Mesoamérica, es decir, la región que comprendía la mitad sur de México en la época prehispánica, fue una zona de gran producción artística. Tanto es así que Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH, ha escrito el libro Pirámides, montañas sagradas para dar cuenta de la simbología de las estructuras que allí se alzaron y han moldeado la cultura mexicana.
Por otro lado, el experto explicó que la forma piramidal suponía una ventaja en la construcción en el intento de ganar altura:
“En las construcciones, principalmente las antiguas, en las que predominan los núcleos y los recubrimientos de piedra, la mejor forma de ganar altura es la piramidal. Esta forma geométrica, presente en el paisaje circundante, fue dotada por las sociedades que nos antecedieron de significados ideológicos y simbólicos, ligándolos a lo sagrado y a lo mítico”, explicó el especialista del INAH.
La pirámide se convirtió en el eje y el centro de las ciudades desde el que se establecieron patrones urbanísticos, reflejando la forma en la que el grupo constructor concibió su mundo, comentó el autor.
Las pirámides de México son muy características de algunas etnias indígenas como la maya. Algunos ejemplos impresionantes son el Templo de Quetzalcóatl, en Teotihuacán, o el de Kukulcán, ubicado en la Zona Arqueológica de Chichén Itzá, designada en 2007 como una de las siete Nuevas Maravillas del Mundo.