Ni la fama, ni los premios, ni el reconocimiento internacional han cambiado a Carlos Maldonado, que sigue siendo el mismo chico divertido, bromista y familiar de siempre. Llegó a MasterChef de casualidad, después de que su madre enviase una de sus fotografías al concurso sin que él lo supiera: "Mandó una foto donde salía un chavalito to’mazao con una barra de pan", cuenta en esta charla con Sputnik. La sorpresa llegó cuando le dijeron que les había gustado y que ahora tenía que presentar un plato propio: llevó un tartar de ciervo.
Sobre el premio que supone la estrella Michelin, el talaverano no le da más importancia, aunque reconoce que se puso muy nervioso cuando se enteró a través de la televisión porque no se lo esperaba: "Pensé: '¡La que hemos liao! ¿Y ahora qué hago? ' Luego me di cuenta de que nos la dieron por lo que somos y que lo que tenemos que hacer es seguir siendo nosotros mismos".
Maldonado se sincera sobre su vida y cuenta cómo siempre estuvo dando tumbos de un sitio para otro sin saber lo que quería hacer con su vida. Fue socorrista, vigilante de seguridad nocturno y también vendedor ambulante, hasta que comenzó como pinche en un restaurante y notó cómo la cocina le provocaba sensaciones desconocidas para él hasta ese momento: "Me tranquiliza, es como un buen polvo", explica.
El chef asegura que nunca piensa en el futuro porque "cuando llegas a la meta, descansas, paras. Hay que andar y disfrutar el camino", asegura. Sin embargo, reconoce que un restaurante tan exigente como Raíces tiene fecha de caducidad y que después "quisiera probar otros caminos, bajar el ritmo".