Los vaivenes del mercado rompen la vajilla indestructible. La empresa francesa Duralex ha sido declarada en quiebra por el tribunal comercial de Orleans. De ella son los platos y vasos de vidrio templado que uniformaron las cocinas de toda España. Tan difícil era que se resquebrajaran como que no hubiese alguno en la alacena. Ahora, tras 75 años de historia, Duralex llega a su fin.
En 1945, la entidad decidió aplicar esta tecnología a la manufactura de vajillas. Entonces, comenzó la revolución. Los productos de Duralex se convirtieron en un éxito en Francia por su resistencia y por su bajo precio. Triunfaron sus platos llanos con forma de margarita, el regordete vaso Gigogne, parte de la historia del diseño europeo, y, más tarde, el vaso Picardía, más estrecho y biselado. Lo hicieron primero sin color, para luego dar paso a sus míticas tonalidades ámbar y verde.
En los 50, llegaron a España. Su resistencia era un hito y su carta de presentación. Y es que los trabajadores de la fábrica de La Chapelle-Saint-Mesmin, para probar la calidad del material, tiraban una bola de acero de un kilo sobre las planchas de cristal. De ahí que el nombre de la empresa, Duralex, provenga del principio latino Dura lex, sed lex, que significa la ley es dura, pero es la ley.
Sin embargo, todo lo que sube, baja. El declive comenzó en 1997, cuando el propietario original, Saint-Gobain, vendió la empresa a los italianos Bormioli Rocco & Figlio. Estos la dejarían en números rojos. Tras ellos, Duralex pasó por manos turcas y en 2008 volvió a florecer con los hermanos André y Antoine Ionnaides. La demanda de artilugios más baratos durante la crisis económica de 2008 y el resurgir de la moda vintage dieron oxígeno a la entidad. No obstante, no el suficiente como para salvarla de la quiebra.
Se rompe la inquebrantable. Una paradoja que no han querido obviar en redes sociales. Con nostalgia, centenares de personas se han despedido de la famosa empresa. De aquella clásica vajilla en la que comió toda España.