Una guerra comercial está en curso entre Estados Unidos y China. Un buen ejemplo es el proyecto de ley presentando por dos senadores el 8 de febrero, que prohibiría al Gobierno de Donald Trump la compra de teléfonos Huawei y ZTE. El principal argumento es que el gobierno chino podría explotar las 'puertas traseras', hipotéticas o reales, de los dispositivos para espiar a funcionarios gubernamentales. En los últimos meses, se queja Global Times, Washington "ha fortalecido el escrutinio de las firmas chinas, alegando motivos de seguridad".
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Algo similar sucede respecto a la Ruta de la Seda (Un Cinturón, Una Ruta), con la que China está alfombrando su comercio con Europa mediante fuertes inversiones en infraestructura. El 18 de febrero, días antes de la visita del primer ministro de Australia a Washington, el influyente The Australian Financial Review informó que "Australia está discutiendo con los Estados Unidos, India y Japón un plan de infraestructura regional conjunto para competir con la iniciativa del Cinturón y la Ruta, en un intento de contrarrestar la influencia de Pekín".
Días después Asia Times aseguró que "el plan propuesto por Australia, Estados Unidos, India y Japón está empezando a parecerse a una 'amenaza' para las ambiciones de la segunda mayor economía del mundo de incrementar su presencia global". El medio destaca la "gélida" acogida que tuvo la propuesta entre los funcionarios de Pekín, que la observan como el modo de frenar la mayor proposición china de expandir su influencia, y su moneda el yuan, a escala global. Australia es el principal aliado de Washington en la región, y las relaciones económicas son muy estrechas ya que EEUU es el único destino de las inversiones en el extranjero de Australia, por un valor de 482.000 millones de dólares.
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En paralelo, las empresas australianas como Macquarie, Lendlease, Transurban son líderes mundiales en el sector financiero y de construcción de infraestructuras, lo que les permitiría —en alianza con las capacidades de Japón e India en tecnología, informática y producción de acero— llevar a cabo proyectos que pueden competir con la Ruta de la Seda propuesta por Xi Jinping en 2013.
La primera es que Estados Unidos ha tejido una red de alianzas desde 1945, y aún antes, que han sido los pilares sobre los que se asienta su hegemonía global. Se trata de alianzas económicas, políticas y militares que llevan alrededor de 70 años en pie. Esas alianzas se han debilitado, algunos países ya no tienen buenas relaciones con Washington, pero en modo alguno puede darse la imagen de un país aislado rodeado de enemigos, como a veces suelen dibujarlo los analistas.
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Si nos fijamos en América Latina, por poner sólo este cercano ejemplo, veremos que los tres países más influyentes de la región (Brasil, México y Argentina) siguen siendo potentes aliados de EEUU. La estrategia que en su momento usaron para frenar la Unasur, el ALBA y la CELAC (las tres instancias de integración más críticas hacia el Consenso de Washington), fue muy similar a la que ahora implementan en Asia: en 2011 crearon la Alianza del Pacífico, inicialmente con Chile, México, Colombia y Perú, a los que se sumaron luego Costa Rica y Panamá.
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La tercera es que la efectiva posibilidad de China de ganarse aliados tiene también sus límites, ya que cada aliado que gana un lado lo pierde el otro. Es más difícil ganar un aliado nuevo que mantener uno que lleva años colaborando. En este caso, China debe hacer muchas concesiones para ganarse la confianza de países que hasta ahora estuvieron bajo la órbita de los Estados Unidos.
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