Por encima sus múltiples facetas artísticas, a Fernando Fernán Gómez se le conoce como un gran conversador. Tanto en el Café Gijón de Madrid, donde estableció una sucursal de su despacho, como en las numerosas cenas que ofrecía junto a su pareja Emma Cohen en su casa madrileña, el actor, director y dramaturgo platicaba sin tregua entre miles de invitados. Amigos y a la vez admiradores de su figura se arremolinaban para escuchar historias sobre su nacimiento, la proclamación de la II República, las giras como intérprete o los proyectos por venir.
Fernán Gómez tenía fama de amenizar sobremesas que acababan en amanecer y de no rechazar una buena liturgia de copas nocturnas. Había muchas cosas que le gustaban: el cine, la literatura, el teatro, la historia, el jazz o la política (a pesar de su marcado anarquismo), pero priorizaba una buena velada regada por alcohol y con presencia de mujeres, sus mayores debilidades. También se granjeó una leyenda paralela a su carrera profesional debido a su mal carácter: antes de que se hablara de vídeos virales, la secuencia en la que espetaba "¡Váyase a la mierda!" a un seguidor de su obra pasó de boca en boca hasta convertirse en un popular chascarrillo.
De esta manera llegó a finales de siglo XX a las generaciones más pequeñas, quizás menos familiarizadas con su trayectoria. Fernán Gómez, no obstante, ya era más que una personalidad respetada en el gremio: era un creador infatigable, una cara imprescindible de la enciclopedia de celebridades españolas. Esta importancia se palpa en el centenario desde su nacimiento: plataformas virtuales, cadenas de televisión, centros de exposiciones o sellos literarios repasan sus películas, documentales o textos. Se programan ciclos y tertulias igual que se publicitan de nuevo, con motivo del aniversario, novelas como La puerta del Sol, Capa y espada o El tiempo de los trenes, piezas como El viaje a ninguna parte o sus memorias El tiempo amarillo, ampliadas para la ocasión por la editorial Capitán Swing.
En ellas asegura que no merece la pena contar la infancia, porque son todas iguales. Y por eso, "como el resto de niños", él nació en Lima el 28 de agosto de 1921. Su registro, sin embargo, se produjo días después en Buenos Aires: su madre, la artista Carola Fernán Gómez, estaba yendo de país en país por Latinoamérica con su compañía teatral y fue su abuela la que tuvo que regularizar la situación. Fue la encargada de decirle posteriormente que era "hijo natural": es decir, de madre soltera. Su padre, de hecho, nunca se encargó de él.
Criado por mujeres y ligado a la farándula, Fernán Gómez recuerda la proclamación de la República y el júbilo por las calles de Madrid, donde ya se había establecido. En su adolescencia vivió el primer bombardeo de la ciudad por parte de las tropas franquistas. Aún sin definir políticamente, a pesar de la tendencia a la izquierda de su familia, la Guerra Civil le convenció.
"Yo entonces era de derechas. Quería ser un señorito rico. En la posguerra me di cuenta de que la guerra la había ganado la injusticia; los partidarios de la desigualdad; los ricos contra los pobres", explica en el documental La silla de Fernando, rodado por David Trueba y Luis Alegre en 2006, siendo ya un fiel anarquista y ancestral afiliado a la CGT (Confederación Nacional del Trabajo).
En ese testamento que recogía su esencia con un plano fijo y horas de charla, el actor recordaba sus penurias económicas, los años grises del franquismo o las alegrías junto a seres queridos. Y definía el éxito o el fracaso como una "sensación": "A lo que he llegado como conclusión, después de haberlo pensado mucho, es que no son hechos en sí porque puede haber alguien que tenga un éxito aparente para el público, para la crítica, para los aficionados y, sin embargo, él lo considera un fracaso porque es mucho menos de lo que había pretendido", detallaba.
Su biografía, al menos en el papel, está plagada de éxitos. Participó en unas 200 películas y series de televisión junto a los directores más importantes de todas las décadas del cine español. José Luis Sáenz de Heredia, Luis García Berlanga, José Luis Garci, Fernando Trueba, Carlos Saura, Víctor Erice… Hasta casi el final de su existencia ejerció como un peón del celuloide. Dan cuenta de esta profesionalidad con sus últimos papeles en Para que no me olvides (2005) o Mia Sarah (2006) y el rodaje interrumpido de Lazarillo de Tormes en 2001.
A la calidad de su actuación se le unía la de la dirección. En 1963 firmó detrás de la cámara El mundo sigue, después de otros ejercicios de maestría, y se afianzó con El extraño viaje (1964) o El viaje a ninguna parte (1986). Fernán Gómez transitaba de la comedia al thriller humorístico o a los dramas existenciales y eso le llevó a ganar seis premios Goya en sus diferentes roles de actor, director o guionista. Obtuvo además dos veces el Oso de plata al mejor actor en Berlín y en 2005 uno honorífico por toda su carrera. Fue Premio Príncipe de Asturias de las Artes y recibió el Donostia que le concedió el Festival de San Sebastián.
Luis Alegre, codirector del documental mencionado y autor del prólogo en la actualizada El tiempo amarillo comenta brevemente a Sputnik por qué es una de las figuras clave de nuestro país. "Es el creador más versátil y apabullante de la historia de la cultura española", indica, "dejó joyas como director de cine, como dramaturgo (véase Las bicicletas son para el verano), como escritor de memorias, articulista y ensayista, director de televisión, director de teatro y, por descontado, como actor, con multitud de interpretaciones magistrales. Exhibió una lucidez única como observador de su país y de su tiempo".
Gracias a esas veladas y a esas conversaciones que tuvo con Fernán Gómez, Luis Alegre aporta anécdotas de su intimidad o de su círculo próximo, formado por compañeros como Manuel Aleixandre o José Sacristán y por escritores como Francisco Umbral o Manuel Vicent. Siempre con hambre de amistad y de buenos momentos, no escondía su amor por las visitas y por sus dos vástagos, Fernando y Helena. Acudían a menudo colegas o deseosos de pasar un rato a su vera, hipnotizados por su cháchara y ese tono de voz. Aunque él a veces no tenía esa imagen: "He estado en multitud de reuniones en las que el que hablaba era otro, ese que decía que yo era un gran conversador, mientras que yo permanecía callado", expresaba con sorna en la mencionada cinta.
Todavía se puede ser partícipe en la distancia de ese embrujo. Aunque sea con su obra y con los homenajes de estos días. Incluso si, como afirma Luis Alegre, aún no ha recibido la categoría que merece.
"Dentro de la élite cultural e intelectual, su prestigio es inmenso y estoy seguro de que se agigantará con el paso del tiempo. Pero, para la inmensa mayoría, permanecen inadvertidas buena parte de sus múltiples facetas creadoras", indica.
"Por otro lado, a bastantes personas lo primero que se les viene a la cabeza, cuando piensan en él, es su arrebato de cólera con un fan muy plasta. Así, en general, pese a la adoración que convoca entre los enterados, no se puede decir que el país haya sido justo con su figura. Sin ir más lejos, la celebración de su centenario está teniendo un alcance muy decepcionante", agrega en esta marcada efeméride, 14 años después de su muerte, el 21 de noviembre de 2007.