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La fotógrafa española que retrata su cáncer: "No quiero ser ejemplo de nada"

A Olatz Vázquez le diagnosticaron esta enfermedad en el estómago en junio. Periodista de formación, siempre ha usado la imagen para mostrar su aspecto. Ahora ha llegado a recibir insultos y ha ganado una cámara del pianista James Rhodes.
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Recela del discurso buenista igual que de haber cambiado su forma de actuar. Olatz Vázquez, periodista de Bilbao nacida en 1994, ha llamado la atención mediática después de publicar fotos suyas en pleno tratamiento de su enfermedad. En junio de este año le diagnosticaron un cáncer gástrico en Estado IV con metástasis abdominal. Comenzó así el proceso que acompaña al veredicto, tanto clínico (medicación, citas de hospital, análisis…) como emocional (tristeza, coraje, hastío…). Y también mantuvo una de sus pasiones: la fotografía. Siguió retratándose a ella misma, esta vez con las secuelas que acarrea la dolencia. Sin ese buenismo del que desconfía y sin integrar novedades a su estilo.

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Miedo, llanto, alegría, respaldo. Sus imágenes muestran a una Olatz Vázquez en bruto. Un blanco y negro tapiza de contrastes el rostro o su cuerpo desnudo, pero siempre con el mismo modelo: ella. El propósito no tiene nada que ver con una cuestión divulgativa ni mucho menos motivacional. Simplemente es una continuación de su trabajo anterior. "Cuando me dijeron que tenía cáncer, no pensé en ser la imagen de la enfermedad, simplemente pensé que, si siempre me había hecho fotos a mí misma, pues iba a seguir haciéndolas igual, esta vez con mi cuerpo marcado por el cáncer", cuenta a Sputnik.

"Lo hago porque de repente tenía mucho miedo a sentirme inútil. Estaba en un momento álgido laboral y artístico y pensé que no quería quedarme sin hacer nada. Me agarré a la fotografía como un clavo ardiendo", comenta ahora, que supera los 30.000 seguidores en distintas redes sociales. Ya llevaba tiempo experimentando. A pesar de que antes, mientras estudiaba la carrera de periodismo, veía esta disciplina como muy estática, como un arte más mecánico que otros como la escultura o la pintura. Sin embargo, su rol de modelo le cambió la perspectiva y vio que podía ser un campo muy creativo.

Se dio una oportunidad. Cogió la Canon 5D con un solo objetivo que tenía y se dedicó a inmortalizar su rostro frente al espejo o a plasmar pedazos de su anatomía. "Siempre me he retratado, lo que pasa es que ahora tengo cáncer, pero siempre he volcado mi parte más negativa. Yo solía decir que 'lloraba' fotos", justifica después de que se la haya acusado de usar la enfermedad como publicidad propia, de culparla por "blanquear" el sufrimiento o incluso de recibir consejos y mensajes ofensivos sobre su delgadez: en ocasiones le sugerían que sufría anorexia o le aconsejaban comer "un buen potaje".

En realidad, hasta llegar a este punto de cierta popularidad no solo hubo un trayecto sinuoso para dar con el dictamen de la dolencia sino una denuncia pública de la mala praxis y de cómo le había afectado el COVID-19. "La gente empezó a saber de mí porque escribí lo que me había pasado con los médicos", aclara. Y eso, lo que le había ocurrido, da para un relato completo: Vázquez llevaba más de un año con dolores en la zona estomacal. Algunas veces eran tan fuertes que tenía que ir a urgencias. Pedía consultas con especialistas y la explicación era una celiaquía, una infección o un ataque de ansiedad.

"Una vez me llegaron a decir (apartándome de mi madre, con quien había ido) que era un problema derivado de una enfermedad venérea. Y dudaron de que les asegurara que era imposible. Me hicieron una placa, dos ecografías, un TAC y con los resultados me mandaron al ginecólogo por enfermedad pélvica inflamatoria. Me dejaban caer que estaba confundiendo dolores gástricos con menstruales. Lo único que hacían era descartar una apendicitis y decirme que no sería nada grave porque era muy joven. Todo por no hacerme pruebas", lamenta.

Olatz Vázquez quería hacer hincapié en el déficit de atención que sufrió. Sabe la periodista que es complicado detectar un cáncer gástrico, del que se celebra su Día Internacional el 28 de noviembre. Que es muy poco frecuente y más aún en mujeres. Según la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), en España se diagnostican unos 7.800 casos nuevos de tumores gástricos al año. La estimación de 2020 es 7.577, tal y como anotan en su último informe. Además, con 26 años lo normal no es desarrollar un tumor ni de esta ni de ninguna característica. Pero se queja de la tardanza y de cómo eludían cualquier test. Por fin, le hicieron una laparoscopia y luego una biopsia. Encontraron úlceras cancerosas y metástasis en el abdomen.

"No me lo creía. Me habían retrasado una gastroscopia por la pandemia y me aseguraron que lo mío no era una emergencia. Con el discurso de que era joven, todos estaban convencidos de que no tenía nada", arguye, incidiendo en que no era una molestia pasajera sino que se encontraba tan mal que en febrero pidió la baja y se marchó de Madrid, donde trabajaba, al País Vasco, con su madre.

Aquel 9 de junio, aun así, se quedó petrificada. "Pensaba que me estaban vacilando", afirma. La noticia la dejó rota. Todos los análisis le salían relativamente bien. Además, tuvo un episodio que ahora la tiene de un lado a otro. En el hospital de Cruces de Bilbao le dijeron que el comité oncológico había decidido darle quimioterapia, mirar si operaban (según cómo avanzara) y volver o no a la quimio. "Luego, otra oncóloga, que era sustituta, me dijo que tenía muy mal pronóstico y que me olvidara del tratamiento. Que lo mío era incurable", recuerda.

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El tacto de aquella doctora le provocó revolverse. Buscó otras opiniones y eligió el hospital Vall d’Hebron en Barcelona. Allí es donde acude a menudo, aunque necesite emprender un viaje de unas horas y hacer noche bajo techo ajeno. Este mes acababa la que —de momento, como suele escribir— sería su última sesión. Pero los resultados de unos análisis han determinado comenzar otro tratamiento. "Esperábamos otra cosa", sintetiza con nervios y resignación. No se corta en reflexionar sobre este trance en sus publicaciones, donde enseña la sala donde le dan quimioterapia o el corte de pelo al que se somete tras ver cómo se caía.

"Ha habido días en los que me ha dado miedo hasta ducharme. Acariciar mi cuerpo, frotarlo, tocarlo... Mi cuerpo enfermo. Veo mi tripa, inflamada, y pienso en todo lo que estará pasando ahí, dentro de mí. Siento a mi cuerpo luchando contra un gigante", escribía hace unas semanas. "Hoy he vuelto a la Olatz de este día. No me gusta que se banalice la pérdida del cabello en procesos como la quimioterapia. Sí, el pelo crece, pero esa imagen tuya, frente al espejo, sin tu melena, sin tu cabello, es la viva imagen de la enfermedad", añade en otra.

​La fotografía es un catalizador de su mente. Toma imágenes de forma impulsiva, sin pararse a pensar demasiado en enfoques o datos técnicos. Le brotan en cualquier lado y no divaga. De su producción expone un 1%, según sus cálculos. Y, como insiste, no lo hace con ningún objetivo. Ni pedagógico ni de ejemplo de nada. Al revés: le molesta el lenguaje bélico al tratar un cáncer. "No creo que se venza a nada o que los más fuertes son los que lo superan", arguye, criticando esos mensajes de optimismo o autoayuda que rodean esta dramática circunstancia: "Son dañinos y peligrosos, porque culpabilizan al que no se cura o se siente mal".

"Creo que es bueno ser positivo para llevar mejor el tratamiento, pero no que quien lo sea termina curándose ni que haya que dar esa imagen rosa de anuncio", cavila.

Ella, de hecho, tiende a salir con muecas de dolor, de angustia o con lágrimas que relatan el malestar. Más de una vez le han pedido una sonrisa. Y la ha mostrado: la última, después de recibir una cámara Leica de James Rhodes. El pianista inglés realizó un sorteo por Twitter para regalar este aparato a quien le conmoviera con sus fotos. Olatz se apuntó con cuatro fases que describían su vida actual: quimioterapia, aceptación, miedo y acompañamiento. La ganó. "Me escribió James Rhodes un día antes y me preguntó qué equipo tenía y me dijo que mis fotos le habían impactado. Aún seguimos en contacto y no sabe el impulso y lo importante que fue para mí", cuenta.

​Aparte del reconocimiento del pianista, cada día recibe ánimos e historias de mucha gente. Le sirven (junto con los psicólogos a los que asiste, cuya labor ve imprescindible) para "tirar del carro". "Son muy terapéuticos", comenta, resaltando algunos sucesos que la han emocionado o inspirado. "Hay muchos días malos y es muy duro", sentencia, confesando que, aunque huya del buenismo o de la autocompasión, le ha cambiado la vida. "Está claro que la valoras mucho más cuando estás en riesgo, pero eso no quiere decir que me alegre de haber tenido cáncer o que a lo mejor no prefiera no saberlo con tal de estar sana".

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