El 27 de junio de 1994 una noticia sacude el estado de Florida: dos hombres asesinaron salvajemente a Casimir Sucharski, dueño de un club nocturno, y a dos bailarinas que lo acompañaban en el interior de su vivienda en Miramar, ciudad ubicada en el condado de Broward.
"Yo este caso lo había visto en la televisión. Yo estaba en Connecticut y recuerdo exactamente cómo lo anunciaron por la televisión: como un asesinato bien hecho que parecía de una mafia o algo así", relata Cándido Ibar, padre de Pablo, un jugador profesional de la pelota vasca nacido en Guipúzcoa que migró a Estados Unidos en la década de los sesenta.
Tres semanas después, Cándido recibe una llamada. Su hijo Pablo, que vivía momentáneamente con su madre en Florida (EEUU), había sido detenido por acompañar y esperar en un auto a dos amigos que asaltaron una vivienda. Estando Pablo en la comisaría, uno de los detectives recibe la fotografía del asesino del caso Miramar y considera que se parece a Pablo. Se fue tras él y le dijo "te tengo". A partir de ahí empieza una larga historia que, según la familia, ha estado plagada de irregularidades y que ha llevado a un inocente a ser condenado primero a pena de muerte y luego a cadena perpetua por un crimen que, aseguran, no cometió.
"Ha sido muy duro. Es algo que no se puede comprender porque nosotros somos una familia que, aún hoy en día, nunca, ha tenido una pistola en la casa, aunque en Estados Unidos es muy normal, nosotros nunca la hemos tenido y de un día para otro todo nos cambió", confiesa Cándido.
Pablo ha confesado varias veces que "no era un santo" porque frecuentaba con amigos que trapicheaban droga, pero que "jamás he matado a nadie". Demostrar su inocencia le ha costado a la familia Ibar 26 años y unos dos millones de dólares.
El 25 de enero de 1998 el primer juicio contra Pablo se declaró nulo por las discrepancias entre el jurado sobre el veredicto. Dos años después, en un segundo juicio, Pablo fue declarado culpable y condenado a pena de muerte.
"Yo no pude tocar a mi hijo hasta después de salir culpable en el segundo juicio y llevarlo al corredor de la muerte. Estuve seis años sin poder tocarlo. Solo podía visitarlo y verlo a través de una ventanilla, nada más, sin ser declarado culpable. Se murió su madre después del primer juicio, aún no había sido declarado culpable, y no lo pudimos llevar a la funeraria ni con fianza ni con nada. Su caso ha sido algo que no se puede entender", sostiene Cándido.
Pablo Ibar pasó 16 años encerrado en una celda de dos metros por tres en el corredor de la muerte, donde solo se puede ver el sol 45 minutos dos veces por semana, siempre y cuando no llueva o no haya recuento de internos, y donde el calor del verano convierte esas cuatro paredes en un verdadero infierno.
"Se nos permite ducharnos tres veces por semana, durante unos diez minutos. Nos llevan a las duchas esposados por la espalda. Una vez en la ducha, nos quitan las esposas. Antes de que te des cuenta, la ducha termina y los guardias te vuelven a esposar y te llevan de regreso a la celda donde estarás encerrado el resto de la noche y al día siguiente, siempre encerrado solo a la espera de la muerte (…) Así el cansancio llega y si no hace mucho calor, intento dormir. Me encanta dormir porque en este sitio no me pueden quitar mis sueños", contaba Pablo en una carta que divulgó hace varios años.
El 4 de febrero de 2014, el Tribunal Supremo de Florida anuló la condena contra Pablo Ibar y ordenó repetir el juicio porque consideró que había tenido una "defensa ineficaz" y que había sido condenado con pruebas "escasas y débiles".
Irregularidades del caso
La familia Ibar, sus abogados y la gente que los apoya denuncia que Pablo es una víctima, que no ha tenido un juicio justo y que en estos 26 años la justicia se ha ensañado contra Pablo y nunca ha abordado otras líneas de investigación sobre este caso.
"Tenemos el caso de una persona a la que se le acusa con una foto extraída de un vídeo de vigilancia en blanco y negro, con poquísima resolución, fuertes contrastes lumínicos. ¿Que se parece a Pablo? Pues solo faltaría que no se pareciera. Si solo estuviéramos hablando de la foto yo admitiría que, como todo en la vida, puede ser discutible. Pero es que no solo estamos hablando de la foto. La foto fue el inicio de una cadena de injusticias. Da toda la impresión que cuando alguien en esa comisaría dice que Pablo se parece al hombre que sale en el vídeo borroso, en lugar de investigar para llegar a un culpable, pues hacen al revés: tienen ya su culpable e investigan hacia atrás, construyen el caso contra Pablo", explica Andrés Krakenberger, portavoz de la Asociación Pablo Ibar y expresidente de Amnistía Internacional.
Otra de las pruebas que expone la familia Ibar es que esa noche, a la hora del crimen de Miramar, Pablo estaba con Tanya, la que entonces era su novia y ahora es su esposa. Una mujer que no lo ha abandonado en estos 26 años de prisión y con quien tiene dos hijos de 13 y 9 años.
