Pastora Filigrana nació en el barrio sevillano de Triana en 1981. Su nombre y su apellido no son un apodo artístico, sino que responden al linaje familiar: este tipo de orfebrería con el que se presenta era el oficio de sus ancestros gitanos. Una comunidad que, según sostiene en su último libro, ha intentado huir del sistema capitalista. En El pueblo Gitano contra el sistema-mundo, publicado hace unas semanas por Akal, reflexiona "desde una militancia feminista y anticapitalista" sobre la discriminación de su etnia. Licenciada en Derecho por la Universidad de Sevilla, está especializada en la rama laboral y sindical. Ve el poder judicial como un ejemplo "evidente" del antigitanismo y del sesgo racista y patriarcal que domina la sociedad.
—"Hay que ser como gitanos para alcanzar un mundo mejor", advierte al principio.
—Recorres desde los Reyes Católicos a la actualidad. ¿Sigue la desigualdad?
—Claro. El antigitanismo sigue vigente. El concepto de que está en un escalón inferior de la humanidad, sigue hasta el día de hoy aunque no haya leyes específicas contra ellos. Y había que darle un contexto histórico y político para saber por qué es así.
—¿Se les persigue, entre otras cosas, por la disidencia a un sistema, tal y como expone en el ensayo?
—La persecución al pueblo gitano es, primero, porque la creación de un estado español necesitó homogeneizar a la sociedad. De la misma forma que se hizo con los judíos sefardíes. Y, segundo, porque el pueblo gitano se estaba escapando del ideal capitalista de trabajar a las órdenes de un señor. Buscan formas de vida en los márgenes, con las redes familiares, autogestionándose. Y eso se persigue.
—Eso dio la concepción de vagos, con la que aún cargan.
—¿Cuál es la situación actual? ¿Se han incluido en la red del sistema?
—Ahora es mucho más difícil permanecer al margen. Para todo el mundo. Solo queda una marginalidad absoluta, donde ha quedado asignada una parte importante del pueblo gitano. A la exclusión social. Aun así, intentan mantener las redes comunitarias y los trabajos autónomos antes que los asalariados. Pero muchos tienen que estar dentro de la lógica capitalista. Aunque se siga abogando por una identidad, aunque haya poco margen para diferenciarse.
—También indicas que "el patriarcado es solo uno". Sin apellidos. Aunque se suela acusar a los gitanos de machismo.
Por ejemplo, el tema de la fresa en Huelva: los empresarios quieren a mujeres marroquíes casadas. Se ve cómo el machismo marroquí beneficia a la economía europea. Indudablemente, hay racismo en los gitanos o en Marruecos. En definitiva, lo hay en todos los lados, pero se suele señalar al otro. Hay que tener cuidado con ese discurso cuando lo que se trata es de inferiorizar otras comunidades.
—Aludes a la película 'Carmen y Lola', que muestra a una pareja de lesbianas gitanas enfrentándose a las familias.
—Hablo de ella porque, independientemente de lo buena que sea o lo bien que esté grabada, no saca los colectivos LGTBI que hay en la población gitana. Existen parejas homosexuales públicas y notorias, pero la directora repitió el estereotipo. No puedo decir que no exista esa homofobia, pero tampoco que sea representativo, porque es una comunidad muy heterogénea.
—Y otros clichés, como el gracejo, con el baile y el folclore. ¿Son reduccionistas?
—¿Dentro de la comunidad hay modelos?
—Claro, pero no se visibilizan. Nosotras, por ejemplo, creamos la Asociación de Mujeres Gitanas Universitarias, y queríamos dar otras imágenes de la gitanidad. Pero, por suerte, hay muchas actrices, novelistas… Creo que las mujeres gitanas están pisando muy fuerte. Estos son los nuevos referentes que están llegando.
—Eso no quita que luego los payos prefieran no alquilar pisos a gitanos ni convivir con ellos. ¿Qué ha fallado a la hora de integrarles?
—Son varias cuestiones: una parte importante vive en la exclusión social. Eso es fundamental, porque empuja a la marginalidad, la pobreza y la delincuencia. Es innegable. Pero lo que sostengo en el libro es que son 500 años de mantenimiento de este estereotipo y eso ha arraigado profundamente en la psique colectiva. Es, además, el reflejo de la otredad por excelencia. La identidad blanca, española, católica, se construye con un espejo enfrente que son los gitanos (después de los moriscos o los judíos) y busca la diferenciación.
—¿Cómo casa con eso la llamada apropiación cultural, que ha saltado a la palestra con Rosalía como mujer paya cantando flamenco?
—Justo estamos viendo voces que hablan de revisar la historia, incluso derribando estatuas.
—Lo que me parece importante es explicar por qué tenemos hoy esta jerarquía de valores. Cuando a uno no le gustan los negros no es ver esa opción, es ver qué hay detrás. Es tomar consciencia de por qué actúas así.
—Para terminar, ¿qué criticaría, como parte de ella, de la comunidad gitana? No hay ningún apartado con sombras…
—Es que de eso se tiene que encargar el discurso antigitano [ríe]. No he puesto nada porque cuando estás en un nivel tan bajo de desventaja social y con una máquina tan grande encima, no nos podemos permitir la autocrítica. Porque el nivel de desventaja es tan grande que no hay cabida. La autocrítica se hace entre iguales, en una correlación igualitaria de fuerzas.