Facundo Reyes tiene 26 años, varios tatuajes, una sonrisa y una historia difícil que es la de miles de jóvenes. "Habría terminado preso, loco o muerto", dice, de haber seguido como estaba cuando tenía 18 y consumía a diario pasta base de cocaína, la droga más barata que se consigue.
Ahora es referente de la casa comunitaria de Vientos de Libertad, situada en el Tigre, al norte de la ciudad de Buenos Aires, la misma organización que lo recibió cuando decidió internarse para salir de la adicción que lo arrastraba.
El tema de las adicciones se convirtió en noticia central luego de que 24 personas murieron en la provincia de Buenos Aires a comienzos de febrero envenenadas por consumir una cocaína adulterada con carfentanilo, una droga de uso veterinario 10.000 veces más potente que la heroína.
"Acá los pibes [niños, jóvenes] llegan hechos mierda, rotos por dentro, vínculos familiares todos rotos, cualquier tipo de vínculo roto, y tratamos de reconstruir eso", cuenta a orillas del río, donde está la casa comunitaria que funciona desde el 2016. Cerca funcionan astilleros donde arreglan barcos, pasan embarcaciones de lugareños, turistas.
La mayoría de los chicos internados tienen entre 20 y 30 años. "El trabajo que hacemos acá es de lo integral, entendemos que el foco no está en el consumo, sino en lo que viene antes del consumo", explica Facundo, con una remera donde está escrito MTE, siglas del Movimiento de Trabajadores Excluidos, del cual es parte Vientos de Libertad.
Vista de la casa comunitaria de Vientos de Libertad en el Tigre
© Sputnik / Marco Teruggi
El consumo es de alcohol y todo tipo de drogas: pasta base, cocaína, crack, marihuana. "Generalmente vienen con un multiconsumo, todo tipo de sustancias, llegan muy destruidos, con un grado de consumo altísimo", cuenta Florencia Larrory, quien está junto a Facundo, y es psicóloga y coordinadora del equipo de psicólogos que trabajan en la casa comunitaria.
Instalaciones de la casa comunitaria
© Sputnik / Marco Teruggi
Entre los dos hilvanan lo que es el trabajo diario de Vientos de Libertad y sus 13 casas comunitarias en el país, los miles de chicos que pasaron por ahí, quienes están y los muchos que se acercan para internarse. Cuentan un problema masivo que recorre el país, sus barrios más golpeados y que, sin embargo, es invisibilizado en la agenda mediática dominante, salvo casos extraordinarios, como lo fue la muerte de 24 personas que consumieron cocaína envenenada a principios de febrero.
Volver a empezar
"Los pibes llegan a través de organizaciones sociales con las que tenemos contacto, sino nosotros en casi todos los barrios tenemos centros barriales de Vientos en el cual el pibe va, se le hace una entrevista, tiene su terapia y van viendo si es para derivarlo acá. Si no, se van enterando por boca a boca, en el barrio, se internó fulano, y se van enterando, y terminan llegando acá", cuenta Facundo.
Embarcación de Vientos de Libertad para llegar a la casa comunitaria
© Sputnik / Marco Teruggi
Eso le sucedió a él, con el caso de un chico de su barrio que se había rehabilitado en una casa comunitaria de Vientos de Libertad. Facundo consumía entonces pasta base.
"Me la pasaba en una esquina viendo de dónde sacar plata para drogarme, todo el día pensando en drogarme, drogándome a toda hora, llegó un momento que dije no, pará, tengo 18 años y mirá cómo estoy, estoy arruinado físicamente, mentalmente, esto no es para mí", cuenta.
"Vi a mi familia destrozada porque por mi culpa mi familia se iba rompiendo, dije tengo que parar, hacer algo por mi vida, fui llorando, dije 'mami, sabés qué, me quiero internar, buscame un lugar', y así fue". Estuvo 22 meses en la casa comunitaria. Allí pasó por el proceso que pasan quienes llegan y se quedan.
"Tenemos psicólogos, psicólogas que trabajan con los pibes de manera individual. El proceso de recuperación no es de manera individual, sino colectiva y comunitaria, por ende, también tenemos trabajadores y trabajadoras sociales que se dedican a la situación de nuestros pibes, tenemos talleristas en poesía, huerta, un taller de masculinidades, boxeo, tenemos un montón de espacios donde se trabajan un montón de problemáticas", cuenta Florencia.
"La idea es formar una estructura que muchos no tuvimos estando en consumo afuera, acá se levantan a las 8.00, desayunan, almuerzan a las 12.00, en el período de las 8.00 a las 12.00 hay sectores en los cuales cumplen tareas, como la limpieza de la casa, de la cocina, está la huerta", explica Facundo.
Taller de boxeo en la casa comunitaria
© Sputnik / Marco Teruggi
La internación dura aproximadamente un año, "o dependiendo de la evolución del pibe", cuenta. Algunos se quedan más tiempo. "Cuando finalizan el proceso convivencial, que sería dejar de vivir acá, nuestros psicólogos continúan de manera telefónica, en este momento estamos en la pandemia, ese seguimiento hasta que a ese pibe se le puede conseguir un psicólogo en las casas barriales, cuando se hace esa derivación ahí el pibe continúa su proceso por otro lado".
