El líder de la formación conservadora, Pablo Casado, se resistía a dimitir de su cargo a pesar de que prácticamente había perdido la mayoría de sus aliados dentro y fuera de la dirección del PP y se encontraba aislado, tras ceder y perder en su acre y lamentable batalla personal contra la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, miembro destacado de su propio partido.
La tozudez de Casado llegó a ser patética y sólo prolongó un proceso agónico que aumentaba el desconcierto y el estupor no solo de los afiliados al Partido Popular sino también de todos sus votantes. Aquellos que poco antes defendían su gestión al mando, ahora abandonaban un barco que se hundía. Los barones regionales del PP, es decir, los líderes del partido en las comunidades autónomas españolas pedían su cabeza y la de su número dos, Teodoro García Egea. Después de conciliábulos e hipocresías, el escenario pasaba por la celebración de un congreso extraordinario donde debería ser proclamado, como sucesor de Casado, Alberto Núñez Feijóo, actual presidente del gobierno de Galicia, evitando así prolongar, aún más, la pelea intestina y bloqueando la posibilidad de celebrar unas primarias con candidaturas alternativas.
El detonante
El detonante que hizo saltar por los aires al PP se produjo cuando el propio Casado, a través de su entonces "escudero" García Egea, denunció que el hermano de Ayuso, de nombre Tomás, se había lucrado gracias a un contrato con la Comunidad de Madrid para comprar en China 250.000 mascarillas FFP2 y FFP3 por valor de 1,5 millones de euros en abril de 2020, es decir, cuando se vivía la primera ola de la pandemia y todo el planeta estaba confinado en sus casas. A raíz de esa noticia se supo que el material sanitario entregado era más barato y de peor calidad que el adjudicado. También se desveló que Tomás Díaz Ayuso se había embolsado 55.850 euros antes de impuestos —Casado había hablado de casi 300.000 euros—.
En su defensa, la presidenta madrileña declaró que estaba siendo espiada por sus propios compañeros de partido, concretamente por el tándem Casado-Egea, para encontrar puntos oscuros o ilegítimos en sus actos públicos y poder así defenestrarla. También dijo que su familiar no intermedió entre la empresa y la Administración regional para cerrar el contrato, y que por lo tanto no recibió ninguna comisión, sino que un pago por su actividad comercial realizado por la compañía beneficiada, Priviet Sportive, S.L.
Lo cierto es que el 20 de mayo de 2020 la propia Ayuso tuvo conocimiento de que se había ordenado la tramitación y ejecución de cinco "resoluciones" con "carácter de emergencias" para adquirir diverso material sanitario "para el hospital de campaña" que habían montado las autoridades regionales en el mayor recinto ferial de la capital de España. Entre esas resoluciones estaba la de su hermano Tomás. La operación sospechosa se hizo por el procedimiento de urgencia, es decir, a dedo, sin los rigurosos y habituales trámites que marca la Administración para la contratación pública. Normalmente, la Administración española tiene prohibido pagar más de 15.000 euros sin concurso público pero esos requisitos estaban suspendidos entonces en toda Europa ante la crisis sanitaria y el desabastecimiento de mascarillas y de equipos de protección individuales conocidos como EPIs.
La Fiscalía Anticorrupción ya ha abierto diligencias para investigar el contrato de Tomás Díaz Ayuso, tras recibir las denuncias de los grupos de izquierda madrileños. Ahora le tocará a esa instancia dirimir si ve suficientes indicios de delito o no como para presentar una querella. Pero las pesquisas tendrán probablemente poco recorrido judicial porque resulta difícil probar que hubo tráfico de influencias en la compra-venta de mascarillas.
También se ha presentado una denuncia por un presunto delito de revelación de secretos "contra personas desconocidas" por el suministro de datos de la Agencia Tributaria que afectan al hermano de Ayuso y en el que se solicita que se cite como investigados a Casado y a Egea.
Las consecuencias
La tremenda crisis política del PP tiene varias lecturas complementarias entre sí. La más evidente apunta a las consecuencias políticas a corto y medio plazo. El espectáculo cainita y sonrojante ofrecido en la última semana ha destruido la reputación y a la credibilidad del PP y, por otro lado, ha fomentado su descrédito. El Partido Popular necesita urgentemente una depuración e incluso una refundación. La previsible entrada en la escena nacional de Feijóo, más moderado que Casado, significa fuertes cambios, no solo de personas, sino también de actitudes.
El presidente de la Xunta y líder del PP gallego, Alberto Núñez Feijóo, a su llegada a la sede de Génova
© Europa Press / Alberto Ortega
Además, este escándalo sacude el actual tablero de juego, beneficiando en gran medida a la opción de extrema derecha representada por Vox, ya que muchos votantes de PP se mostrarán muy decepcionados con estas muestras de malas artes y trapos sucios. Los próximos sondeos de opinión serán tremendamente reveladores. Por último, el propio partido en el poder, el PSOE del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se frotaba las manos en privado, viendo la magnitud de los aprietos que sufre su principal adversario, muy debilitado por los personalismos.
Otra conclusión que se extrae de todo este bochornoso episodio se refiere al nefasto papel desempeñado por la prensa española. Los medios de comunicación han pecado de una terrible ausencia de imparcialidad, perdiendo la magnífica oportunidad que disponían de observar el conflicto desde la privilegiada atalaya de la distancia. Como bien subraya Juan Carlos Laviana en el diario digital The Objetive, "el caso Ayuso versus Casado, o Casado versus Ayuso –depende cómo se mire-, ha dejado al descubierto más defectos que virtudes de nuestros periodistas".
17 de febrero 2022, 09:09 GMT
Muchos informadores, demasiados, tomaron partido, algunos sin cuartel, en la ácida disputa entre ambos políticos. Y lo hicieron no solo en sus propios medios, lo cual es absolutamente lógico si son columnistas, sino también en las redes sociales, sin tener en cuenta que al airear sus opiniones personales en Twitter o en Facebook han estado contaminando a sus medios. Falta autocrítica.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK