"Todos han visto cómo reaccionamos [a un ataque químico], pues no sería buena idea repetirlo", declaró Mattis haciendo referencia al infame ataque de abril de 2017.
Pero ahora, Mattis admitió no haber visto ninguna evidencia del uso del gas sarín —de lo que acusan a Damasco— en aquel incidente o algún otro:
"No tengo evidencia. Lo que digo es que hay grupos en el terreno, organizaciones no gubernamentales y combatientes en el terreno afirmando que el sarín sí fue usado. Estamos buscando la evidencia. Por el momento no la tengo", reconoció el jefe del Pentágono.
A su vez, Moscú estuvo entre los críticos de las decisiones de EEUU basadas en testimonios sacados de las redes sociales y las declaraciones de los grupos opositores a Damasco.
Desde el ataque, Washington mantuvo intacta su postura sobre la culpabilidad de Damasco, usando el tema de las armas químicas como herramienta de presión contra el presidente sirio, Bashar Asad, y sus aliados, en este caso Rusia e Irán.
Además, Rusia sugirió que al trazar las 'líneas rojas' de este tipo para Damasco, dada la culpabilidad automática de Asad, EEUU en esencia va incentivando a los grupos armados opositores de llevar a cabo ataques de bandera falsa con el fin de provocar una respuesta armada de Washington contra el Ejército sirio.
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Sin tener ya ninguna posibilidad de lograr una victoria militar sobre las tropas sirias, los opositores o radicales pueden teóricamente recurrir a las provocaciones para 'solicitar' así una intervención militar externa contra Damasco.
La declaración de Mattis, de hecho, ha confirmado estas preocupaciones de Moscú: el ataque con misiles de crucero, así como la incesante retórica acusativa contra Asad, de hecho, carece de fundamentos. Y en el Pentágono lo saben.
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