El partido que enfrentó la noche del 8 de julio al FC Barcelona y al RCD Espanyol, los dos máximos representantes del fútbol en Cataluña, produjo varios hechos de relieve, tanto deportivos como extradeportivos.
En una jornada en la que el Ministerio de Sanidad de España confirmó un repunte en el país de los casos de infección de COVID-19, cuantificados en Cataluña (provincia de Lérida) en forma del mayor rebrote hasta la fecha, centenares de hinchas radicales del equipo azulgrana se concentraron frente al estadio Camp Nou antes del inicio del encuentro, jugado a puerta cerrada como todos los de la Liga española tras su reanudación en junio.
Entre cánticos y quema de bengalas, se pudo observar que la mayoría no llevaba mascarillas, de uso obligatorio en toda Cataluña desde hace unos días y cuya omisión se castiga con multas de 100 euros.
Victoria sin brillo, fracaso sin paliativos
El partido fue ganado por el FC Barcelona por 1-0, resultado que mantiene al equipo de Quique Setién en la lucha por el título liguero (figura en segunda posición tras el Real Madrid), pero que condena al Espanyol al descenso a la Segunda División, hecho que no se producía desde 1993. Se da la circunstancia de que aquel año Setién actuaba como jugador en el Rácing de Santander cuando este equipo venció al Espanyol y provocó su pérdida de categoría.
Para colmo, los aficionados culés más enconados, muchos de ellos también sin mascarilla, festejaron el fracaso de su eterno rival a la conclusión del partido haciendo explotar por las calles del centro de Barcelona tracas, petardos y otro tipo de pirotecnia.
Sin embargo, el entrenador del FC Barcelona, Quique Setién, no se mostró tan efusivo a la hora de comentar el desempeño de sus pupilos y admitió en rueda de prensa que el juego de su equipo había dejado mucho que desear:
"Creo que hoy definitivamente no fuimos brillantes", subrayó, luego de explicar que el Espanyol tuvo "una actitud cien por cien centrada en la defensa".