Desde septiembre de 2017 las autoridades de la ciudad alemana de Aquisgrán lanzaron un programa de prevención dedicado a hacer frente a un posible accidente nuclear. Durante este programa de dos meses de duración, las autoridades alemanas repartieron pastillas con iodo entre toda la población de la zona.
Las medidas adoptadas por las autoridades alemanas y neerlandesas están relacionadas con el estado en el que se encuentran las centrales nucleares de Doel y Tihange en Bélgica —muy cerca de la frontera con Alemania y los Países Bajos—.
Durante varios años la comunidad científica se ha estado preguntado por qué han aparecido fracturas de 20 centímetros de grosor en las paredes metálicas de los recipientes de estos reactores nucleares construidos en los años 70.
Una segunda ronda de inspecciones descubrió 13.047 brechas en la central nuclear de Doel y 3.149 en la de Tihange. El examen reveló que su número es el doble que el registrado hace dos años. Afortunadamente, las fisuras más grandes van en paralelo a la pared y no se hunden de forma perpendicular. En 2014, su longitud apenas alcanzaba los 4 centímetros, ahora llega a los 9 centímetros.
"En caso de que todas estas fisuras llegaran a juntarse entre sí podría producirse una fuga de material [radioactivo] que tendría consecuencias inconcebibles", escribe.
El mayor problema consiste en que la central de Doel se encuentra en la periferia de la ciudad de Amberes, densamente poblada. Además, un puerto con producción petroquímica, uno de los complejos industriales de este tipo más grandes de Europa, está a escasos kilómetros de sus reactores.
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"Esta central nuclear, según varios grupos de ecologistas y la mayoría de científicos, representa una bomba de relojería en el mismo corazón de Europa", resume.