Dos aviones, unos minutos de diferencia. El primero se estrella contra una de las torres, la norte, del World Trade Center, poco antes de las nueve de la mañana. El segundo impacta en la sur a las 9:03. Es martes, 11 de septiembre de 2001, y Nueva York amanece con el mayor atentado de la historia a Estados Unidos. Invade la confusión al país norteamericano. Todavía se ignora el motivo. Luego no solo se desvelará la autoría, sino que se sumarán dos ataques más: uno dirigido al Pentágono y otro que aterriza en medio del campo de Pensilvania.
Hacia las 11:00 de esa misma mañana, ambas torres se han derrumbado como consecuencia de la explosión y los otros vuelos yacen siniestrados. En total, 2.977 personas mueren y más de 25.000 resultan heridas. Las imágenes se propagan de televisor en televisor por todo el planeta. El mundo queda paralizado. Se suele decir que el siglo XXI empieza con el derrumbe de esos iconos del capitalismo. O que no se entiende la manera actual de desplazarnos sin aquel trágico episodio. El 11-S es una fecha histórica que alteró nuestros hábitos, desembocó en varias contiendas internacionales y dejó a la sociedad estadounidense conmocionada.
Su huella sigue estando presente en la mentalidad colectiva. Tanto en aquel continente como, sobre todo, en Oriente Medio o Europa, los efectos duran hasta ahora. El 11-S aún provoca secuelas psicológicas, sociales y geopolíticas. La banda terrorista Al Qaeda, proscrita en Rusia, campa por diferentes puntos del mapa.
La organización terrorista Al Qaeda
Al Qaeda (la base) es una organización terrorista de naturaleza salafista, una rama ultraconservadora del islam. Se fundó en 1988 por el multimillonario saudí Osama bin Laden y veteranos yihadistas que, con apoyo de EEUU, habían luchado contra la República Democrática de Afganistán y el contingente soviético que la apoyaba.
Su estructura se basa en una red de células clandestinas dispersas por el mundo. Entre sus atentados más sonados están los ataques del 11-S y del 11-M en Madrid.
Es considerado un grupo terrorista y su actividad está prohibida en países como España, EEUU y Rusia, entre otros.
Los talibanes, grupo extremista también proscrito en Rusia, han regresado al poder en Afganistán. Y la amenaza islamista ha mutado de forma, pero mantiene su presencia: ahí están los ejemplos más cercanos de Madrid en 2004, Londres en 2005, París en 2015 o Barcelona en 2017.
Veinte años después, el eco resuena con mayor potencia en quienes fueron testigos directos en la ciudad norteamericana. El 11-S pilló a miles de extranjeros en una urbe de más de ocho millones de habitantes. Miles eran españoles (en 2020, según el registro del consulado, la cifra era de 42.930) y tres lo han rememorado a Sputnik. Otros han optado por evitar contar su experiencia: "He estado pensando y prefiero no hablar de ese día. Me deja muy descolocada solo el recordarlo", alega una de ellas.
Elena del Rivero, artista valenciana afincada en el número 125 de Cedar Street, al lado de la Zona Cero, montó una exposición con las cenizas y escombros que llegaron a su estudio. Ahora antepone explicar el significado de esta instalación, llamada El archivo del polvo, que volver a 2001. Desde Palma de Mallorca, donde la exhibirá a partir del día 12, responde a través de sus galeristas: "No le apetece comentar nada de aquello". Conchi Vázquez, Víctor Ortega, Mercedes Gallego o Henry Granda, sin embargo, sí que relatan aquellos minutos de angustia y la deriva posterior. Coinciden en que ha sido "un punto y aparte" para la nación norteamericana y ven cómo modificó ciertas dinámicas, positivas y negativas: alimentó el odio al musulmán, pero también avivó la solidaridad.
En conversación virtual desde diferentes lugares geográficos, cada uno muestra sus impresiones. Vázquez, nacida en Noia, una localidad de A Coruña, reconoce que no se enteró de mucho hasta pasado el mediodía. Empleada en un programa de enseñanza de cultura y lengua española, la gallega tenía una reunión y salía apurada de casa. En su trayecto hasta Manhattan notó problemas: sus conexiones no funcionaban. En cierto momento se encontró con un conocido y le puso más o menos al corriente, aunque suavizó los hechos.
La española Conchi Vázquez, en una foto de Nueva York en 2019
© Foto : Cortesía de Conchi Vázquez
"Me dijo 'no vayas a ningún lado' porque ha habido un atentado", detalla. Les tocó buscarse un modo para regresar a sus casas, situadas fuera de la isla. Si no, arguye, les iba a tocar hacer "el Camino de Santiago" hasta llegar. Prendió la tele y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo de verdad. "Me puse a llorar y a partir de ese momento lo pasé muy mal. Luego tardé como dos o tres meses en coger el metro por miedo a otro ataque", anota, subrayando la sensación de "impotencia" y narrando cómo permaneció dos horas sentada, sin saber qué hacer.
Vázquez asegura que cuando se acerca el día de nuevo, no puede evitar emocionarse. Rememora el caos, el silencio de la gente, el shock: "Era como una película de terror". Ella, a la que no le pilló directamente pero que sí conoce a alguien que lo vio en vivo, describe que tenía miedo. "Estaba un poco histérica por si podía volver a pasar lo mismo", señala, aludiendo al temor a ese recorrido rutinario hasta Manhattan en metro o a los lugares cerrados. La gallega llevaba desde 1994 allí y ya se sentía integrada, así que no sintió la distancia de ser de fuera cuando sucede algo tan trascendental.
"Hubo un antes y después del 11-S. Se creía que la ciudad era indestructible. Yo vi que cualquier tipo de atentado, venga de donde venga, puede tener consecuencias desastrosas", sopesa, reservando para ella las impresiones sobre quienes lo llevaron a cabo: "Es muy personal, pero no sé. Quizás, como es otra cultura, son unas ideas muy radicales. No lo acepto e incluso a veces pensaría que la gente está loca".
"Creo que ha habido mucho racismo, odio, aunque pagaran justos por pecadores, aunque igual se está pasando", comenta con esperanza. Aunque aquel cisma no es fácil de solventar: "Se sabe que puede volver a pasar algo, que nadie está seguro en ningún lado".
A Víctor Ortega también se le infundió esa inquietud a raíz de lo vivido. Él, que ahora tiene 43 años y nació en Sevilla, acudió para visitar a su hermano, residente en la ciudad, y para tantear la posibilidad de cursar un máster. Cuando el futuro global se nubló con ese tubo de humo negro pintando el cielo, él estaba durmiendo. Había salido la noche anterior y amanecía esperando unos muebles de Miami. No tenía televisión, pero vio al Ejército, a la Policía y el trajín inusual unos metros abajo. "No había ni internet en los móviles, y las centralitas se colapsaron", apunta quien lo vivió desde el Upper East Side, al norte.
El hermano de Ortega le avisó por el telefonillo. Bajaron a un bar y empezó "la locura". "Cerraron todo: el metro, los puentes. La verdad es que fue todo muy dramático", indica, aludiendo al respaldo ciudadano, a la incertidumbre y a la "paranoia" que se propagó súbitamente. "Supuso saber lo que es una tragedia en suelo propio. Los americanos siempre han visto las tragedias y las guerras fuera. Y una ciudad como Nueva York siempre ha sido muy individualista. El carácter se suavizó y la ciudad se hizo más abierta", arguye quien, a pesar de aquel episodio volvió años después.
Ortega ahora regenta la cadena de restaurantes Black Iron Burger y ha nutrido su experiencia de aquella jornada con los testimonios de otras personas. Comenta la suerte de su cuñada, que una semana antes del 11 de septiembre había hecho una entrevista para trabajar en una de las Torres Gemelas. O la de quien se libró por minutos, corriendo escaleras abajo.
Desde aquel momento, esgrime el sevillano, ha habido cambio de gobiernos, contiendas en otros países y continuos homenajes anuales que han cristalizado en el One World Observatory, un museo que recuerda la tragedia con objetos, fotos y una fuente simbolizando las lágrimas por los caídos. Aparte, se controló llegada y salida de musulmanes, quienes denunciaron un continuo hostigamiento. "Pero la ciudad es muy alegre y nunca se queda atascada", sintetiza dos décadas después, emergiendo de una pandemia y con las rémoras latentes de una crisis económica.
El sevillano Víctor Ortega y su esposa, residentes españoles en Nueva York
© Foto : Cortesía de Víctor Ortega
Para Mercedes Gallego, periodista española de 51 años afincada en la metrópoli norteamericana desde hace 22, el recuerdo de aquel día viene precedido por ese alba "limpio, cristalino" que brindan algunas mañanas de septiembre en la Gran Manzana. Nadie se creía, bajo ese regalo del cielo, el "horror" que se estaba viviendo. "Lo primero que pensamos es que había habido un accidente. Yo estaba en mi balcón cuando llegó el segundo avión y se estrelló. En ese momento vimos que no podía ser", sopesa. Su pareja, cámara de la NBC, tenía que grabar ese mismo día en las Torres Gemelas y se le retrasó, afortunadamente, a las 12:00.
La periodista española Mercedes Gallego, en una calle de Nueva York
© Foto : Cortesía de Mercedes Gallego
"Era el apocalipsis. Se hablaba de la Tercera Guerra Mundial", agrega, ilustrando cómo vio el derrumbe con un grito "al unísono" de los vecinos, que se abrazaban y lloraban. "Fuimos a verlo para escribirlo y vimos todo lo que quedaba, los objetos personales, y pensábamos que hasta había belleza en la tragedia", afirma. Lo siguiente fue el desorden, el corte de señal telefónica o la marabunta en las tiendas. "La gente estaba comprando víveres y nosotros recaudamos el dinero que teníamos, porque los cajeros no funcionaban y las tarjetas solo eran plástico", explica. Dos décadas después, por "todo lo dantesco" que fue, el ha sido mucho menor. "El mundo cambió, la ciudad cambió, faltan muchas personas, pero nuestras vidas siguen siendo parecidas. Aunque temiéramos que nunca serían igual".
"Fue como recrear Vietnam o como el ataque a Pearl Harbour", apunta por su parte Henry Granda. Hijo de español y cubana, a sus 60 años es ciudadano estadounidense. Está retirado de la policía y se formó en el Ejército, así que a pesar de sus ancestros y del idioma fluido, tiene documentación y personalidad estadounidense. "Yo tenía el día libre y estaba justo volviendo a Staten Island en coche al mismo tiempo que estos imbéciles estrellaron el avión", expresa. Su primera reacción fue llamar a la comisaría donde trabajaba. Quería saber qué tal estaban sus compañeros, si sabían qué pasaba y prestarse para echar una mano.
Henry Granda, hijo de padre español, en el puente Verrazano de Nueva York
© Foto : Cortesía de Henry Granda
Granda se presentó en su departamento y ayudó a cortar accesos. Minutos después del ataque, se dio la orden de clausurar hasta los aeropuertos. "Lo que más me sorprendió fue la confusión. No digo miedo, ni terror, digo el caos. Y me asombra que no se encontraran muchos cuerpos", cavila. En la calle reinaba la estupefacción.
"Antes del 11-S se hablaba de la Guerra Mundial, pero esto cambió el discurso. Alteró los viajes, la política internacional y la forma en que nos relacionamos", argumenta quien "mira distinto" a "un árabe o una mujer tapada".
"El pueblo es la misma gente. Pero cambiamos el yo por el nosotros y pensamos que había que matar juntos a esos gilipollas", resuelve Granda, que en su gremio notó más camaradería y cómo mucha gente les valoraba o quería tanto alistarse al Ejército como a la Policía. "El sentimiento era de que había que eliminarlos", resume, volviendo al presente: "Aun así, seguimos con una guerra en Afganistán y con la ignorancia de qué puede pasar". Sigue ese miedo a que aviones, camiones o lobos solitarios sacudan de nuevo la psique colectiva.