Mientras la mayor parte de los diamantes cristaliza a una profundidad de entre 140 y 200 kilómetros en el manto terrestre, otras piedras pueden hallarse a profundidades aún mayores que varían entre 600 y 800 kilómetros. Los científicos descubrieron la presencia de defectos o inclusiones que supuestamente habían sido creados dentro de estas joyas por el flujo de líquidos.
Shirey y sus colegas intentaron crear un modelo de movimiento de estos líquidos utilizando información acerca de lugares donde se formaron diamantes en el manto. Con su ayuda, los científicos estadounidenses esperan correlacionar estos sitios con las propiedades de rupturas físicas descubiertas en la roca del manto terrestre. Como parte del siguiente paso, los investigadores buscarán vincular la corriente de estos líquidos con los sismos profundos.