La violencia contra quien es víctima de este reto sensibilizó inmediatamente a la sociedad, y se multiplicaron las campañas y los llamados para detener la propagación de estas prácticas.
TikTok se ha convertido en poco tiempo en la red social favorita entre los jóvenes de 13 a 25 años. El formato de videos que no sobrepasan los veinte segundos y su interfaz intuitiva y flexible para la edición de videos le han colocado entre los primeros lugares de descargas de las plataformas de Apple y Android.
Sin embargo, tal y como explica la periodista venezolana Cristina González, a la hora de informar sobre los hechos sociales no basta con ser acuciosos. Hay que tener la entereza y la capacidad necesarias para usar un ojo de pez, es decir, una mirada lo suficientemente amplia como para que el acontecimiento no pase por alto los factores que lo rodean y explican.
El peligro que entraña usar el daño a otro ser humano para entretener urge a adoptar esa mirada amplia sobre una característica distintiva de estos tiempos: la viralización del mal.
No es solo TikTok
Conforme los llamados de alerta y reflexión sobre la práctica de romper cráneos crecían en televisión y en las propias redes sociales, era imposible dejar de pensar en cómo estos fenómenos llamados retos virales se hacen cada vez más cotidianos en la sociedad.
Las redes sociales han transformado el mundo en un gran coliseo romano. Solo que ahora, la esclavitud y la exposición a la muerte se hacen de forma voluntaria.
El fenómeno del coliseo y lo que ocurre dentro de él no es desconocido para los poderosos.
El 2 de junio del 2019, Bilderberg discutió en su reunión anual la armamentización de las redes sociales. Para ello, trajo al experto Peter Singer, quien dijo sin cortapisas que el mundo digital se ha "convertido en un nuevo espacio de batalla", y en dicho lugar todos nosotros "somos los objetivos de dicha guerra".
Si usted, lector, echa un vistazo a su círculo cercano, ¿podría contar a las personas cercanas que se encuentran mirando una pantalla? Lo viral no se circunscribe a una determinada red social; hablamos de un fenómeno cuyos efectos a largo plazo apenas estamos descubriendo.
El efecto lucifer: de lo digital a lo concreto
Pasamos cada vez menos tiempo en el mundo de carne y hueso y mucho más en el imaginacional. La pantalla se ha convertido en la puerta de entrada, el vaso comunicante entre ambos planos.
Al utilizar la metáfora del coliseo romano, pienso en por qué somos capaces de obrar el mal para divertir a una audiencia a la que apenas le importamos.
La maldad "consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre", apunta el investigador.
En este caso, Zimbardo plantea que la psicología ha tratado de explicar la trasformación del carácter humano en distintos estadios. Un nivel "disposicional" o individual (manzanas podridas), uno impulsado por las fuerzas situacionales o del contexto (el barril malo), y otro en el que coinciden las influencias del sistema político, social y cultural (los hacedores del barril malo).
Al observar el reto viral rompecráneos bajo el esquema de Zimbardo es posible considerar que los muchachos que causan daño a su compañero no son absolutamente responsables de la maldad que infligen.
Para el investigador, existen aspectos que son dejados de lado. En este caso, los denomina fuerzas situacionales. No hay manzanas podridas, sino barriles malos y personas que construyen dichos barriles.
La construcción de los propios algoritmos de recompensas en las redes sociales, donde la dopamina fluye sin control a través de las redes neuronales, ha servido como plataforma para que ocurran los procesos que posibilitan la reproducción del mal. Piénsese en los siguientes apartados, teniendo en mente cualquier reto viral:
- dar el primer paso: atreverse a realizar la acción;
- deshumanizar a los otros: dejar de sentir empatía por el dolor ajeno;
- desindividuación del anonimato: el individuo desaparece conforme actúa en la masa;
- difusión de la responsabilidad personal: el individuo no asume culpas y las desvía hacia factores y actores más abstractos;
- desobediencia ciega a la autoridad: el juicio y la ética personal se subordina a la jerarquía del poder;
- no hacer nada: permitir a través de la inacción que el mal ocurra.
Muchos creerán que se trata solo de diversión. Que el mundo digital no puede traspasar la barrera infranqueable a esta realidad que habitamos. Que apagar el teléfono inteligente y desconectarse ya es suficiente.
La verdad es mucho más cruda, y lo ilustraré de la siguiente manera.
La campaña de sanciones contra Venezuela, que incluso ha sido catalogada por relatores de las Naciones Unidas como crímenes contra los derechos humanos, comenzó con una avanzada del mundo imaginacional.
Primero colonizaron de odio el mundo imaginacional y luego llenaron de atrocidades la realidad sensible.
Estados Unidos y sus operadores políticos en Venezuela usan las sanciones como si fuesen un reto viral. Un espectáculo mediático al que se le ha desprovisto de toda la carga maligna que conlleva. En el que luchan por ver quién lleva más lejos la maldad, quién arriesga más la supervivencia del país.
Así como nos escandalizamos cuando el cráneo de un joven choca contra el suelo, debemos reaccionar de la misma forma cuando un niño deja de ser operado de la médula porque la empresa CITGO fue confiscada por Estados Unidos. Cuando se nos prohíbe importar medicinas para el cáncer o cuando se nos condena a sufrir.
Zimbardo concluye que la mayoría de la gente no es buena o mala, pero sí que la mayoría de los seres humanos tiende a no hacer nada ante las acciones negativas.
¿Y cuál será la recompensa de todo eso? ¿Se sentirán a gusto los venezolanos y venezolanas alrededor del mundo, haciendo viral el llanto de una niña a la que la guerra ha robado la vida y su futuro? Sé que la respuesta será negativa.
Y lo sé porque estoy seguro de que más allá del modelaje, los artificios y el esfuerzo por destruir los lazos que nos unen como humanos, existe una fuerza mucho más poderosa que le hace frente y que hay que proteger a toda costa. "La única cosa que podemos percibir y que trasciende dimensiones de tiempo y espacio" y en la que debemos confiar aunque no podamos entender aún todo su poder: el amor, la llaman.