El recurso del "cordón sanitario" contra la extrema derecha forma parte ya de la nueva tendencia política en el Viejo Continente. Frenar el acceso al poder a partidos considerados de la derecha radical es una maniobra costosa y no siempre produce, a corto plazo, los efectos deseados.
Sánchez, uno de los pocos políticos europeos que se mantiene en el poder bajo la etiqueta de socialista —aunque no por una victoria en las urnas—, y solo por el apoyo de partidos independentistas y de la extrema izquierda, defendió el modelo sueco, donde el Partido de Centro y Los Liberales prefirieron apoyar la continuidad del socialdemócrata Stefan Lofven, antes que formar una amplia alianza de derecha con otros dos partidos conservadores y los Demócratas Suecos (DS), la formación a la que se pretende aislar por considerarla de extrema derecha.
Los socialdemócratas mantendrán así a su primer ministro en el poder después de cuatro meses de negociaciones tras los comicios de septiembre, gracias al apoyo exterior de dos partidos de "las derechas". Los Verdes se mantienen como aliados de gobierno y el Partido de Izquierda (excomunista) se ve apeado de la anterior coalición.
Excomunistas sacrificados
Para la izquierda europea, el modelo de cordón sanitario ha sido hasta ahora Francia, donde la derecha ha votado en las presidenciales al candidato de izquierda, para cerrar el paso a Jean Marie Le Pen o a su hija, Marine. Pero esa maniobra es específica de Francia, donde rige el sistema electoral mayoritario a dos vueltas. Ello no ha impedido el continuo crecimiento del entonces Frente Nacional —ahora Reagrupación Nacional—, pero sí su llegada al Elíseo.
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Suecia no ha querido repetir, de momento, el ejemplo de sus vecinos noruegos, daneses o finlandeses, donde partidos nacionalpopulistas han formado parte de gobiernos o han apoyado desde el exterior a gabinetes conservadores.
Centristas y Liberales han exigido, eso sí, que buena parte de su ideario básico sea recogido por el nuevo gobierno, y así, el último mohicano socialdemócrata nórdico se compromete a bajar los impuestos a las clases más favorecidas, a liberalizar el mercado de la vivienda, a restringir la inmigración y a flexibilizar las reglas laborales. Cuatro apartados que no figuraban —a excepción del referido a la emigración— en el programa original de los socialistas suecos.
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La izquierda europea acusa siempre a la derecha de querer pescar en los caladeros de la extrema derecha y de adaptar su discurso con ese fin. Pero en tiempos de la defunción del bipartidismo o, como en el caso sueco, de la evaporación de los dos bloques tradicionales, los "sacrificios" sobre el ideario parecen obligados para mantenerse en el poder.
Los excomunistas, que no tendrán peso en las decisiones gubernamentales, amenazan con lanzar una moción de censura si se traspasan ciertas líneas rojas sociales, en especial sobre la flexibilidad laboral, pero solo cuentan con 28 diputados y se necesitan un mínimo de 35 para plantear la operación.
La "Alianza burguesa" sueca, es decir, los cuatro partidos de centro y de derecha (Centro, Liberales, Democristianos y Moderados), obtuvieron más votos y escaños en el Rikstag que socialdemócratas, verdes y excomunistas; pero centristas y liberales no quisieron aliarse a los DS. Además, el peculiar sistema del país solo permite desbancar al primer ministro si una mayoría del Parlamento lo vota así. Lofven puede seguir, pues, en minoría.
Akesson, de 39 años, heredó un partido fundado por admiradores del nazismo y purgó a los supremacistas y radicales que todavía se mantenían dentro cuando tomó la dirección del grupo. Como en otras regiones de Europa, su discurso es respaldado por los votantes de los barrios más pobres y los habitantes de las zonas rurales.
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Por el momento los DS siguen siendo un partido "apestado" para una mayoría de las fuerzas políticas de Suecia. Pero la continuidad de Lofven al frente del gobierno no está asegurada. En pocos días se discutirán los presupuestos y ahí se librará una nueva batalla sobre la letra pequeña del programa socialista adaptado a las exigencias del centroderecha. Cuatro de cada diez suecos consideran que el acuerdo de gobierno, el llamado 'Acuerdo de enero', es "malo o muy malo". Lo que le salva, por el momento, es que a ninguno de los partidos le conviene otra cita anticipada con las urnas.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK