Los tres años y medio de debates encaminados a dificultar o anular la decisión tomada por los británicos en las urnas no podían acabar en fiesta; los divorcios no se celebran. La bandera británica desaparecerá de las instituciones de la UE, tras 47 años de estancia sin homenajes y por la puerta de atrás.
La Unión Europea, acostumbrada a festejar las ampliaciones en su club, no podía imaginar, antes del referéndum británico de mayo de 2016, que uno de sus miembros optara voluntariamente por salir de un proyecto cuyos críticos, en todos los países miembros, eran considerados como leprosos políticos, antieuropeistas, eurófobos, predecesores de lo que ahora ya se conoce como nacionalpopulismo. Confundir la UE con Europa es uno de los pocos éxitos de la comunicación de Bruselas.
La guerra propagandística entre partidarios del Brexit y los forofos de la UE, dentro y fuera del Reino Unido, terminó el pasado 13 de diciembre, tras la aplastante victoria de Boris Johnson al frente del Partido Conservador. La buena salud de la economía británica y las positivas predicciones de los organismos económicos internacionales acallan también —de momento— las bocas de aquellos que predecían el apocalipsis tras el desenganche con el continente.
Por supuesto, las predicciones económicas se hacen teniendo en cuenta un Brexit ordenado y pactado con la UE.
Boris Johnson se ha dado once meses para concluir las negociaciones de ruptura. Demasiado optimismo, según la mayoría de los observadores. Londres y Bruselas comienzan ahora con todas sus armas el pulso para llegar a un acuerdo que evite una ruptura brutal que no beneficiaría a ninguna de las partes.
Boris Johnson amenaza ya a Francia y Alemania
Como en cualquier disputa comercial, hay que empezar atacando. Boris Johnson ha amenazado ya a franceses y alemanes con tasar las importaciones de queso y automóviles. Queso francés y vehículos alemanes; nada como utilizar los clichés para asustar al enemigo y a sus opiniones públicas. Una táctica en la que Donald Trump es un maestro.
Es solo un aperitivo de las batallas que se avecinan. París y Berlín también saben jugar al póker y son conscientes de que, si el 9% del comercio de la UE tiene como destino el Reino Unido, Londres vende el 47% de sus productos a sus antiguos aliados.
Londres sabe que encontrar mercados diferentes no será fácil y llevará tiempo. París y Berlín son conscientes de que castigar a Londres fragilizaría sus propias economías. Johnson, por su parte, ya ha encontrado las primeras señales de que sus futuros socios alternativos no se lo pondrán fácil. Donald Trump ha presionado a Londres para que los británicos no negocien con la empresa china Huawei el desarrollo de las redes de telecomunicaciones 5G. Es solo el primer aviso.
Europeos, ahora extranjeros en el Reino Unido
El impacto humano del Brexit no se puede obviar. Hay más de un millón 200.000 británicos residiendo en países de la UE. Las decisiones que Londres aplique en su territorio tendrán una respuesta recíproca de cada país implicado.
Otro punto delicado es la frontera entre las dos Irlandas. De momento, Irlanda del Norte seguirá dentro de la unión aduanera. Solo serán gravados los productos británicos que tengan como destino la UE. El Gobierno de Escocia, cuyos ciudadanos votaron mayoritariamente por permanecer en la UE, ha vuelto a solicitar un referéndum para decidir su independencia. Boris Johnson ya contestó que no lo acepta y que, en la consulta celebrada en 2014, los escoceses ya votaron por permanecer en el Reino Unido.
El Brexit es un golpe económico para la UE, pero es sobre todo una conmoción para una institución que se presentaba hasta hace poco como un bloque indestructible, como una meta no solo comercial, sino social, política y pretendidamente moral. El choque es todavía mayor si el primer país en abandonar la UE se beneficiaba de una situación de privilegio: no había adoptado el euro y estaba fuera del espacio Schengen sobre control de fronteras.
El éxito de Nigel Farage
La respuesta del líder del partido británico que impulsó la ruptura con la UE, Nigel Farage, se escenificó en la sesión final del Parlamento Europeo que abordaba el divorcio. Contraviniendo las normas del hemiciclo, Farage y los miembros del Brexit Party se levantaron enarbolando banderas británicas para despedirse de sus socios europeos, tras recordarles que cuando hace 20 años llegó al Parlamento de Estrasburgo muchos se rieron de él por pretender sacar a su país de la Unión Europea.