Bajar la inflación o, al menos, evitar que siga acelerándose: ese es el norte que orienta a la gestión económica del gobierno peronista del Frente de Todos.
La bofetada que supuso el 8,4% de aumento de precios promedio en abril —que eleva la interanual al 108,8%, el valor más alto desde 1991— siembra dudas sobre la viabilidad de cualquier medida ante un escenario de tamaña inestabilidad.
Bajo la lupa del Fondo Monetario Internacional (FMI) —organismo que audita la gestión económica a raíz del acuerdo para refinanciar la deuda contraída en 2018 por el expresidente Mauricio Macri (2015-2019)—, el ministro de Economía Sergio Massa busca colocar paños fríos a la compleja situación con una batería de medidas, como subir la tasa de interés de los plazos fijos y facilitar las importaciones.
"Argentina está en medio de una recesión y de un régimen de alta inflación, algo que no venía pasando y que cambia profundamente la dinámica de la macroeconomía: que los precios se actualicen semanalmente genera una inercia imposible", indica a Sputnik el economista Martín Kalos, director de la consultora EPyCA .
En este contexto, los comerciantes se ven obligados a remarcar precios para afrontar los aumentos de sus proveedores, mientras los millones de asalariados ven cómo sus ingresos caminan por la cornisa de un sexto año de caída consecutivo, hecho inédito desde el retorno a la democracia en 1983.
Del adverso panorama se desprende un dato particularmente sensible: el aumento del 10,1% en el precio de los alimentos en tan solo un mes, incluso por encima del nivel general de incrementos.
"La inflación es un fenómeno inercial arrastrado hace bastante tiempo, pero que el rubro alimentos supere el 10% mensual es muy preocupante", afirma ante Sputnik la economista Aldana Montano, del Centro de Estudios Scalabrini Ortiz (CESO).
Si bien la adjudicación de responsabilidades resulta tentadora, la especialista inscribe el escenario actual en un marco signado por la sucesión de cisnes negros que debió afrontar el Gobierno asumido en 2019: "el problema es que este año se dieron combinaciones que quizás no son deseables ni imaginadas, como la pandemia, la guerra en Europa y la sequía más grande del siglo".
Para dimensionar la excepcionalidad de la coyuntura, cabe dar cuenta de que la última experiencia con valores semejantes ocurrió hace más de 30 años. "Esta es una situación inédita en los últimos años: Argentina no tenía un régimen de alta inflación desde la década de 1980. No sabemos cuándo ni cómo va a terminar", opina Kalos.
"No vivíamos algo así desde hace 40 años. Hay que recordar los mecanismos de defensa que durante un buen tiempo tuvimos incorporados", sostiene el consultor.
El problema implícito del fenómeno inflacionario actual radica en la inercia que genera en materia de expectativas. "Muchas variables se están ajustando en función de la inflación pasada, entonces dejan un piso para la futura: por ejemplo, las tarifas, los alquileres o los salarios, a través de las negociaciones gremiales", explica a Sputnik el economista Federico Zirulnik.
"Si no se atacan esos factores que mantienen esta inercia, es muy difícil que la inflación se pueda estabilizar o desacelerar, considera el experto.
Semejante fragilidad torna casi infructuosas las medidas que antes tuvieron un éxito relativo, como los programas de control de precios en supermercados. Aldana Montano pone en palabras su preocupación: "si no estuviera el programa de Precios Justos, ¿cuánto sería el índice de inflación realmente? Estas medidas no terminan de tener un efecto concreto para contener los precios básicos, como los alimentos".
Bisturí en mano
Tras días de trabajo coordinado, el gabinete económico encabezado por el ministro Sergio Massa anunció una batería de medidas encabezada por el aumento de la tasa de interés hasta el 97% anual, el valor más alto en 20 años.
La iniciativa responde a contener el otro sensible flanco que debe atender el ejecutivo: el escaso nivel de reservas de divisas disponibles en el Banco Central. "El Gobierno busca aliviar la presión cambiaria, pensando que una tasa de interés más alta puede llegar a disminuir esa demanda de dólares", apunta Zirulnik.
Sin embargo, el incremento del 97% podría tener un alcance limitado: "La tasa actual es un número que está por debajo de la inflación, entonces veo difícil que se consiga estabilizar con esta medida", considera el economista.
Ante este riesgo, Montano remarca que el margen de maniobra del oficialismo es profundamente limitado: "es mejor hacer algo a que no hacer nada. Ahora, se trata de ver qué recursos tenemos para ir tapando agujeros y, si vuelve a subir (el) dólar, frenarlo activando los recursos disponibles".
Llueve sobre mojado
Si el frente económico se exhibe por demás adverso, la incertidumbre respecto al futuro político del país lleva más combustible que agua al fuego. Ante un creciente descontento social respecto a las coaliciones gobernantes —producto de más de una década de estancamiento económico, durante la cual se sucedieron tres presidentes de signo político diferente—, la incógnita del resultado electoral de los comicios presidenciales de octubre está a la orden del día.
Según Kalos, "los meses preelectorales juegan en contra de la estabilización. Hasta que no lleguemos a noviembre, el Gobierno no va a poder tomar decisiones de mediano y largo plazo". El agravamiento del problema obedece a la posibilidad concreta de que el Frente de Todos no logre imponerse en las urnas para un segundo mandato: "un plan a largo plazo de un Gobierno en salida no tiene credibilidad", sentencia el consultor.
"El Gobierno tiene un horizonte de seis meses, y ese es otro problema. Todo lo que haga son parches a la espera de conocer la orientación económica del potencial gobierno que asuma en diciembre. Siendo tan variopinta la oferta, todo lo que hay es cobertura ante estos riesgos, en lugar de apuestas a una nueva política económica que encarrile a la economía", advierte Kalos.
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