La epidemia de poliomielitis
En el verano de 1959 la última gran epidemia de poliomielitis se extendió por todo Canadá, y el Quebec fue el lugar donde más casos se produjeron: más de 1.000 infecciones y 88 muertes, relata Paula Larsson, especialista en Historia de la Ciencia, la Medicina y la Tecnología de la Universidad de Oxford.
La infección por poliomielitis podía causar parálisis permanente en niños y era mortal en el 5% de los casos. A mediados del siglo XX, tuvo carácter de desastre nacional en varios países de Europa y América del Norte. Los montrealeses se apresuraron a acudir a los centros de vacunación para salvar a sus hijos, pero el fármaco escaseaba.
Solo dos laboratorios se encargaban de producir la vacuna en Canadá, y la mayoría fue suministrada por el laboratorio Connaught de la Universidad de Toronto, lo que pronto llevó a que faltasen dosis.
Un descarado robo armado
En agosto, Montreal estaba a la espera de recibir más vacunas. El alivio llegó a finales de mes, cuando arribó un enorme cargamento de viales de Connaught. Era suficiente para cubrir la ciudad, y el excedente se planeaba repartir por toda la provincia.
Sin embargo, la redistribución nunca llegó. Un hombre llamado Jean Paul Robinson, trabajador temporal involucrado en la distribución de vacunas, vio una oportunidad para enriquecerse en esta situación.
A Robinson se le había encomendado la tarea de repartir viales entre las distintas clínicas. A las tres de la madrugada del 31 de agosto de 1959, Robinson y dos cómplices irrumpieron en el Instituto de Microbiología de la Universidad de Montreal armados con revólveres.
Primero, encerraron al guardia nocturno en una jaula con 500 monos de laboratorio. A continuación, rompieron la cerradura del enorme frigorífico, saquearon todas las cajas de los viales y robaron el coche del guardia para escaparse y transportarlo.
Lo que se llevaron resultó ser 75.000 viales del fármaco, valorados en 50.000 dólares canadienses (el equivalente a casi 500.000 dólares de hoy). Robinson escondió el lote en un edificio alquilado.
Los residentes de Montreal amanecieron boquiabiertos y horrorizados. En tan solo un día, la ciudad se quedó sin vacunas . La Policía tomó cartas en el asunto y pronto descubrió que una farmacia disponía de vacunas frescas con el mismo número de serie que el suministro robado. Mientras tanto, la ciudad se enfrentaba a un repunte de infecciones: 36 pacientes más fueron ingresados en el hospital.
Capturar a los ladrones
Con todo eso, Robinson no sabía qué hacer con las vacunas. Se debían guardar a baja temperatura. En caso contrario, debían ser desechadas. Y no había una nevera lo suficientemente grande en el edificio. Aunque había tenido la suerte de vender 299 viales por 500 dólares a un farmacéutico, hacer lo mismo con el resto era demasiado arriesgado. Así que gran parte del lote se guardaba a temperatura ambiente, lo cual ponía en peligro su efectividad.
Aprovechando que la Policía estaba más interesada en recuperar los viales que en atrapar al culpable, Robinson hizo una llamada a la línea pública. Haciéndose pasar por un ciudadano preocupado, declaró que había visto una gran cantidad de cajas sospechosas etiquetadas como Connaught Laboratories siendo cargadas desde un coche en la calle St. Hubert.
La Policía descubrió rápidamente el almacén de los medicamentos robados, pero antes de poder utilizarlos, debían ser sometidos a pruebas exhaustivas. Aquello podía llevar hasta dos meses, lo que significaba que las ampollas no podrían utilizarse a pesar de la epidemia. Fueron finalmente autorizadas para su uso general en octubre.
Durante la investigación, los agentes descubrieron que el hombre que había llamado a la línea era el mismo que había vendido los 299 viales a la farmacia. Las pruebas contra Robinson se iban acumulando, y el ladrón se escapó de la ciudad. Lo encontraron en una pequeña granja abandonada.
Más allá de las dudas razonables
No obstante, llevar a cabo un juicio contra Robinson resultó ser una tarea mucho más difícil, y el caso acabó desmoronándose. Aunque uno de sus cómplices había identificado originalmente a Jean Paul Robinson como el autor intelectual del atraco, cuando llegó el juicio dos años después el testigo se retractó de su declaración original.
El propio Robinson nunca reconoció su culpa, y tampoco perdió la calma. Se presentó como un ciudadano responsable que simplemente había intentado recuperar las vacunas robadas del verdadero cerebro criminal: un hombre imaginario llamado Bob. Robinson afirmó que Bob había montado todo el asunto antes de desaparecer y escapar de la justicia.
El juez acabó dictaminando que, aunque la historia de Robinson era "extraña y un poco inverosímil", al final la Corona no pudo demostrar la culpabilidad del hombre más allá de las dudas razonables. Robinson fue absuelto.