A lo largo de los últimos 30 años la Alianza Atlántica ha estado expandiéndose hacia el este. El bloque se acerca cada vez más a las fronteras de Rusia y existe la amenaza de que un día la parte europea del país euroasiático quede completamente rodeada por las fuerzas de la alianza. De hecho, la Federación de Rusia ya comparte límite con algunos países que forman parte de la OTAN: Noruega, Polonia y los países bálticos —Estonia, Letonia y Lituania—.
Entre los vecinos de Moscú hay también quienes expresaron su deseo de ingresar en esta organización militar en el futuro: Ucrania y Georgia. Su posible participación en el bloque marcaría un punto de no retorno, porque muchas ciudades rusas se encontrarían dentro del alcance de las armas del bloque, lo que representaría una amenaza inminente para la seguridad nacional rusa.
Una notable excepción es Finlandia, un país del norte de Europa que comparte con Rusia una larga frontera de 1.271 kilómetros. Aunque el país sí coopera con cierta periodicidad con la Alianza tomando parte en misiones de paz y contribuyendo a las operaciones del bloque, pero no forma parte de ella.
Sin embargo, las intenciones de Helsinki con Rusia no siempre fueron sinceras. Según los documentos del Ministerio de Exteriores finlandés desclasificados a principios de 2020, en el país escandinavo se barajaba la posibilidad de unirse a la Alianza Atlántica. El contenido de dichos documentos lo cita en un reciente artículo el medio finlandés Iltalehti.
La posibilidad de unirse al boque se debatió al más alto nivel tras la situación geopolítica que se formó después de la disolución de la URSS. La debilidad de Rusia en aquellos años brindaba una posibilidad única para Helsinki: para Moscú sería complicado responder a una decisión hostil como aquella. Además, el ingreso en la OTAN podría haber coincidido así con la entrada de Finlandia en la Unión Europea en 1995.
Una decisión sabia
Las relaciones entre ambos han sido turbulentas en el pasado. Cuando Finlandia se independizó del Imperio ruso, experimentó un conflicto interno entre los partidarios del comunismo y los llamados finlandeses blancos. Luego, Finlandia y la URSS lucharon una contra otra en varias ocasiones. La difícil historia de las relaciones bilaterales debería preocupar al país escandinavo. Pero finalmente en la década de 1990 el Gobierno de Yeltsin logró convencer a Helsinki de no ingresar en la OTAN.
La cara más visible durante el diálogo que mantuvieron ambas naciones en aquel momento no fue la del presidente ruso, sino la de su viceministro de Defensa, Andréi Kokoshin. Fue él quien celebró una reunión con el embajador finlandés en Moscú, Arto Mansala. Según los documentos a los que ha tenido acceso el portal, el funcionario ruso expresó que Moscú se opondría categóricamente al ingreso de los países bálticos al bloque. Si bien esos documentos no lo mencionan directamente, la posición rusa pudo hacer que Helsinki cambiara de idea.
Actualmente Finlandia se beneficia de la decisión que tomó en aquella época, ya que ha garantizado su propia seguridad.
Todos los países vecinos de Rusia que se unieron a la OTAN se convertirían en el blanco de las Fuerzas Armadas rusas si Rusia entrase en conflicto con alguno de sus miembros por haber prestado su territorio para las instalaciones militares y los efectivos de otros países de la Alianza.
Si existiera una zona neutral entre los países dela OTAN y Rusia, sería posible reducir las tensiones que surgen a causa del contacto directo entre los dos. Pero en la situación actual parece que ya no hay vuelta atrás, porque es bastante improbable que un país de la alianza la abandone a corto plazo. Pero una cosa es cierta: la expansión del bloque hacia las fronteras rusas tiene que frenar por el bien de todos. En caso contrario, el Kremlin no tendrá otra opción más que responder.