Los miembros de los equipos de desactivación de explosivos, que desarticulan bombas y trabajan habitualmente en torno a explosiones muy grandes, presentan la tasa de suicidios más elevada: 34,77 muertes por cada 100.000 personas al año, seguidos de los miembros de las fuerzas de infantería y operaciones especiales, las tripulaciones de blindados y las tropas de artillería, cuyas tasas se aproximan a las 30 muertes por cada 100.000 personas, de acuerdo con el informe elaborado por el Pentágono.
El informe indica que 5.997 miembros del servicio de explosivos murieron por suicidio entre 2011 y 2022, más de seis veces el número de muertos en combate durante el mismo periodo.
Las tasas de estos rubros castrenses son mucho más altas que las de los miembros del servicio que trabajan en empleos no relacionados con el combate, como el procesamiento de datos o el servicio de comidas, de acuerdo con el reporte.
La tasa nacional actual de civiles en Estados Unidos es de 14 muertes por cada 100.000 al año, aproximadamente, según datos oficiales de los servicios sanitarios del país.
En la Fuerza Aérea, donde la exposición a explosiones es poco frecuente, no se observaron diferencias significativas en las tasas de suicidio entre las distintas ocupaciones militares. Pero entre las tropas del Ejército y los Marines, las tasas son elevadas allí donde las explosiones forman parte del trabajo diario.
"Esto no es ninguna sorpresa", dijo a The New York Times Chuck Stansberry, un oficial de la Marina recientemente retirado que trabajó en la desactivación de explosivos durante la mayor parte de su carrera. "No puedo decirle cuántos hombres conozco que han muerto por suicidio", aseguró.
Las tropas del sector de Stansberry trabajan en torno a diferentes tipos de explosiones casi semanalmente, algunas de proporciones descomunales. Y aunque las directrices de seguridad les obligan a mantener las distancias para evitar que les estallen los tímpanos, no tienen en cuenta el riesgo que las explosiones suponen para sus cerebros, indica el reporte.
La exposición a las explosiones ha sido durante mucho tiempo un peligro incomprendido, dijo el Stansberry, quien admite que en la recta final de su carrera castrense luchó contra problemas como insomnio, depresión y fallas de memoria. "No es un problema psicológico, sino fisiológico", dice.
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