De momento, todas apuntan que el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) se impondrá al actual mandatario Jair Bolsonaro. Pero a pesar de la aparente unanimidad, en los bastidores hay una guerra de narrativas.
Los dos principales institutos de opinión en Brasil son Datafolha e Ipec. El primero daba la semana pasada un 45% a Lula y un 33% a Bolsonaro. El IPEC de este 19 de septiembre daba unos porcentajes similares, con algo más de ventaja para el candidato de la izquierda (47 y 31 respectivamente).
En entrevista con la Agencia Sputnik, la directora del IPEC, Marcia Cavallari, afirmaba que el escenario aparenta estar consolidado —no hay grandes cambios desde hace semanas— pero puede haber sorpresas: "Las encuestas reflejan este momento de la opinión pública, no son una proyección de futuro", advierte.
La principal novedad respecto a otros años es la gran estabilidad. Lula y Bolsonaro —y el resto de candidatos, mucho más atrás— aparecen consolidados desde hace tiempo, oscilando muy poco para arriba o para abajo. La gran mayoría de los electores ya ha decidido a quién va a votar. A finales de agosto, según IPEC, el 79% ya decía que estaba absolutamente seguro de su voto, y la mayoría lo decidió incluso antes de que arrancara la campaña.
Con un escenario tan cristalizado, los equipos de las campañas ven en las encuestas un elemento más en sus estrategias políticas. Confían en que el ligero repunte de un candidato, por ejemplo, genere un clima de optimismo que arrastre más votos. Algunos lobbys empresariales encargan sus propias encuestas en institutos de confianza más dudosa, para proyectar el favoritismo de uno y otro candidato. La semana pasada, por ejemplo, una encuesta encargada por una asociación de supermercados, daba a Bolsonaro ocho puntos de ventaja en la primera vuelta, algo que nadie ha pronosticado hasta ahora.
Al margen de esos resultados algo estrambóticos, siempre permanece la duda. ¿Las encuestas están captando fielmente la realidad? ¿Es posible diagnosticar lo que piensa un país de casi 220 millones de habitantes entrevistando a apenas a 2.000 personas? Para Cavallari, la respuesta es sí.
Seriedad
Cavallari insiste en la seriedad con la que trabajan en el IPEC, por ejemplo. En base a los datos oficiales del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y del Tribunal Superior Electoral (TSE) se construye una muestra que refleje fielmente a la población, tanto demográfica como geográficamente. "Recorremos las casas buscando a las personas que encajen en características predeterminadas; sexo, edad, nivel de escolaridad, renta, empleo, etcétera", apunta la directora.
Los institutos de opinión extreman el cuidado para cerciorarse de que no estimulan la opción por ningún candidato; por ejemplo, en las llamadas telefónicas los candidatos se presentan de forma aleatoria —no necesariamente se empieza presentando a Lula y Bolsonaro, por ejemplo—, y cuando se visitan las casas no se ofrece una lista, sino un diagrama circular, para que no haya ninguna jerarquía entre los nombres de los candidatos que pueda influir de alguna forma en la elección.
Aun así, las encuestas despiertan muchas suspicacias, sobre todo en el lado bolsonarista, que de momento parte con desventaja. El propio Bolsonaro las suele criticar a menudo: "Quién cree en las encuestas cree en Papá Noel también", decía hace unos meses. En contraposición al Datafolha, él y sus seguidores suelen hablar del Datapovo (Datapueblo); las masivas manifestaciones de la ultraderecha que en su opinión demuestran que los números están equivocados. Bolsonaro ha repetido en varias ocasiones que ganará en la primera vuelta, una hipótesis que no aparece en ninguna encuesta.
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