Cuando el pasado 27 de septiembre estallaron las hostilidades en Nagorno Karabaj, Turquía fue el único país que prestó su apoyo incondicional a uno de los beligerantes. Según las declaraciones armenias, los militares turcos estarían presentes en los puestos de comando azeríes y un caza otomano habría derribado un avión militar armenio. De seguir así, advirtió el primer ministro de Armenia Nikol Pashinián, tarde o temprano Turquía volvería a asediar Viena, como ocurrió en 1683.
De la perspectiva europea a la neotomana
En los últimos decenios la política exterior de Ankara sufrió una profunda transformación. Baluarte de la OTAN durante la guerra fría, en los años 90 el país otomano se fijó el objetivo de entrar en la Unión Europea. Sin embargo, según comenta Fiódor Lukiánov, director de estudios del club internacional de debates Valdái, "la probabilidad de la adhesión de un país musulmán grande, enérgico y ambicioso asusta a la UE que tiene miedo de que Turquía ejerza una influencia demasiado fuerte sobre la Comunidad".
Con esta política neotomanista el presidente Recep Tayyip Erdogan trata de transformar Turquía en una superpotencia regional. Pero, además de este objetivo supremo, Ankara tiene objetivos concretos de carácter político y económico.
Ambiciones bien calculadas
En los últimos años la atención de Ankara parecía concentrada sobretodo en el Medio Oriente, donde su ambición consiste no sólo en ampliar su influencia, sino también en evitar un fortalecimiento de los kurdos, ya que la creación de un Estado kurdo sigue siendo la peor pesadilla para las autoridades turcas. Para debilitar a los kurdos, el país otomano intervino directamente primero en Irak en 2016 y después en Siria en 2019.
Si en el Medio Oriente los intereses de Ankara son más bien políticos, en el Mediterráneo está presente un fuerte componente económico, relacionado en primer lugar con la búsqueda y la extracción de hidrocarburos.
En Libia Turquía apoya el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), encabezado por Fayez al Sarraj, al que manda mercenarios sirios y material bélico. Además, el pasado 27 de noviembre Turquía y el GAN firmaron un acuerdo sobre la demarcación de las áreas marítimas de los dos países, que Grecia, Egipto y el Parlamento de Libia con la sede en Tobruk calificaron de ilegal.
El país otomano también obtuvo el derecho de establecer una base naval en Misurata y una base aérea en al-Watiya y de llevar a cabo varios proyectos, en primer lugar, en el sector de construcción, que habían sido lanzados en los tiempos de Gadafi y suspendidos con el inicio de la guerra civil en Libia. En la práctica, Ankara prepara el terreno para asegurarse el acceso privilegiado a los ricos recursos energéticos del país magrebí.
Los intereses en el campo energético también existen en las relaciones entre Turquía y Azerbaiyán: Ankara quisiera reforzar su control sobre los yacimientos de hidrocarburos azeríes y los oleoductos que los transportan a Europa.
Reacciones internacionales adversas
En la escena internacional Azerbaiyán, el GAN libio y la autodeclarada República Turca del Chipre del Norte son los únicos países que aprueban el protagonismo de Ankara.
En cuanto a los actores internacionales de primer orden, Estados Unidos ha demostraron su descontento con las actividades turcas, en particular, con la decisión de adquirir los sistemas de misiles antiaéreos S-400 de fabricación rusa, pero, dado que en los últimos años Washington da prioridad a la rivalidad con China, el Medio Oriente y el Mediterráneo Oriental se convirtieron en zonas de menor interés para EEUU, lo que permite a Turquía actuar sin temer reprimendas o sanciones norteamericanas.
A su vez, Rusia, tras haber resuelto el conflicto causado por el derribo del avión militar ruso en Siria por los turcos en 2015, mantiene contactos estrechos con Turquía, a pesar de que los dos países tener intereses contrastantes en Siria, Libia y en el Cáucaso del Sur. Sin embargo, las recientes hostilidades en Nagorno Karabaj suponen una nueva prueba para las relaciones entre Moscú y Ankara.
Es muy poco probable que en el próximo futuro Erdogan renuncie a sus planes neotomanos. Visto que los países vecinos, como Grecia, Chipre o Armenia, son demasiado débiles para oponerse al ímpetu turco y los actores internacionales mayores no pueden o no quieren intervenir, lo único que lo puede frenar son los problemas económicos y políticos dentro del país, que son importantes y se vieron agravados por la pandemia del COVID-19. A largo plazo, por mucho que la opinión pública turca se deje impresionar por los logros geopolíticos, por si solos éstos no bastarán para mantener la popularidad del régimen de Erdogan.