Fue una imposición del FMI la que encendió la última protesta masiva en el país caribeño. Más de un millón de personas tomaron las calles desde el 6 de julio durante al menos nueve días para rechazar la eliminación de los subsidios a los combustibles, que se traduciría en un aumento directo de precios en productos clave como el kerosene, e indirectos como en los alimentos.
"De darse los nuevos precios de combustibles, un trabajador que ganara un salario mínimo —la mayoría gana menos- requeriría dos días enteros de trabajo para pagar un solo galón (NdR: 3,7 litros) de kerosene", dijo a Sputnik el sociólogo Lautaro Rivara, integrante de la Brigada Jean-Jacques Dessalines de Solidaridad con Haití.
Dicho carburante es uno de los fundamentales para cocinar y calefaccionarse en un país donde 80% de sus casi 11 millones de habitantes vive bajo la línea de pobreza, con dos dólares o menos por día.
"Es un país con 20% de incluidos —clases medias, altas y fracciones diversas de la burguesía- y una enorme masa de excluidos del sistema, que no tiene margen de ningún tipo para asumir aumentos de esta caracteristicas".
Según consignó Prensa Latina, "ambos acordaron trabajar de conjunto para reducir la pobreza y fomentar un crecimiento inclusivo en la sociedad".
Pero cuando el FMI pretende cambiar su imagen en la región, tras el acuerdo logrado con Argentina, la situación actual de Haití es la demostración palpable del fracaso de sus políticas.
"La injerencia de EEUU y el FMI en Haití es uno de los primeros experimentos neoliberales de la región y de alguna forma nos sirve para verlo como un espejo de qué es lo que hay al final del camino si otros países de América Latina y el Caribe no logran resistir eficazmente esas politicas neoliberales", advirtió Rivara.
"La consecuencia clara —apuntó Rivara- es que hoy Haití es un país totalmente dependiente de arroz y otros productos básicos que perfectamente podría producir porque tiene las condiciones humanas y materiales para hacerlo".