Macri, que encabeza una coalición social-liberal, perdió por 15 puntos de diferencia frente a su principal pretendiente, el neoperonista Alberto Fernández, elegido por la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner para encabezar el binomio electoral, en la que ella se reservó el puesto de la vicepresidencia.
Las cifras obtenidas tanto por Macri como por Fernández son también muy ilustrativas porque muestran cuán lejos o cerca puede quedar cada uno de ellos del 45% de los votos. Ese ansiado porcentaje sería suficiente para evitar la segunda vuelta o balotaje que está fijada para el 24 de noviembre. También ganaría quien alcanzara el 40% de los sufragios con, al menos, 10 puntos porcentuales de diferencia con respecto al segundo pretendiente.
Fernández se llevó el 47% contra el 32% de Macri. El termómetro, pues, no deja lugar a dudas: el oficialismo está en claro retroceso y ha encajado un tremendo varapalo ante el peronismo. Macri tiene algo más de dos meses para recuperar terreno y forzar el balotaje. Ya lo hizo en 2015, cuando perdió las PASO con el entonces candidato peronista, Daniel Scioli, por 38% a 30%. Luego, en octubre de aquel año, se colocó solo a tres puntos porcentuales de diferencia en la primera vuelta para terminar ganando las elecciones, en la segunda ronda, por un estrecho margen (51%-49%).
La estrategia contrarreloj de Macri pasa por ganarse el voto de otros candidatos distintos a Fernández pero algo cercanos, por ejemplo, el exministro de Economía Roberto Lavagna o el ultraliberal José Luis Espert. La otra opción que jugará el todavía presidente argentino es más factible y se basa en movilizar a todo el electorado oficialista que no salió de casa para acudir a las primarias. La participación de las PASO rondó el 75%, pero en los comicios suele crecer entre cinco y ocho puntos porcentuales.
Alberto Fernández, de 60 años, ha llegado a la competición con un discurso en el que ha denunciado las "mentiras" del Ejecutivo. En su primer discurso, nada más conocer la noticia de su triunfo incontestable en las primarias, lanzó un mensaje de unidad que, en sus palabras, busca terminar con "la venganza" y con "la grieta", un término muy gráfico que suelen emplear los argentinos para referirse a la profunda brecha que separa a los partidarios del kirchnerismo de sus detractores. Esa polarización ha tenido no solo consecuencias políticas sino también económicas pues ha frenado el desarrollo de propuestas que necesitan de consensos, de pactos de Estado.
Fernández fue jefe de gabinete del presidente del país durante cinco años, desde 2005 a 2008; primero de Néstor Kirchner y posteriormente de su esposa, Cristina Fernández de Kirchner. No es, por tanto, un recién llegado al mundo de la política sino que ha estado muy dentro de las cocinas del poder.
La cita con las urnas de octubre se presenta extremadamente emocionante pues anuncia la posibilidad de un nuevo cambio político-ideológico relevante para Argentina y para toda Latinoamérica: el retorno del kirchnerismo o ¿quizás más bien la llegada del postkirchnerismo?
Con una economía claramente debilitada, Alberto Fernández parece dispuesto a devaluar el peso argentino para hacer así más competitivos sus productos nacionales en el proceloso mercado internacional, aunque esa medida monetaria tendrá efectos adversos en el rumbo de la inflación, provocando una subida por encima del actual índice interanual que en junio llegaba al 55,8%.
El terremoto ocurrido ha dejado en estado de shock a todo el Gobierno, empezando por el propio presidente, quien preveía una victoria ajustada de Alberto Fernández, pero no tamaña bofetada.
Las primarias deparan otra certera conclusión que ha dejado en ridículo a las empresas de sondeos de opinión y a no pocos comentaristas de prensa: El peronismo sigue muy vivo en Argentina. Para algunos es algo más que un movimiento político o una cultura, es un destino.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK