Abdullah, Anas, Ahmad y Kazem conversan tomando refresco mirando al horizonte.
Los cuatro amigos son universitarios, se conocen desde niños y viven en el vecindario de Al Bureij, campo de refugiados situado en el centro de la franja de Gaza.
Desde finales de marzo acuden a las manifestaciones organizadas ante la barrera de separación con Israel.
"Vamos prácticamente cada día, no sólo los viernes, cuando se concentra más gente. A veces salimos de clases, vamos para allá y dormimos en la frontera. Se ha convertido en nuestra segunda casa", explica Abdullah.
Estos jóvenes y todos los manifestantes de la frontera piden el retorno a las tierras de sus padres o abuelos, de las que salieron en 1948, tras la creación del Estado de Israel.
La franja de Gaza tiene dos puertas: Rafah, en el sur, en la frontera con Egipto, que ha permanecido prácticamente cerrada desde 2013 y que en este momento está abierta con restricciones para estudiantes, enfermos y personas con visados extranjeros en vigor. Y Erez, en el norte, hacia Israel, por la que salen algunos empresarios, trabajadores humanitarios y enfermos si las autoridades israelíes les dan la autorización, que se conceden a cuentagotas.
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Ninguno de estos cuatro estudiantes ha salido de Gaza —una región de 365 kilómetros cuadrados de tierra— en sus 20 años de vida.
"No sé si volveré a casa esta noche. No puedo pensar en un futuro más lejano", dice Anas, que pese a haber recibido una bala sigue participando en las protestas.
Estos jóvenes se dicen pacifistas y apolíticos. No pueden evitar un gesto de desprecio al mencionar a Hamas, movimiento islamista que gobierna en Gaza desde 2007 o al presidente Mahmud Abás, al que reprochan que "ha olvidado" a Gaza.
"No queremos hablar de política. La inmensa mayoría de la gente que está cada día en la frontera con Israel no son miembros de Hamás ni partidarios de Abás. Son ciudadanos como nosotros, que quieren paz, libertad y un mejor futuro", explica Kazem.
Estos estudiantes consideran que Israel "vende la imagen errónea" de que Hamás está detrás de estas manifestaciones "porque es lo más fácil para ensuciar la imagen de las protestas".
Casi 200 palestinos han muerto violentamente a manos del ejército israelí en estas protestas. Los heridos se cuentan por millares, según cifras de la ONU.
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El ejército israelí utiliza balas y gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes y evitar infiltraciones en su territorio.
"Los soldados disparan cada día. Están a unos 200 metros de nosotros. Pero Dios protegerá nuestras almas. No tenemos miedo. De todas formas, el bloqueo israelí nos ha quitado todo. No nos pueden matar porque ya estamos como muertos", concluye Ahmad.