La historia se repite: las mujeres que decidieron entregarse a Dios se levantan al alba y deben preparar el desayuno para los altos rangos eclesiásticos. El trabajo doméstico prosigue y deben asegurarles el resto de las comidas, la ropa lavada y planchada y toda la casa en orden.
Pero no tienen ningún tipo de contrato y sus remuneraciones son aleatorias, a diferencia de los laicos (otra categoría dentro de la Iglesia), cuyas condiciones de empleo están más definidas. Las jerarquías de la institución crean además una suerte de segregación de las religiosas.
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"¿Un eclesiástico piensa que puede hacerse servir la comida por una monja y luego dejarla comer sola en la cocina una vez que le haya servido? ¿Es normal que un consagrado sea servido de esta manera por otra consagrada? ¿Encima sabiendo que las personas que están destinadas al trabajo doméstico son casi siempre mujeres, religiosas? ¿Acaso nuestra consagración no es igual a la de ellos?", se pregunta sor Marie, una de las entrevistadas por Kubacki.
El hecho de que los hombres manejen la institución es uno de los motivos de la falta de equidad, pero muchas veces las madres superioras de cada congregación cortan las alas a las monjas cuando tienen oportunidades de crecimiento propio, detalla el artículo. En ocasiones, cuando se enferman, no tienen apoyo espiritual de los curas y son sustituidas por otras "como si fueran intercambiables".
"Está difundida la idea de que las monjas no trabajan por contrato, que están allí para siempre, que no hay condiciones estipuladas. Esto crea una situación de gran injusticia. También es cierto que sin contrato las religiosas son más libres de dejar un trabajo sin preaviso. Todo juega a dos frentes, a su favor y a su contra", indicó sor Paule, otra de las monjas entrevistadas por Kubacki.
Muchas se dedican a la enseñanza y deben realizar sus tareas sin que medie remuneración. Sin embargo, si un cura va a dar una misa, exige un pago, explica una religiosa. La combinación de todo esto genera una situación de pobreza y sumisión.
"Jesús vino a liberarnos y a sus ojos somos todos hijos de Dios, pero en sus vidas concretas, muchas monjas no viven esto y sienten una gran confusión un una gran incomodidad", concluye sor Marie.