Grecia vive aún en una situación muy precaria. El panorama continúa siendo negro y poco optimista. Aunque es cierto que la economía ha empezado a crecer lentamente (1,4% en 2017 y 1,9% en 2018), el abismo al que se enfrentó el país helénico ha empobrecido y desengañado a su sociedad. Nada será igual que antes. Ha pasado una década —tempus fugit, que decían los latinos— y parece que no han salido del todo de la pesadilla.
Así mismo, la deuda subió al 185% del PIB (al comenzar la crisis era el 126%), el paro es del 18% (casi del 40% entre los jóvenes), muchos sectores económicos estratégicos están ahora en manos de empresas extranjeras, los servicios sanitarios han sufrido grandes recortes, un tercio de los griegos no tiene cobertura médica, y el 35% vive por debajo del umbral de la pobreza...
En 2001 Grecia buscaba fórmulas para ocultar sus graves problemas financieros. El Tratado de Maastricht de la Unión Europea (UE), suscrito en 1992, exigía a todos los Estados miembros de la zona euro que mejoraran sus cuentas públicas, pero Atenas iba en dirección contraria. Fue entonces cuando apareció Goldman Sachs y organizó para Grecia un préstamo secreto de 2.800 millones de euros disfrazado de "intercambio de moneda" fuera de los libros de contabilidad, una compleja transacción por la que la deuda griega en moneda extranjera se convertía en obligaciones cambiarias en moneda nacional usando un tipo de cambio ficticio.
El descubrimiento del engaño desembocó en tres rondas de rescates financieros —110.000 millones de euros en 2010, 100.000 millones en 2011 y 86.000 millones en 2015—, que pusieron a Grecia de rodillas y al borde de salir del euro.
Al llegar al poder en 2015, Tsipras quería acabar con las medidas de austeridad, y convocó un referéndum en julio de aquel año, en el cual dos de cada tres de los griegos que acudieron a votar rechazaron las condiciones del tercer rescate. Sin embargo, presionado por los "hombres de negro", los implacables tecnócratas profesionales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Comisión Europea, al final tuvo que aceptar lo que antes renegaba.
Los electores no han perdonado a Tsipras ni las promesas incumplidas ni los duros recortes sufridos durante su gestión. Las urnas han recogido el descontento de las clases medias. Los más radicales se han sentido traicionados. Pero el batacazo no es definitivo. Teniendo en cuenta el "bono" o premio que la ley electoral griega concede al partido más votado, Syriza solo ha bajado cuatro puntos porcentuales con respecto a sus resultados de 2015.
Eso significa que las fuerzas de izquierdas no están derrotadas sino que andan dispersas y enfrentadas entre sí. La baja participación electoral en un país donde el voto es obligatorio también jugó en contra de los candidatos de Syriza, beneficiando a los conservadores de Nueva Democracia y su máximo dirigente, el ahora primer ministro Kyriakos Mitsotakis.
Hubo otros factores que contribuyeron a la derrota de Tsipras. Las impresionantes imágenes de los incendios ocurridos en 2018 en Mati, en la región de Ática, que se llevaron la vida de casi 100 personas, fueron la triste confirmación de que la ineficacia del Estado griego no había desaparecido bajo el mando de Syriza.
Es posible que Tsipras abandone Syriza para fundar otro partido más socialdemócrata, moderno y progresista. El reto de esa transformación pasa por ampliar su número de afiliados, es decir, aumentar el peso de su base en la sociedad, que es mucho menor que la que poseen organizaciones como Nueva Democracia o Kinal, el sucesor del Pasok, el histórico partido socialista griego.
El nuevo Gobierno griego presta juramento en el Palacio Presidencial de Atenashttps://t.co/0yybC9AVrP
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) 9 июля 2019 г.
El camaleónico político de 44 años ha abandonado la confrontación de antaño con las instituciones europeas y ahora se presenta como baluarte de los valores europeos ante el auge de la ultraderecha que barre Europa, incluida su patria.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK