El Consejo de Estado de Turquía, el mayor tribunal administrativo del país, suspendió el pasado 10 de julio una ley que databa de 1934 y que había convertido el templo en un museo. Ese fallo provocó una oleada de reacciones negativas en todo el mundo.
El interior de Santa Sofia todavía conserva frescos, iconos y mosaicos incomparables y de valor incalculable. La catedral fue transformada en mezquita imperial después de que la ciudad fuera tomada, en 1453, por las tropas del sultán otomano Mehmet II. Constantinopla, dada su historia, su situación geográfica y su riqueza patrimonial, siempre había representado un codiciado tesoro para califas y sultanes, dispuestos a cumplir la profecía de Mahoma de que un gran conquistador tomaría algún día esa ciudad santa y fortificada enclavada a orillas del estrecho del Bósforo.
La reconversión
La reconversión no es, por consiguiente, un gesto muy ecuménico que digamos. Tampoco es un acto amistoso hacia la comunidad cristiana. Por eso es lógica la breve pero intensa respuesta del Papa Francisco, máxima autoridad católica, quien dijo sentirse "muy dolido" por lo ocurrido.
A través de su directora general, la francesa Audrey Azoulay, la Unesco —la organización de las Naciones Unidas que promueve la cultura, la ciencia y la educación— lamentó "profundamente" el dictamen de las autoridades turcas y convocó al embajador de ese país ante la entidad con sede en París para expresarle sus fuertes preocupaciones.
"Es importante evitar la aplicación de cualquier medida que no se haya discutido de antemano con la Unesco y que conlleve cambios en el acceso físico, en la estructura de los edificios, en los bienes mobiliarios y en la gestión del sitio", subrayó el chileno Ernesto Ottone Ramírez, subdirector general de Cultura de la Unesco.
Tales medidas podrían constituir, en efecto, una violación de las normas establecidas en la Convención del Patrimonio Mundial de 1972. Adaptar Santa Sofía al culto diario musulmán significará tener que tapar u ocultar los bellos iconos y mosaicos expuestos en las paredes, algunos de ellos de importantes dimensiones.
Las manos de Erdogan y los motivos del cambio
Detrás de la sentencia del Consejo de Estado está el mismísimo presidente de Turquia, Recep Tayyip Erdogan, investido de enormes poderes ejecutivos desde la reforma constitucional de 2017. Erdogan ratificó de inmediato, vía decreto presidencial, el fallo del alto tribunal que anulaba una resolución previa de la Corte Constitucional, emitida en 2018, que mantenía el statu quo sobre el asunto.
En clave exterior, este movimiento radical de Erdogan, no menos audaz por ser esperado, encierra varias lecturas. Por un lado, apuntala la idea de que Turquía se está separando a grandes pasos de Europa y sus valores cristianos, buscando una meta neo-otomana que huele a imperialismo y se focaliza hacia el este. El interés por ingresar en el Club de Bruselas ha desaparecido por completo. Otra consecuencia implica la grave erosión del carácter secular de la República de Turquía, tal y como la fundó en 1923 Mustafá Kemal Atatürk, padrino de la citada ley de 1934 que convirtió la valorada mezquita-iglesia en un museo sin pesadas cargas religiosas.
Un mensaje al mundo musulmán
Por otra parte, el cambio de condición del edificio transmite un claro mensaje de unilateralidad y vigor a otras potencias regionales de Oriente Medio como son Irán o Arabia Saudí, especialmente a esta segunda. Los saudíes no están nada contentos con el comportamiento de Erdogan, pero por razones bien distintas a la de los cristianos. Riad entiende que Ankara verbaliza su deseo de competir con ellos por el liderazgo del mundo musulmán.
No era la primera vez que grupos islámicos intentaban cambiar el estatus del famoso edificio, pero en esta ocasión, por el contrario, había nuevos precedentes legales, sentencias judiciales similares, que afectaron a antiguas iglesias bizantinas en las ciudades de Iznik (Nicea) y Trabzon (Trebisonda).
En resumen, el presidente turco considera el tema como una cuestión de soberanía nacional. Concretamente, piensa que Santa Sofía es "el símbolo" de la "fuerza" turca, el primer paso del "renacimiento" del Islam como civilización y la señal de que "Turquía ya no es el objeto de ciertas acciones, sino el sujeto, el actor".