Carolina y Ariel hacen fila junto a su hijo Luciano cuando se oculta el sol en el barrio de La Boca, en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, área donde vive la población más vulnerable dentro de la capital argentina. Llenan un envase de plástico con tres porciones de comida y reciben una bolsa con pan que les sirven a través de una mampara de protección de nailon para evitar el contagio de COVID-19, como hacen todas las noches.
"Hace unos meses estábamos en situación de calle y mi hijo vivía con mi mamá, pero tuvimos suerte y unos conocidos nos comentaron que se había vaciado una pieza en un conventillo y no lo dudamos. Mi marido hace años trabaja como cartonero, pero la situación está muy difícil", contó a Sputnik Carolina.
Es la primera vez que se acercan al comedor comunitario Pancita llena, corazón contento, ubicado enfrente del estadio del célebre club de fútbol Boca Juniors, para tener algo para cenar, pero su vulnerabilidad económica los obliga a acudir a las distintas ollas populares que hay en la zona todos los días. Y están lejos de ser una minoría en Argentina.
Además se encuentran las diferentes iniciativas autogestionadas, que no reciben el apoyo del Gobierno para financiarse, entre las que se incluyen numerosas organizaciones de muy diferentes esferas, desde fundaciones con apoyo privado hasta las ollas populares ofrecidas a pulmón por vecinos, muchas veces para suplir la desaparición de comedores que cerraron por el Aislamiento obligatorio y el miedo al contagio.
"Estamos desde las 11 de la mañana hasta las siete de la tarde, cuando entregamos la cena, de lunes a sábado. Atendemos a unas 250 familias; se acerca uno y se lleva para cinco o seis, y además hacemos recorridos para nueve abuelos, el más joven tiene 94 años", dijo a Sputnik Marcela Verónica Morales, fundadora de Pancita llena, corazón contento.
Los comedores no dan abasto
Tan solo en La Boca, un barrio popular tradicional ubicado en la zona portuaria de la desembocadura de la cuenca del Río Matanza-Riachuelo en el Río de la Plata, existen por lo menos 15 comedores comunitarios y sedes de organizaciones sociales, políticas, religiosas y sindicales que ofrecen ollas populares a vecinos necesitados y personas en situación de calle.
Esto se replica en todas las villas y barrios populares de mayor pobreza de la capital, en el conurbano de la provincia de Buenos Aires y en los márgenes de todas las grandes aglomeraciones urbanas de un país con 35% de su población en la pobreza.
Allí se registra un colapso de las capacidades de comedores y merenderos para dar abasto con una demanda que, reclaman, se ha cuadruplicado desde el inicio de la cuarentena debido al cierre de las escuelas, donde tradicionalmente los niños reciben desayuno y almuerzo, y la imposibilidad de los trabajadores informales y de la economía popular para ejercer sus oficios y ganarse el pan.
El apoyo estatal a las principales organizaciones sociales se ha visto comprometido con el advenimiento de la pandemia. Barrios de Pie, un movimiento popular que coordina y coopera con cerca de 1.800 comedores en todo el país, asegura que los envíos de alimentos tienen dos meses de retraso, que reciben menos que hace un año a pesar de la profundización de la crisis y que las necesidades se empiezan a extender a los barrios de clase media baja.
El Ministerio de Desarrollo Social nacional anunció a mediados de julio el lanzamiento de un Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios de Organizaciones de la Sociedad Civil (Renacom), que permitirá crear un mapa completo en todo el territorio y contar con estadísticas para dar seguimiento y potenciar el trabajo de estos actores fundamentales.
La iniciativa se presentó en un encuentro virtual con funcionarios provinciales y nacionales, referentes de organizaciones sociales eclesiásticas, sindicales e independientes y representantes de entidades especializadas en alimentación y nutrición.
"Es muy triste que nuestro país, tan lindo, esté pasando por una pandemia que, hasta que no haya una vacuna, no se va a terminar. Está muy difícil para la gente, tratamos de sumar, codo a codo. Los más dañados de todo esto son los abuelos, las mujeres y la gente laburadora que hoy no puede salir a trabajar", contó Marcela, quien les prometió a los que hacían la fila que al día siguiente [29 de julio] habría ñoquis, el tipo de pasta que se suele comer los días 29 del mes en Argentina.