La tarde no pinta mal en Malasaña, barrio céntrico de Madrid y uno de los lugares más cool del país, según las guías de viajes. Sus bares han congregado a artistas de todo pelaje, a vecinos henchidos de modernidad y a turistas en busca del selfi perfecto: las calles que rodean la plaza del 2 de Mayo eran, hasta marzo, lo que se cataloga como instagrameable. Pero llegó la pandemia de COVID-19 y detuvo el hechizo: cerraron los garitos y desaparecieron los extranjeros. Por eso, que un jueves de octubre las terrazas reúnan a parejas o pandillas hasta la medianoche es buena señal.
Cuesta pensar en un sector boyante en plena crisis sanitaria y económica, pero la hostelería refleja con creces ese golpe arreado por el virus: pasó tres meses cerrado, sorteó un verano incierto y se encamina a un invierno con pronóstico sombrío. 2020, en boca de Emilio Gallego, ha sido un año "horroroso". "Tremendo", insiste el secretario general de la Confederación Empresarial de Hosteleros de España (CEHE), "se ha producido un hundimiento total".
Gallego calcula que han caído unos 100.000 establecimientos de los 315.000 (entre bares, restaurantes y locales de ocio) del gremio. "La hostelería supone un 6,5% del Producto Interior Bruto (PIB) en el país. Cuenta con 1,7 millones de empleados. Y ya se habrán perdido 400.000 puestos de trabajo", sopesa.
Los factores son visibles: con el coronavirus —que en España ya ha superado los 1,2 millones de contagiados y las 36.000 muertes—, se redujo el aforo en los lugares cerrados, el número de personas que se podía juntar, el horario y las probabilidades de viajar. Salvados por un receso estival, que los reanimó gracias al turismo nacional, el regreso ha sido desalentador. El 3 de noviembre, por ejemplo, Castilla y León decretaba el cierre de la hostelería y centros comerciales a partir del día 6. Poco antes, Cataluña, Melilla y Navarra habían tomado decisiones parecidas. Y Asturias había solicitado la vuelta al confinamiento doméstico.
"Es una situación horrible, tanto para los que siguen abiertos como para los que han cerrado. Muchos aún han mantenido a la plantilla como han podido, sin ganancias y viendo cuánto pueden aguantar. Otros bajaron la persiana para siempre", resume el responsable de la CEHE.
A pesar del espejismo malasañero de un jueves por la noche, la hostelería se desvanece. Adrián López, encargado del bar Picnic, todo un clásico en estas callejuelas de Madrid, enumera los obstáculos que ha atravesado en estos meses. "Cerramos en el estado de alarma y nos esperamos a abrir por responsabilidad, porque al ser un bar podía ser más peligroso, y por economía. Hicimos ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) para la plantilla y pedimos un crédito", comenta, "desde que hemos abierto, hemos hecho alrededor de un 20% de caja con respecto al año anterior".
El empresario esgrime que, aunque a veces parezca que se haya animado, cada día hay un revés: "Primero pusieron un 65% de aforo y hasta la una y media de la noche; luego un 50% y hasta las 11, sin barra… Y tampoco sabemos exactamente si las medidas que se toman con respecto a la hostelería tienen un impacto real en esas cifras".
Según los últimos datos del Ministerio de Sanidad, tomados entre el 25 de mayo y el 16 de octubre, solo el 3,4% de los contagios registrados se produjeron en bares y restaurantes. Un 2,3% fue entre los clientes (1.872) y un 1,1% entre los trabajadores (930), recoge el diario Público. Mientras, las reuniones sociales duplican esa incidencia (26,4%, 21.357) y las familiares las cuadruplican (13,4%. 9.250).
No es fácil resistir: en su contra no solo tienen una sociedad atenazada por el virus sino el temor de la gente. David Pac, profesor de la Universidad de Zaragoza experto en Sociología del Consumo, habla de una respuesta común al miedo entre los clientes. "Dentro de la estructura del gasto, este tipo de consumo estético es del que más se prescinde", explica. Pac alude a varios estudios en los que se repite un patrón: cuando hay una alarma, la gente apuesta por productos de primera necesidad y se deja de lo que podría considerarse como superfluo. Y en este caso se le junta el traslado del ocio a las casas o espacios más próximos, vistos como más seguros o cómodos.
"Hay dos puntos clave: el temor y la pérdida de capacidad económica", indica. "Además, estamos en lo que llamo el momento de las tres íes: incertidumbre, inexperiencia e interconexión: no se sabe qué va a pasar, nunca hemos pasado por algo así y, encima, afecta a todo lo que nos rodea".
El paro, que ha sobrepasado el 16% (unos 3,4 millones de personas), o el desplome del PIB, con una caída en torno al 20%, son consecuencias tangibles de la pandemia. Se les complementa la desconfianza a la hora de salir a la calle o el ahorro previsor. Según la Encuesta de Presupuestos Familiares de 2019 realizada por el INE (Instituto Nacional de Estadística) el gasto familiar era de 516 euros en bebidas alcohólicas y tabaco y de 1.654 en ocio y cultura.
Muchas compañías y distribuidoras tendrán que abandonar, augura. Y muchos hosteleros, también. Justo a sus asalariados, estos empresarios, que suelen ser trabajadores por cuenta propia, engrosarán las cifras del paro. Lorenzo Amor, presidente de la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA) sostiene que "hay un millón de autónomos en el alambre en toda España, que han facturado o vendido en 2020 una quinta parte que en 2019. Uno de cada tres ha visto descender tanto sus ingresos que, o buscamos soluciones, o en unos meses tendremos que lamentar el cierre de unos 300.000 autónomos y empresas".
Los autónomos, incide, "necesitan ahora que se les bajen cotizaciones sociales y cuotas, no que se actualice lo que no se actualizó en enero". "Si el estado de alarma se ha anunciado hasta el 9 de mayo, lo lógico sería extender los ERTE y ayudas por cese de actividad hasta el 31 de mayo, al menos", apunta Amor, que agrega cómo "los impuestos no son los únicos gastos".
"Hemos solicitado ya un plan de ayudas al alquiler para los autónomos que se les obligue al cierre total de su actividad y progresivo a quien tenga otras restricciones, moratorias en el pago de suministros en locales y actividades de autónomos o deducciones fiscal para las familias por gastos en el hogar", señala.
A los lamentos se han unido unas 50 salas de fiesta y con música en vivo. Con el interrogante de ¿El último concierto? como título, estos locales de toda España han organizado un espectáculo conjunto que ponga en relieve su coyuntura. "La desaparición de salas es ya una triste realidad causada por la pandemia, pero sobre todo por la falta de acción y voluntad política de la administración", revelan en un manifiesto.
"El grado de incidencia de la pandemia en la actividad de este sector, en comparación con otros, es de los más elevados, algo que se contradice con la falta de capacidad para interlocutar con las administraciones y con la casi inexistente ayuda que recibe para tratar de paliar estos efectos. La gran mayoría de las salas no podrá sobrevivir en estas condiciones de endeudamiento progresivo más allá del 2020", proclaman. Ni siquiera en Malasaña, donde las madrugadas se narraban entre acordes de rock y las guías recomendaban perderse entre sus antros. Basta para alegrarse que algunas terrazas tengan gente antes de las 12, hora de estar en casa y de cerrar prematuramente los bares.