"Muchos vecinos nos discriminan y gritan cosas porque dicen que les traemos enfermedades o porque creen que los vamos a robar, pero el hecho de ser pobres no significa que seamos delincuentes", dijo a Sputnik la joven inmigrante Mayerli Cardona, mientras esperaba con su pequeño hijo y su esposo una de las raciones de comida del día.
Brote de xenofobia
Al respecto, Julián Albornoz, habitante del barrio Luis María Fernández, de Engativá, donde se ubica el campamento, dijo a esta agencia que "la medida que tomó el distrito (de trasladar a los migrantes) fue muy improvisada y nunca fue consultada con la comunidad, lo que generó la reacción violenta y xenofóbica que terminó con enfrentamientos con la policía y los agentes de Inmigración".
Albornoz cree que la molestia con las autoridades aún sigue vigente, "ya que se le pidió al distrito que no instalara el campamento" en el lugar, debido a que, a su juicio, constituye un "enorme problema" para la comunidad.
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Carmen Elvira Victoria, otra de las vecinas del albergue, dijo a esta agencia que "desde que llegaron los inmigrantes la gente anda muy prevenida, temerosa de que los vayan a robar (…), por lo que los vecinos ahora se encierran en sus casas más temprano y los tenderos han tenido que instalar rejas o atender por las ventanas".
En el albergue
Anderson Gómez, un joven inmigrante que aprovecha un poco de sol para secar su ropa sobre una de las tiendas, indicó a esta agencia que estaban "mejor cerca de la terminal" porque podían recibir comida y donaciones.
Además, afirma que al albergue los llevaron "con engaños" de que iban "a estar mejor" y les hicieron dejar cobijas y otros objetos que la gente les había regalado.
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Solo cuatro días después de haber sido instalados en el alojamiento temporario, la Secretaría de Integración Social de Bogotá indicó que 27 migrantes dejaron el lugar.
Gómez afirmó que la mayoría de las peleas en el albergue "se dan por la falta de comida, lo que lleva a que la gente se pase de una carpa (tienda) a otra para robar los alimentos; en general hay mucha desconfianza porque en el asentamiento en el que estábamos antes permanecíamos agrupados entre familiares y conocidos, por lo cual nos protegíamos y respetábamos".
Yefferson Astudillo, quien lleva ocho meses en Bogotá, agregó a Sputnik que en el campamento "no se sabe a quién se tiene al lado, por lo que es un ambiente tenso y difícil que ya ha llevado a varias peleas, con el agravante de que hay mujeres y niños de por medio".
Observar el campamento desde afuera es prácticamente imposible, las lonas que cubren el lugar por los costados impiden que los transeúntes lo vean, aunque saben que existe por la movilidad que se observa en inmediaciones del lugar y a la amplia presencia de agentes de policía.
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Sin embargo, la panorámica es diferente para Aida Pantoja, quien desde su apartamento, en el quinto piso de un edificio vecino, observa el día y la noche en el campamento.
Quienes se encuentran en el albergue disponen de un permiso especial de permanencia por dos años en Colombia.
El acceso al campamento no es libre, sino monitoreado por las autoridades del distrito que incluso realizan censos con tecnología biométrica para establecer con precisión la identidad de cada uno de los inmigrantes y sus antecedentes.
Hasta enero
La secretaria de Integración Social de Bogotá, Cristina Vélez, dijo a la prensa que "la idea es que sigamos con esta intensidad de trabajo social de manera tal que cada familia pueda definir lo que quiere hacer, si se quiere establecer en Bogotá, si quiere regresar, si quiere seguir su rumbo, y poder acompañar a cada una de las familias en la toma de estas decisiones y así poder levantar este campamento antes del 15 de enero".