Los países europeos recalculan sus tácticas y acomodan sus alianzas. Al mismo tiempo, las potencias regionales del mundo árabe asumen la dirección político-militar de los problemas domésticos que atraviesa el continente.
En los peores casos, algunos de estos países se encuentran sumidos en la violencia y la inestabilidad provocadas por el desmembramiento de la autoridad estatal y las luchas por el poder, todavía mediadas por los invasores.
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El caso sirio resulta paradigmático. El caos y la desorganización fueron suplantados por la resistencia militar ininterrumpida sostenida por un gobierno firme que sí supo tejer alianzas con países 'al otro lado del mundo'. La particularidad estratégica del territorio sirio y sus recursos naturales sirvieron al presidente Bashar Asad para construir una red de relaciones bien utilizada durante la guerra que todavía azota al país. La cooperación militar rusa, así como su accionar diplomático se convirtieron en piezas imprescindibles para la construcción de la paz siria.
Cuando Donald Trump asumía el fracaso de las Administraciones de Bush Jr. y Obama en Oriente Medio anunciaba, a su vez, un moderado retroceso. Si bien la presencia de Estados Unidos continúa vigente, es evidente la falta de una estrategia clara que le permita mantener su influencia en la región. La última carta jugada por los demócratas en los comienzos de la década actual, léase organizar junto a sus aliados regionales grupos terroristas como Daesh o Al Qaeda (sumados a decenas de grupos que también participaron de las operaciones armadas bajo el mando de la CIA), fue desarticulada por el Departamento de Estado a pocos meses de asumir Donald Trump.
Anticipando esta iniciativa, sus propios aliados ya habían comenzado a actuar por 'motu proprio', con planes particulares y objetivos pretenciosos. Arabia Saudita, Israel y Turquía iniciaron arriesgadas incursiones militares contra sus vecinos. Yemen y la crisis diplomática con Catar, la independencia del Kurdistán iraquí y las continuas incursiones en Siria, respectivamente, son ejemplos de proyectos fallidos pero que afirman esta tendencia. Además del fracaso, el estancamiento y la propagación de la inestabilidad en la región conforman el saldo negativo de tales aventuras. Del otro lado, el padecimiento de los pueblos: miles de muertos, heridos, refugiados, casas e infraestructura destruidas y millones de vidas arruinadas.
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Por su parte, las potencias europeas, 'libres' de la otrora insoportable presión de Estados Unidos, empezaron a tejer sus propias alianzas dando luz verde a sus iniciativas en materia de política exterior. Alemania se acerca a Rusia, Reino Unido continúa financiando mercenarios en Oriente Medio y África en el marco de operaciones de menor escala y Francia dibuja sus propios planes injerencistas en sus excolonias. Sin éxitos a la vista y con el 'humilde' afán de mantener posiciones, Europa se ve obligada a asumir por separado su propia decadencia.
No obstante, es necesario remarcar que han sido la impericia occidental y su incapacidad en términos de dominación los motores de la ventaja sino-rusa. Es decir, la debilidad de unos y no la fortaleza de otros es la que origina esta tendencia a una nueva multipolaridad, donde las potencias regionales cobran protagonismo con alcances geopolíticos que van más allá de lo que se creía posible durante los ya lejanos 90. El auge de las acciones unilaterales planteadas a partir de múltiples agendas geopolíticas no hace más que aumentar el desequilibrio, propagándolo a otras partes del mundo. Digámoslo al fin, hoy no existe uno sino muchos 'Oriente Medio'.
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