Petare es una parroquia (jurisdicción local) del municipio Sucre, estado de Miranda, situada en el este de la región capital. Los venezolanos o extranjeros que conocen Caracas, saben que es sinónimo de numerosos cerros con precarias y coloridas casas de ladrillos que se han fundido, amontonadas, con el relieve de las montañas.
📹Las preocupaciones por la pandemia por covid-19 pasan a un segundo plano cuando los venezolanos se concentran para obtener un poco de agua para las necesidades de su semana, en medio de fuertes fallas del servicio en Caracas 🇻🇪
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) May 27, 2020
Vídeo cortesía de: Magda Gibelli pic.twitter.com/O9ZBlpW59o
Vivir en un "barrio", como se le llama en Venezuela a los urbanismos de más escasos recursos económicos, nunca ha sido fácil: la inseguridad y la dificultad para acceder a los servicios básicos, entre otras complejidades, siempre han sido habituales, pero muchos sienten que los últimos años la situación se ha agravado.
"En los últimos tres años creo que me han caído como 10 años encima. Cuando sales de una preocupación tienes otra. Llevé el agua, se acabó el gas, tengo el gas, se me terminó la comida... y así", dijo a Sputnik Alexis Solorzano, de 60 años, quien fue chófer y comenta que ahora trabaja "en cualquier cosa".
El hombre va acompañado por dos vecinos del sector La Llovizna de Petare, a los que le dobla en edad. Todos llevan el tapabocas como un colla. El cansancio, el peso y el sol hacen que el COVID-19 luzca como algo lejano, a pesar de que recientemente el presidente Nicolás Maduro reportó la presencia de un caso comunitario en esa zona.
Maquinaria humana
"¡Apúrate, que llegó la cisterna!", grita Antoni Barrios, de 30 años, a Solorzano, mientras en la subida del cerro se observa una larga fila de envases cilíndricos azules.
Ellos tienen que dejar con prisa en sus casas lo que llevan de agua para bajar sus envases, a ver si corren con la suerte de cargar.
Quienes no viven en la calle principal deben cargar las cubetas por empinadas escaleras para tener algo de agua para la semana, y cruzar los dedos para que la cisterna vuelva dentro de siete días.
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Pero los esfuerzos para tener un día normal en la mayoría de los barrios de Caracas no terminan ahí: tener gas doméstico también les roba varias horas de su día.
Organizados
El cilindro de gas de 18 litros cuesta 0,2 dólares si lo compran al Gobierno, y es sinónimo de filas y largas esperas. Quienes se niegan a perder tiempo o no corren con la suerte de coincidir con el camión que distribuye este producto a un precio regulado deben pagarlo a unos cinco u ocho dólares.
Por unos 0,3 dólares, estas familias compran cada mes varios kilos de lentejas, arroz, harina de maíz precocido, alubias negras, leche y algunos otros productos de la canasta básica, pero admiten que les rinden muy poco.
"Después de todo esto hay que partir la comida, porque llega la caja del Clap, que de verdad es un alivio, pero no alcanza todo el mes por más que uno intente rendirla, y yo recibí mi pensión, que son 500.000 bolívares. Con eso compré un kilo de azúcar y una mantequilla y ya se me acabó todo", dijo Mirta Morales, de 68 años, a Sputnik.
En sectores como El Valle, o ciudades periféricas como Guarenas o Guatire, la situación no es muy diferente. En un pequeño recorrido es fácil encontrarse con personas mayores caminando largos trayectos con envases plásticos con agua o cilindros metálicos con gas.
En los últimos tres años, el precio del crudo, que representa el principal ingreso de Venezuela, se ha hecho inestable, y las sanciones de EEUU le han puesto el toque final a la crisis económica, que ya golpeaba a la nación caribeña desde finales de 2014, lo que ha agudizado y deteriorado la vida de los venezolanos.
En Petare y otros barrios de Caracas los ciudadanos como Yeneida Liendo, de 44 años, piensan lo mismo: "Creo que con tanto que hemos vivido somos inmunes", dijo a Sputnik, al referirse al COVID-19.
A ella le preocupa más que el agua que hierve para beber tiene un aspecto amarillo, y algunas veces un olor o sabor extraño.