El sol por fin dio un respiro al agobio de todo el día. La parte de la caravana que avanzó a ritmo más lento se hospedó en Huehuetán, un pequeño pueblo chiapaneco al que no le había tocado recibir a los migrantes de las caravanas previas.
Tirados sobre el pasto descansan tres hombres de edades distintas pero con una trayectoria similar: son exmilitares. Dos de ellos provenientes de El Salvador y uno de Guatemala.
Más: Largas esperas para el ingreso legal a México mantienen a los migrantes en Guatemala
Los tres están de acuerdo en que ellos tampoco recibieron apoyo una vez que salieron del servicio del Estado. Sólo el mayor había salido previamente del país y recibido la tarjeta de visa humanitaria que el Gobierno mexicano les brindó a unas 18.000 personas en el primer mes de 2019. Ese hombre nacido en 1960 también enseña otro carnet, de veterano de la guerra civil salvadoreña.
Los tres entraron a México por el río y se conocieron en la caravana, ahora viajan en grupo y se comparten lo que consiguen para comer. Esta caravana no ha conseguido apoyo como las otras.
Además: La caravana de migrantes sale de Tapachula hacia Huehuetan rumbo a EEUU
El más joven se para lentamente y se acerca. Tiene una pierna más corta que la otra y cuando se levanta la camiseta enseña una enorme cicatriz que le atraviesa el estómago de manera vertical.
"Mi madre tenía un comercio, pero la extorsionaron", empezó contando para explicar lo sucedido. "Pero uno no va a estar trabajando para la mara, entonces volvieron a agredirla".
"Tres años tuve que pasar tirado en una cama para volver a caminar, como si fuera un niño", dice con la voz entrecortada y los ojos llorosos, propios de quien ha vivido ese dolor y se ha esforzado para sobrevivir y poder contarlo.
En el momento del ataque, tenía dos meses fuera del servicio militar. Había pedido que lo mandaran lejos de su municipio, a trabajar a otro departamento de El Salvador para no tener que vivir las represalias de las maras y las pandillas, pero el fuego lo encontró igual. Tiene las marcas de los impactos de bala en la espalda y a la altura de la cadera.
Dice que los investigadores de la fuerza militar fueron a verlo, pero lo hicieron de menos porque él ya había dejado las filas. "Sólo mi familia me ayudó, pero pasé años pagando las medicinas necesarias. A veces tuve que pedir dinero para conseguirlas", dijo el joven a Sputnik.
Vinculado: Conoce el mecanismo transnacional independiente que identifica migrantes desaparecidos
Ya había visto partir otras Caravanas, hasta que finalmente se decidió. "Fue por simple instinto, me encomendé a Dios y por cada Iglesia que paso, la visito. Pido a Dios que no me pase nada y gracias a él sigo con vida, comiendo gracias a los que me comparten, soportando el hambre y los desvelos", relató.