El exnuncio (exembajador) del Vaticano en Washington entre 2011 y 2016, el arzobispo Carlo Maria Vigano, difundió una carta-testimonio de 11 páginas de extensión en la que afirma haberle dicho al Papa en junio de 2013, tres meses después de ser elegido, que el cardenal Theodor McCarrick había "corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes".
Según el arzobispo, el papa Benedicto "impuso sanciones contra McCarrick". Sin embargo, en el verano de 2013, su sucesor, el papa Francisco levantó todas las restricciones a McCarrick. Aunque, como escribe Vigano, sabía perfectamente por qué se habían introducido, y tenía que "haberse alejado de él cuando se enteró de los crímenes cometidos".
Mientras tanto, los impactantes detalles de las aventuras sexuales de McCarrick se revelaron solo en julio de este año: la corte de la iglesia de la arquidiócesis de Nueva York emitió pruebas de casos de hostigamiento por su parte a principios de los años setenta.
"El problema de la violencia sexual contra los niños por parte de los clérigos ha existido durante unos 20 o 30 años. Esta situación es solo un capítulo de esta larga saga. Es muy poco probable que Francisco renuncie, porque la carta puede ser parte de la lucha interna en la curia romana, cuyo propósito es difamar al Papa, considerado como demasiado liberal y progresista por algunos miembros del ala conservadora de la Iglesia católica", comentó a Sputnik el profesor del Departamento de Estudios Interculturales de la Universidad Real de Tecnología de Melbourne Des Cahill.
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La reacción del papa Francisco, quien aconsejó a los periodistas que "sacaran sus propias conclusiones", puede estar relacionada con el hecho de que el arzobispo Vigano también tiene una reputación lejos de ser impecable. En 2014, siendo nuncio en EEUU, ordenó detener la investigación interna de la Iglesia en relación con las acusaciones de acoso sexual del arzobispo John Nienstedt.
Mientras tanto, el nuevo Papa le hizo descender de cargo a Vigano. Sin embargo, es probable que el envío a EEUU haya fortalecido las posiciones del exsecretario general del gobernador de la ciudad del Vaticano, porque en ese momento la Iglesia católica en Estados Unidos la dirigía el poderoso cardenal Raymond Burke, quien se pronunció abiertamente en contra de Francisco.
"El arzobispo Vigano fue degradado, con lo que estaba extremadamente insatisfecho. Toda esta situación puede ser su manera de vengarse del jefe de la Iglesia católica. Sin embargo, es honesto en sus comentarios de que el papa Francisco, así como algunos otros funcionarios del Vaticano, no se ocuparon de los crímenes cometidos por el cardenal estadounidense Theodore McCarrick. Tiene toda la razón en que era necesario privar al cardenal McCarric de su título mucho antes", señaló Des Cahill.
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Ahora Vigano insta al pontífice a "reconocer sus errores", "ser el primero en dar un buen ejemplo para los cardenales y los obispos que encubrieron los abusos de McCarrick" y "renunciar junto a todos ellos".
"Los representantes de la curia papal no están seguros de qué hay que hacer en estos casos, porque consideran la violencia sexual contra niños como un pecado, pero no como un crimen", observó el interlocutor de la agencia.
"Esto es un desastre, porque todos los líderes religiosos, ya sean católicos, protestantes u ortodoxos, quieren preservar la imagen de su organización religiosa como prístina y beata".
Otro gran golpe contra la ciudad de San Pedro fue el informe del Gran Jurado de Pennsylvania. En 1.356 páginas, con todo detalle, se describen delitos sexuales de sacerdotes en solo un estado estadounidense. El Vaticano expresó "vergüenza y dolor" al respecto.
Finalmente, el pontífice visitó Irlanda en medio del escándalo de abusos sexuales cometidos por el clero irlandés.
"Por supuesto, la divulgación pública de este tipo crímenes tiene un impacto muy negativo en la imagen de la Iglesia en países individuales, por ejemplo, en Irlanda. Uno de los motivos de la visita de Francisco a Irlanda es un intento de compensar el daño causado a la Iglesia católica irlandesa por los sacerdotes y obispos que ocultaron los crímenes de la década de 1950", concluyó Des Cahill.
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