El siglo XX ha sido por demás fructífero para la industria armamentista, que ha tenido infinidad de conflictos bélicos para poner a prueba sus avances e incentivar la creación de nueva tecnología de guerra. Sin embargo, parece ser que en este campo no todo tiempo futuro es mejor.
Recientemente, investigadores de la Universidad de Duke, Estados Unidos, hicieron un descubrimiento sorprendente: los cascos que utilizaban los soldados durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) no son peores que los que se utilizan actualmente en el mundo. Incluso, comprobaron que los cascos utilizados por el Ejército francés eran incluso mejores que los actuales.
En efecto, los primeros cascos estaban diseñados exclusivamente para proteger la cabeza de impactos de bala. Hacerlos para resistir una explosión resultaba innecesario, puesto que la onda de choque provocaría la muerte del soldado por un trauma pulmonar antes de generar daños en su cráneo.
Todo cambió a medida que las armaduras se perfeccionaron, otorgando mayor protección a las tropas. Los cascos comenzaron entonces a ser más importantes a la hora de enfrentar una onda de choque. Sin embargo, no parecieron mejorar en su consistencia.
"Mientras encontrábamos que todos los cascos proveían un cantidad sustancial de protección contra las explosiones, nos sorprendió descubrir que los cascos de 100 años de antigüedad eran tan buenos como los modernos", dijo el ingeniero biomédico Joost Op’t Eynde, según recoge un reporte de la universidad.
Los científicos comprobaron que los cascos antiguos no solo eran tan buenos como los nuevos en términos generales, sino que en algunos aspectos "estaban mejor hechos". Uno de los mejores ejemplos de esto es el modelo 'Adrian', utilizado por el ejército francés durante la guerra y con mejor protección para explosiones que los diseños actuales.
La investigación incluyó el desarrollo de un sistema para testear la performance de los cascos utilizados en la Primera Guerra Mundial: el 'Brodie' del Reino Unido y EEUU, el 'Adrian' francés y el 'Stahlhelm' de Alemania, además de una variante estadounidense conocida como 'Casco de combate avanzado'.
El sistema de prueba consistió en colocar los diferentes cascos sobre la cabeza de un maniquí, situado justo debajo de un tubo generador de 'explosiones' a partir de helio. Cada casco fue sometido a ondas de choque de diferente magnitud, correspondientes a diferentes tipos de artillería alemana explosionada a cinco metros de distancia. Los científicos compararon la presión recibida por la cabeza del maniquí con el daño cerebral que el impacto podría haber causado en un soldado.
Según Op’t Eynde, el resultado del experimento fue sorprendente porque el casco francés "fue fabricado con materiales similares a los usados por alemanes y británicos, e incluso tiene un pared más delgada". La clave, comprendieron, está en que el casco francés tiene "una cresta en la parte de arriba". Esa pieza, que originalmente estaba pensado para rebotar los disparos de ametralladora, también funcionaba para las ondas de choque.