Falta del Estado y de oportunidades
"Hoy el Estado se tendría que estar haciendo cargo de un montón de cosas que las organizaciones sociales se están haciendo cargo, no solo de recuperar pibes en adicciones, sino de llenar un plato de comida en una casa, de hacer una olla", dice Facundo. En su caso, cuenta, su madre "buscó por todas las formas de poder internarme y nunca pudo, hasta que conocí Vientos".
Facundo y Florencia coinciden: es imprescindible la acción del Estado, el cual no está lo suficientemente presente. Los costos para mantener una casa comunitaria como la de Vientos de Libertad en Tigre, por ejemplo, donde se encuentran cerca de 50 jóvenes, son muchos, como en alimentación o infraestructura. La internación, por su parte, es gratuita y voluntaria.
Esa insuficiencia estatal transcurre mientras, en simultáneo, crece la problemática del consumo. "Hoy vos ves en la calle y ves muchos pibes consumiendo, y en estos últimos años aumentó bastante más de lo que venía pasando", afirma Facundo. "Cuanto más desempleo haya, más pobreza; está asociado. Lo vemos en las demandas para internarse, eso crece, cada vez más jóvenes, eso es muy preocupante", dice a su vez Florencia.
Trabajo colectivo en la casa comuntaria
© Sputnik / Marco Teruggi
Ese consumo abarca, además, edades muy bajas, narra Facundo: "He visto pibes de 10 años, 11 años, cuando estaba en consumo adentro de la villa, y es algo triste, porque vos te ponés a pensar al ver ese pibe y decís ese pibe tiene que estar yendo al colegio, a la plaza con la mamá, y lamentablemente por cómo está todo lo tenés que ver en una villa fumando paco [pasta base de cocaína]".
Aumentan las demandas de internación, se consolida una pobreza superior al 40% en el país, y la posibilidad de conseguir trabajo es baja para muchos sectores. Por eso las organizaciones sociales han venido creando y consolidando cooperativas de trabajo en los últimos años, algo que, en el caso de Vientos y el MTE forma parte del dispositivo pensado para la salida de los chicos de las casas comunitarias.
"Acá estamos tratando de armar una cooperativa de carpintería en aluminio, porque entendemos que la situación afuera hoy para conseguir un laburo es difícil, algunos pibes acá tienen antecedentes, van a buscar laburo y no se lo dan, y nosotros estamos tratando de generar cooperativas para que ellos puedan empezar y formarse y crear su propio sueldo", cuenta Facundo.
La cotidianeidad invisible
Facundo en la huerta de la casa comunitaria
© Sputnik / Marco Teruggi
"Cuando vi la noticia fue algo muy triste por la muerte de veinte pibes, pero lo que pensaba es, qué loco, tuvo que pasar esto con veinte pibes para que salgan a meter preso a fulano, para hacer política, cuando la realidad es que todos los días se están muriendo pibes en la villa, o en un barrio popular, porque lo mata la Policía, porque van a robar porque no tienen para comer, porque lo mata el transa [vendedor] cuando va a comprar droga, porque se mueren drogando", cuenta Facundo.
El impacto nacional por las 24 personas fallecidas por consumir cocaína cortada con opioides puso brevemente sobre la mesa la realidad diaria de miles. Luego la mayoría de las cámaras volvieron a alejarse, "pero todos los días se mueren pibes", explica Facundo. "No te lo digo porque lo leí en un libro, yo lo viví en el barrio, cuando andaba en consumo, lo veo ahora cuando voy a mi barrio".
"Me conmueve, me angustia, la realidad de estos pibes, y nos indignan algunas cosas que se fueron opinando sobre nuestros pibes, de que bueno, que se mueran por ser drogadictos, creemos que el Estado tiene que estar para acompañarnos, cuidar nuestros pibes, y es mucho más grande que caerle al transa de la esquina, que no soluciona nada, hay que ir más para arriba, poner el foco más arriba", dice, por su parte Florencia.
Ese más arriba significa los hilos de negocio, quienes amasan millones, no viven en los barrios populares, y es uno de los temas más ausentes mediáticamente. Los focos están, ocasionalmente, puestos sobre los últimos de la cadena para criminalizarlos o condenarlos, chicos que en Vientos encuentran una nueva oportunidad que varios logran aprovechar manteniéndose en la internación hasta el final, sin recaer luego. Esa misma puerta también está para las "mujeres, niñeces y disidencias", para lo cual la organización tiene dos casas comunitarias.
11 de febrero 2022, 17:19 GMT
Facundo y Florencia muestran la casa comunitaria a orillas del río contando todo el esfuerzo realizado para recuperar los espacios, acondicionarlos, hacer del lugar un espacio para comenzar de nuevo en el cruce entre lo individual y lo colectivo. Tanto él como muchos de quienes están acá seguramente estarían muertos, presos o locos en caso de haber seguido por el mismo camino. Acá están, intentando otra vez en el marco de una organización social, en un país donde la desigualdad estructural se consolida y, con ella, sus consecuencias.