"La imagen y la retórica [del presidente] continúa siendo terrible, antidemocrática y amenazadora, pero de momento aún hay una diferencia entre lo que dice y lo que pone en práctica", subrayó Jairo Nicolau, profesor de Ciencias Políticas de la Fundación Getúlio Vargas de Río de Janeiro, en un reciente seminario sobre la actuación del Gobierno.
La popularidad del líder ultraderechista se erosionó rápidamente en sus primeros meses de Gobierno, y actualmente, aunque son más los que consideran su gestión mala (36%) de los que la consideran buena (30%), su desaprobación ha parado de crecer, según los datos de la encuesta del instituto de opinión Datafolha divulgada la semana pasada.
El Banco Central ha elevado levemente las previsiones de crecimiento; un 1,1% este año y un 2,2% en 2020, y la agencia de calificación de riesgo S&P mejoró esta semana la nota de crédito de Brasil (BB — a largo plazo y B a corto plazo) citando la agenda de reformas.
La aprobación de reformas económicas de corte neoliberal impulsadas por el ministro de Economía, Paulo Guedes, en especial la del sistema de pensiones, fueron el principal caballo de batalla del Gobierno en sus primeros meses, aunque en algunos casos han sido "descafeinadas" por el Congreso, con quien Bolsonaro no acaba de tener línea directa, dado que no cuenta con una base aliada estable.
En otros casos, como la reforma de la administración pública, se ha optado por el compás de espera por miedo a que generen protestas como las que viven países vecinos.
De momento, no obstante, Brasil no vivió grandes marchas contra el Gobierno (a excepción de las protestas contra los recortes universitarios en mayo) y, aunque los analistas coinciden en que el tono de Bolsonaro es peligroso, piden prudencia: "La imagen internacional es que Brasil está gobernado por un Orbán de los trópicos, pero lo cierto es que Brasil no es Hungría, al menos de momento", dijo Nicolau.
El experto aludía al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, acusado por otros líderes y organizaciones internacionales de impulsar reformas antidemocráticas, limitar a la prensa y al Poder Judicial, además de xenofobia y nepotismo.
La lucha contra la corrupción se vio empañada por las presuntas irregularidades financieras de uno de los hijos del presidente, el senador Flávio Bolsonaro, por el papel discreto del ministro de Justicia, el exjuez Sérgio Moro, y por las interferencias de Bolsonaro en la Policía Federal para proteger a su familia.
El medio ambiente ha sido uno de los asuntos que ha acaparado más atención en los últimos meses: el desmantelamiento de las políticas de preservación ambiental y en favor de los indígenas, junto a la crisis de los incendios de la Amazonía y el aumento de la deforestación ayudaron a perjudicar aún más la imagen del país en el exterior.
Esa crisis también reveló las dificultades de Bolsonaro para dialogar con los principales líderes mundiales (elevó el tono contra el francés Emmanuel Macron y la alemana Angela Merkel), y puso en evidencia el papel de Itamaraty, la Cancillería, que con el ministro Ernesto Araújo, uno de los más ideológicos del Gobierno, dejó de lado el pragmatismo diplomático.
En el terreno regional, los primeros meses del año estuvieron marcados por la crisis política de Venezuela; Brasil se alineó claramente con EEUU pero descartando una intervención militar, en buena parte gracias a la presión del ala militar dentro del Gobierno.
Más recientemente, la tensión se trasladó a Argentina: Bolsonaro advirtió que si la izquierda ganaba Argentina sería una "nueva Venezuela" y miles de argentinos emigrarían a los estados del sur de Brasil; después de las elecciones se negó a felicitar al peronista Alberto Fernández por su victoria y no acudió a su toma de posesión, aunque después lanzó algunos mensajes conciliadores.