es comparable con el boxeo. Porque, aunque no te levantes ni sudes, tu misión es destruir, matar al contrario. Luego tiene otra cosa, que es la humildad: te están dando una paliza en la red y a lo mejor es un niño vietnamita de ocho años. Te enseña a perder, que es muy importante".
Además, plantea Benítez, se puede aprender de Historia a través del ajedrez. "Aparte, mejora la comprensión lectora, las matemáticas o la visión espacial. Es un arma pedagógica de primer nivel y es muy divertida porque cada partida es distinta. Creo que lo tiene todo", opina el periodista, que en Nieve negra glosa cómo no existe mayor metáfora que el ajedrez para representar lo que somos.
"En el tablero se enfrentan siempre dos creencias, dos formas de entender el mundo con sus deseos y sus miedos", anota en el primer capítulo del libro, sentenciando que "si en algo consiste el ajedrez, es en sentarse a la fresca a contemplar la vida". Casi lo que hizo Pedro Vicente cuando decidió romper la baraja vital y dedicarse a este universo de casillas negras y blancas. El que ha mostrado exitosamente una serie, consiguiendo traspasar de la ficción a la realidad esos gambitos de dama a los que se refiere el título.