Internacional

Transexual colombiana en busca de asilo: "Dejé de mostrarme como era por rechazo"

Las peticiones de asilo por discriminación de género escasean. Jeisy Escorcia es una mujer transexual colombiana que llegó a Madrid pidiendo asilo. Tuvo que huir de su país por el rechazo social.
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"Me lo decía el otro día un amigo: sacan a todos a bailar menos a él. Y eso que no es transexual, es queer", cuenta Jeisy Escorcia para reflejar la discriminación en Colombia de quien no tiene un "género normativo". A ella le pasaba lo mismo en su país natal. Incluso más grave. Ingeniera de Minas, Jeisy trabajaba en un sector masculino. Y no gustaban sus formas. "Me pedían que no mostrara amaneramiento para hacerme respetar", rememora por teléfono. A sus 28 años, Jeisy Escorcia pide asilo en Madrid después de sufrir insultos, vejaciones y hasta el rechazo de su familia por no acoplarse a una identidad prefijada. "Me estaban haciendo muchísimo daño", revela.

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Ese daño fue el "impulso" definitivo para abandonar su país natal. El éxodo no lo provocó ni el conflicto armado en Colombia (que vivió de pequeña en su pueblo —Pivijay, a dos horas al sur de Barranquilla— y que aún sigue latente) ni la pobreza. Lo causó su género. Ahora, en España busca la protección por ese motivo. De momento, espera a la posibilidad de asilo mientras le proporciona un piso la asociación Accem. Pero la llegada y esa huida de aquel dolor invisible que sentía al ser repudiada no han sido fáciles.

Jeisy Escorcia empieza el relato desde el origen. Vivía en Barranquilla como coordinadora de comercio. Estaba en una planta relacionada con su especialidad, pero la miraban mal. "Es muy complicado encajar. Ver lo que tú eres y cómo te miran. Había una discriminación brutal de género", explica, añadiendo que eran habituales los días en que se cruzaba con algún "¡maricona!" o "¡sé un hombre!" durante su jornada laboral. Ni siquiera en su círculo más íntimo la apoyaban.

"Mis padres son de una familia muy religiosa y tradicional. No entendían cómo podía ser así". describe. De la angustia, incluso fueron a la psicóloga, que les avisó de que tenían que respetar su libertad. "Aun así, no me aceptaron. Se sentían bastante mal y me retiraron el habla", lamenta ahora, tras varios meses y a miles de kilómetros, en otro continente.

Porque lo que pasó en Colombia era, en resumen, una "confrontación continua". Se sentía discriminada socialmente. Las alusiones a su ropa, a sus gustos o a la pluma, recuerda, eran constantes. "Y tenía que dejar de mostrarme como era", agrega. Hizo un sondeo previo a dar el salto. Viajó unos meses por otros países de Sudamérica como Ecuador, Perú, Bolivia o Brasil. En cada sitio se dio cuenta de que las opciones de integración laboral o social eran igual de complicadas que en Colombia. "Quería mirar, observar. Pero si no hay posibilidades para un heterosexual, imagínate para un transexual. Ni siquiera con una carrera", lamenta.

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Tuvo un espejismo en Brasil. Le tocaron días de Carnaval y se diluyó entre la masa. Al acabar, no obstante, regresó a su muro: la identidad de género que chocaba con lo de alrededor. "En mi estado de transición, encima, era difícil estar tranquila", explica. Volvió a su casa y trató de resguardarse en Medellín, "una ciudad algo más abierta". Ambas intentonas fueron en balde: ni aun habiéndose borrado de algunas redes sociales un par de años antes se libraba del acoso, físico y virtual. Hasta recibió algunas "invitaciones" a marcharse. "Teniendo en cuenta cómo estaba el país, y los asesinatos de líderes sociales, me lo tomé como una amenaza", argumenta, en referencia a la vulnerabilidad de las minorías y los manifestantes en el país sudamericano.

No hubo alternativa. Un billete la trajo a Madrid. En "el primer mundo" presumía una seguridad que allí intuía imposible. De todas formas, la adaptación fue dura. No temía por su integridad, pero tampoco obtuvo abrazos. "Me encontré con algo de discriminación, incluso dentro del movimiento LGTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales). Un día, vino un amigo brasileño a verme y fuimos a Chueca [afamada zona de Madrid con bares de ambiente]. En un local, les impidieron el acceso.

"Nos dimos cuenta de que también se establecen distinciones en el colectivo, que separan entre quien tiene amaneramiento o se comporta como un macho", avisa, "existen estereotipos y sigue habiendo machismo".

Además, estaba recién llegada y sobrevivía "alternando hostales y alojamientos de amigos". Añoraba un hogar, pero sobre todo el clima tropical de su Caribe. "Estaba a mediados de noviembre y hacía frío. Yo deambulaba de un sitio a otro", narra. Dio con la asociación Kifkif, que ayuda al colectivo LGTBI. Le proporcionaron un piso en Vallecas, al sur de la capital, durante un tiempo. Supuso un respiro. "Tenía cama y ayuda para alimentación o transporte. También me brindaron con asesoría jurídica", señala. Ahora está igual, en otro punto de la ciudad y con Accem.

El hospedaje de Kifkif tuvo que dejarlo porque les retiraron los fondos públicos: la Comunidad de Madrid anuló las subvenciones de este proyecto, que ahora ha lanzado un crowdfunding para poder abrir el piso por lo menos un año más. El primer objetivo es recaudar 27.000 euros, para aguantar esos 12 meses, y el segundo es alcanzar los 41.200 euros para garantizar la atención personalizada y manutención. "Si este piso se cierra hay 25 personas que sufren vejaciones de todo tipo que se quedan en la calle", indica Javier Navarro, director de Kifkif.

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Unos servicios que utilizaron 3.228 personas a lo largo de 2019 (1.988 eran hombres, 100 hombres transexuales, 633 mujeres cis, 163 mujeres transexuales y 344 personas no binarias) y que está reconocido como proyecto de buenas prácticas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. "Las personas migrantes LGBTI sufren una doble discriminación", aclara Navarro, "y rompen relaciones familiares, pudiendo caer en situación de calle". La ONG calcula que de los 390 solicitantes de asilo de media que pasan la noche en las calles de Madrid, al menos 44 son LGTBI.

"Madrid es el mayor campo de refugiados LGTBI del mundo", aseguraba Samir Bargachi, presidente de Kifkif, en una entrevista de El País

De momento, Jeisy empeña los días pendiente del papeleo. Dice que se encuentra en una primera fase y que se siente "respaldada" por mucha gente. Quiere virar su formación hacia el activismo y la ayuda a los demás. "Esta situación genera mucha ansiedad, mucha depresión. Quiero que los jóvenes se críen en el respeto. Que acepten todas las identidades de género. Todos tenemos capacidades y no hacemos daño a nadie", incide, volviendo a apelar a ese dolor que sufre simplemente por su condición sexual.

Habla de una "doble moral" en la sociedad, que quizás "haya normalizado lo gay, pero no a los trans". "Se necesita un cambio de mente más que un cambio de mirada", apostilla. "La ley ya dice que somos iguales antes ella, pero es mentira, no se cumple. Tienes la bandera multicolor, pero no haces nada", se queja Jeisy, recordando a esos porteros que no la dejaron entrar a un bar de ambiente en Chueca o a aquel amigo con quien nadie sale a bailar.

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