El principal perdedor en la Guerra Fría fue la Unión Soviética. Como consecuencia del acercamiento entre Washington y Moscú, el país comunista resultó ser manifiestamente débil e incapaz de hacer frente a los desafíos de la nueva realidad.
Para mediados de los años 80 las relaciones entre la URSS y Estados Unidos se encontraban ya en un estado deplorable. La cumbre anterior en la que participaron los líderes de las dos potencias había tenido lugar a mediados de 1979. En aquel entonces Leonid Brezhnev y Jimmy Carter alcanzaron un acuerdo conocido como SALT II. Sin embargo, pese a aquel significativo logro no hubo un contacto directo entre ambos países.
Las relaciones fueron decayendo aún más con el inicio de la operación soviética en Afganistán, a finales de 1979. Como consecuencia, los lazos entre los dos países se complicaron más: la reacción de Washington fue instantánea, y el Pentágono obtuvo carta blanca para seguir adelante con su carrera armamentística. No fue hasta seis años más tarde, con la nueva generación de líderes políticos de ambas naciones, cuando se trataría de dar un nuevo impulso a las relaciones.
La reunión entre Gorbachov y Reagan fue una brillante oportunidad para empezar desde cero.
Preparativos para la cumbre
La primera reunión entre Gorbachov y Reagan tuvo lugar cuando el primero ya ostentaba el cargo del secretario general del Comité Central del PCUS —de facto líder de la nación comunista—. Mijaíl Gorbachov se ganó la simpatía de la gente en occidente.
Al principio Reagan tuvo que enfrentarse a quienes se oponían a entablar buenas relaciones con la URSS, pues todavía estaban frescas las experiencias negativas con el país comunista de los años anteriores. Pero afortunadamente no sobrepasaron el punto de no retorno. Si bien el presidente estadounidense inicialmente mostró su escepticismo por las voces partidarias de apostar por la reconciliación, al final el mandatario acabó apostando por sentarse con Gorbachov.
Acabó invitando al soviético a EEUU cuando este fue elegido secretario general en marzo de 1985. Se considera que la decisión del presidente norteamericano de invitarlo a Estados Unidos se debió a la recomendación de la entonces primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, con quien el líder del país comunista se reunió en Londres en 1984.
Las autoridades de la URSS buscaron puntos en común con los estadounidenses. Moscú quería construir lazos basados en el respeto mutuo sin importar las mismas diferencias ideológicas que durante mucho tiempo habían sido la manzana de la discordia.
La idea fue no intentar ni cambiar la opinión del contrario ni convencer. Pero parece que este enfoque solo lo adoptó Moscú. La delegación de EEUU liderada por Reagan sí trató de dar lecciones a los representantes de la URSS.
Contacto sólido y consecuencias del diálogo
La reunión entre los líderes de EEUU y la URSS se realizó de manera distendida. Aun así, los mandatarios negociaron una serie de cuestiones urgentes.
Otro tema de mayor interés para Estados Unidos fueron los derechos humanos. Washington vio importante señalar que el país comunista tenía problemas con ellos. La delegación norteamericana subrayó su importancia hasta tal punto que pareció humillante para Moscú.
Pero el tema no dejó atónito a Gorbachov. Cuando Reagan empezó a hablar con el líder soviético como si le estuviera aleccionando, Gorbachov lo interrumpió y le dijo:
"No soy un alumno, señor presidente, y usted no es un profesor. Tenemos mundos enormes detrás de nosotros".
Aunque las negociaciones no acabaron siendo muy fructíferas, las partes establecieron un contacto sólido entre sí. Incluso discutieron la posibilidad de que Gorbachov visitase Washington y de que Reagan viajase a Moscú. Los países lograron superar la barrera psicológica: quedó claro que para EEUU era posible entablar un diálogo constructivo con el llamado imperio del mal, como Reagan definió a la Unión Soviética en 1983.
En la declaración final de la cumbre las partes subrayaron que "la guerra nuclear es inaceptable" porque "en ella no habría ganadores". Este fue un gran paso adelante y, efectivamente, alivió la tensa situación que ya duraba años. En consecuencia, Gorbachov y Reagan se reunieron en otras ocasiones, hasta que en 1987 firmaron el Tratado INF. Al final, el proceso político iniciado por los dos líderes puso fin a la Guerra Fría y, tras ella, a la propia URSS.
Ronald Reagan nunca dijo que su país había ganado aquella guerra, pero sí lo hicieron otros presidentes. La claudicación del país comunista ante EEUU y los procesos que simultáneamente tuvieron lugar dentro de la nación euroasiática acabaron con ella.