"Parece que Tanya le dijo que se fuera a dormir esa noche con ella porque la madre y la hermana mayor se habían ido de viaje a Irlanda. Dejaron a una tía cuidando a Tanya y a la hermana pequeña. Pablo llegó a su casa como a la una de la madrugada y durmió allí. En la mañana, la hermana va al cuarto de Tanya y los ve. La tía se levantó y llama a la madre de Tanya para contarle lo ocurrido, incluso esa llamada está en la factura telefónica. Pero no nos permiten utilizar esas pruebas en el juicio", denuncia Cándido Ibar.
La defensa de Pablo sostiene que ninguna de las pruebas halladas en la escena del crimen coinciden con Pablo.
"En el vídeo, que es muy desagradable, se puede ver cómo los dos perpetradores matan a las tres personas de una manera brutal y luego empiezan a revolver todo buscando algo. En ese revolver dejan multitud de huellas dactilares y ni una de esas huellas coincide con las de Pablo Ibar. La fiscalía para justificar eso dijo que en el vídeo era evidente que los perpetradores llevaban guantes. Pero si tú al ver ese vídeo eres capaz de discernir que llevan guantes, pues felicitaciones, porque es imposible verlo, la resolución es ínfima. Pero, no es solo eso, es que ¿si llevan guantes por qué hay tantas huellas dactilares? Es absurdo", detalla Krakenberger.
"También en el vídeo se ve un momento donde uno de los perpetradores se quita una camiseta que lleva enrollada alrededor de la cabeza, como pasamontañas, se limpia el sudor y se marcha de la imagen. Esa camiseta se halla en el jardín del lugar de los hechos. Esa camisa está plagada de ADN de cinco personas (de las tres víctimas y de dos personas de sexo masculino no identificadas). Ninguna tiene relación con Pablo", insiste Krakenberger.
Pero con estas mismas pruebas que el Tribunal Supremo de Florida consideró "escasas y débiles" en 2016, la fiscalía volvió a acusar a Ibar en el tercer juicio que se inició en octubre de 2018, un nuevo juicio, que según detalla la familia, tuvo varias particularidades:
- El fiscal Chuck Morton, quien había acusado a Ibar en el primer juicio y que se había jubilado siete años antes, volvió a los tribunales solo para retomar el caso Ibar.
- El juez no permitió que se informara al jurado que Seth Peñalver, coacusado por el mismo caso, había sido absuelto.
- No se permitió a la defensa explicar al jurado que el primer juicio contra Ibar fue declarado nulo.
- El miembro del jurado que denunció haber recibido fuertes presiones para culpar a Pablo fue apartado de su cargo.
- No se tomó en cuenta declaración de un testigo de la propia fiscalía, experto del FBI en la lectura de vídeos, que dijo que por la imagen del vídeo "no podría decir que sea Pablo".
- Expertos de la fiscalía interrogados por la defensa admitieron que "la custodia de las pruebas de ADN estaba comprometida" y que pudieron haber sido contaminadas. Estas declaraciones se dieron luego de que el fiscal Norton presentara una prenda en la que había una mancha que coincidía parcialmente con el ADN de Ibar.
Pese a todas estas irregularidades denunciadas por la familia y la defensa, en mayo de 2019 Pablo Ibar fue condenado a cadena perpetua y trasladado a la cárcel Okeechobee en Florida, que según denuncian sus familiares, está en peor situación que en el corredor de la muerte.
"Parece que hay mucha droga, mucha violencia, cuchilladas. El primer compañero de celda que le trajeron, al segundo día de llegar, fue acuchillado, le dieron siete cuchilladas por todo el cuerpo, quedó todo el cuarto lleno de sangre. Él había ido a comer y al volver encontró eso. Imagínese el terror que le tuvo que entrar a Pablo. Al segundo compañero, que era un puertorriqueño lo hirieron también a la semana de esta ahí", cuenta el padre de Pablo.
La familia y la defensa de Ibar aseguran que apelarán y que no se rendirán hasta alcanzar la libertad de Pablo.
"Aunque parezca difícil, yo todavía tengo esperanzas de que él va a salir. Tiene que salir y ese día lo primero que haría es irlo a buscar a la cárcel con el cónsul español, lo sacaría de EEUU y lo traería a España. Yo, personalmente, no volvería ahí", asegura Cándido.
Esta semana Pablo Ibar ha enviado dos vídeos pidiendo ayuda para "salir de ese infierno" y anunciar que seguirá luchando por defender su inocencia.
Sobre su historia ya hay un libro y una serie documental.
Son muchos los que se preguntan, dentro y fuera de España, si en esa celda está encerrado un hombre inocente pagando por un delito que no cometió.
"Tenemos a un inocente condenado a cadena perpetua y en un caso como este no se puede operar ni con pesimismo ni con optimismo. Aquí la clave es la determinación. Ni soy pesimista ni optimista. Estoy determinado a llegar al final de este caso y que se haga justicia", enfatiza Krakenberger.